Encuentro con sacerdotes, religiosos, y jóvenes
Iglesia de San Pío de Pietrelcina, 21 de junio de 2009
Queridos sacerdotes; queridos religiosos y religiosas; queridos jóvenes:
Con este encuentro se concluye mi peregrinación a San Giovanni Rotondo. Agradezco al arzobispo de Lecce, administrador apostólico de esta diócesis, monseñor Domenico Umberto D'Ambrosio, y al padre Mauro Jöhri, ministro general de los Frailes Menores Capuchinos, las palabras de cordial bienvenida que me han dirigido en vuestro nombre. Mi saludo se dirige ahora a vosotros, queridos sacerdotes, que estáis comprometidos cada día al servicio del pueblo de Dios como guías sabios y obreros asiduos en la viña del Señor. También saludo con afecto a las queridas personas consagradas, llamadas a dar un testimonio de entrega total a Cristo mediante la práctica fiel de los consejos evangélicos.
Os saludo en particular a vosotros, queridos frailes capuchinos, que cuidáis con amor este oasis de espiritualidad y de solidaridad evangélica, acogiendo peregrinos y devotos atraídos por el recuerdo vivo de vuestro santo hermano el padre Pío de Pietrelcina. Gracias de corazón por este valioso servicio que prestáis a la Iglesia y a las almas que aquí redescubren la belleza de la fe y el calor de la ternura divina.
Os saludo a vosotros, queridos jóvenes, a los que el Papa mira con confianza como el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Aquí, en San Giovanni Rotondo, todo habla de la santidad de un humilde fraile y celoso sacerdote que esta tarde nos invita también a nosotros a abrir el corazón a la misericordia de Dios, nos exhorta a ser santos, es decir, sinceros y verdaderos amigos de Jesús. Y gracias por las palabras de vuestros jóvenes representantes.
Queridos sacerdotes, precisamente anteayer, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada de santidad sacerdotal, iniciamos el Año sacerdotal, durante el cual recordaremos con veneración y afecto el 150° aniversario de la muerte de san Juan María Vianney, el santo cura de Ars. En la carta que escribí para esta ocasión quise subrayar cuán importante es la santidad de los sacerdotes para la vida y la misión de la Iglesia.
Al igual que el cura de Ars, también el padre Pío nos recuerda la dignidad y la responsabilidad del ministerio sacerdotal. ¿Quién no quedaba impresionado por el fervor con que revivía la Pasión de Cristo en cada celebración eucarística? De su amor a la Eucaristía brotaba en él, como en el cura de Ars, una disponibilidad total a acoger a los fieles, sobre todo a los pecadores. Además, si san Juan María Vianney, en una época atormentada y difícil, trató de hacer, de todas las maneras posibles, que sus parroquianos descubrieran de nuevo el significado y la belleza de la penitencia sacramental, para el santo fraile del Gargano la solicitud por las almas y la conversión de los pecadores fueron un anhelo que lo consumó hasta la muerte.
¡Cuántas personas cambiaron de vida gracias a su paciente ministerio sacerdotal! ¡Cuántas largas horas pasaba en el confesonario! Al igual que para el cura de Ars, precisamente el ministerio de confesor constituyó el mayor título de gloria y el rasgo distintivo de este santo capuchino. Por eso, ¿cómo no darnos cuenta de la importancia de participar devotamente en la celebración eucarística y acudir con frecuencia al sacramento de la Confesión? En particular, el sacramento de la Penitencia se ha de valorar aún más, y los sacerdotes nunca deberían resignarse a ver sus confesonarios desiertos ni limitarse a constatar el desinterés de los fieles ante esta extraordinaria fuente de serenidad y de paz.
Hay otra gran lección que podemos sacar de la vida del padre Pío: el valor y la necesidad de la oración. A quien le preguntaba qué pensaba de sí mismo solía responder: "No soy más que un pobre fraile que ora". Y, efectivamente, oraba siempre y por doquier con humildad, confianza y perseverancia. Este es un punto fundamental, no sólo para la espiritualidad del sacerdote, sino también para la de todo cristiano, y mucho más para la vuestra, queridos religiosos y religiosas, escogidos para seguir más de cerca a Cristo mediante la práctica de los votos de pobreza, castidad y obediencia.
A veces nos puede asaltar cierto desaliento ante el debilitamiento e incluso ante el abandono de la fe, que se produce en nuestras sociedades secularizadas. Seguramente hace falta encontrar nuevos canales para comunicar la verdad evangélica a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, pero dado que el contenido esencial del anuncio cristiano sigue siendo siempre el mismo, es necesario volver a su manantial originario, a Jesucristo, que es "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8). La historia humana y espiritual del padre Pío enseña que sólo un alma íntimamente unida al Crucificado logra transmitir también a los lejanos la alegría y la riqueza del Evangelio.
Al amor a Cristo está inevitablemente unido el amor a su Iglesia, guiada y animada por la fuerza del Espíritu Santo, en la cual cada uno de nosotros tiene un papel y una misión que desempeñar. Queridos sacerdotes, queridos religiosos y religiosas, son diversas las misiones que os han sido encomendadas y los carismas de los que sois intérpretes, pero debéis realizarlos siempre con el mismo espíritu, para que vuestra presencia y vuestra acción en medio del pueblo cristiano sea testimonio elocuente de la primacía de Dios en vuestra vida. ¿No era esto precisamente lo que todos percibían en san Pío de Pietrelcina?
Permitid ahora que dirija unas palabras en particular a los jóvenes, que veo en gran número y entusiastas. Queridos amigos, gracias por vuestra calurosa acogida y por los fervientes sentimientos de los que se han hecho intérpretes vuestros representantes. He notado que el plan pastoral de vuestra diócesis para el trienio 2007-2010 dedica mucha atención a la misión en favor de la juventud y la familia, y estoy seguro de que del itinerario de escucha, confrontación, diálogo y verificación en el que estáis comprometidos brotarán una atención cada vez mayor a las familias y una escucha puntual de las expectativas reales de las nuevas generaciones.
Tengo presentes los problemas que os preocupan, queridos muchachos y muchachas, y que amenazan con ahogar el entusiasmo típico de vuestra juventud. Entre ellos, cito en particular el fenómeno del desempleo, que afecta de manera dramática a no pocos jóvenes y muchachas del sur de Italia. No os desalentéis. Sed "jóvenes de gran corazón", como os han repetido con frecuencia durante este año desde la Misión diocesana juvenil, animada y guiada por el Seminario regional de Molfetta en septiembre del año pasado.
La Iglesia no os abandona. Vosotros no abandonéis la Iglesia. Es necesaria vuestra aportación para construir comunidades cristianas vivas y sociedades más justas y abiertas a la esperanza. Y si queréis tener un "gran corazón", seguid el ejemplo de Jesucristo. Precisamente anteayer contemplamos su gran Corazón, lleno de amor a la humanidad. Él jamás os abandonará o traicionará vuestra confianza; jamás os llevará por senderos equivocados.
Como el padre Pío, sed también vosotros amigos fieles del Señor Jesús, manteniendo con él una relación diaria mediante la oración y la escucha de su Palabra, la práctica asidua de los sacramentos y la pertenencia cordial a su familia, que es la Iglesia. Esto debe estar en la base del programa de vida de cada uno de vosotros, queridos jóvenes, así como de vosotros, queridos sacerdotes, y de vosotros, queridos religiosos y religiosas.
A cada uno y a cada una aseguro mi oración, a la vez que imploro la protección maternal de Santa María de las Gracias, que vela sobre vosotros desde su santuario, en cuya cripta descansan los restos del padre Pío. De corazón os doy las gracias, una vez más, por vuestra acogida y os bendigo a todos, así como a vuestras familias, a vuestras comunidades, a vuestras parroquias y a toda vuestra diócesis.