ÁNGELUS
Lunes 15 de agosto de 2005

Queridos hermanos y hermanas:

En esta solemnidad de la Asunción de la Virgen contemplamos el misterio del tránsito de María de este mundo al Paraíso: podríamos decir que celebramos su "pascua". Como Cristo resucitó de entre los muertos con su cuerpo glorioso y subió al cielo, así también la Virgen santísima, a él asociada plenamente, fue elevada a la gloria celestial con toda su persona. También en esto la Madre siguió más de cerca a su Hijo y nos precedió a todos nosotros. Junto a Jesús, nuevo Adán, que es la "primicia" de los resucitados (cf. 1Co 15, 20. 23), la Virgen, nueva Eva, aparece como "figura y primicia de la Iglesia" (Prefacio), "señal de esperanza cierta" para todos los cristianos en la peregrinación terrena (cf. Lumen gentium, 68).

La fiesta de la Asunción de la Virgen María, tan arraigada en la tradición popular, constituye para todos los creyentes una ocasión propicia para meditar sobre el sentido verdadero y sobre el valor de la existencia humana en la perspectiva de la eternidad. Queridos hermanos y hermanas, el cielo es nuestra morada definitiva. Desde allí María, con su ejemplo, nos anima a aceptar la voluntad de Dios, a no dejarnos seducir por las sugestiones falaces de todo lo que es efímero y pasajero, a no ceder ante las tentaciones del egoísmo y del mal que apagan en el corazón la alegría de la vida.

Invoco la ayuda de María elevada al cielo especialmente sobre los jóvenes participantes en la Jornada mundial de la juventud que, trasladándose desde otras diócesis alemanas donde han sido hospedados durante algunos días, o procediendo directamente de sus países, se encuentran desde hoy en Colonia. Si Dios quiere, también yo me uniré a ellos el jueves próximo, para vivir juntos los diversos momentos de ese extraordinario acontecimiento eclesial. La Jornada mundial de la juventud culminará con la solemne vigilia del sábado por la tarde y la celebración eucarística del domingo 21 de agosto. Que la Virgen santísima obtenga a todos los participantes la gracia de seguir el ejemplo de los Magos, para que encuentren a Cristo presente sobre todo en la Eucaristía y vuelvan después a sus ciudades y naciones de origen con el firme propósito de testimoniar la novedad y la alegría del Evangelio.