ÁNGELUS
Domingo 10 de diciembre de 2006

Queridos hermanos y hermanas:

Esta mañana tuve la alegría de dedicar una nueva iglesia parroquial, consagrada a María, Estrella de la Evangelización, en el barrio Torrino norte de Roma. Es un acontecimiento que, aunque de por sí atañe a ese barrio, cobra un significado simbólico dentro del tiempo litúrgico del Adviento, mientras nos preparamos para celebrar la Navidad del Señor.

Durante estos días la liturgia nos recuerda constantemente que "Dios viene" a visitar a su pueblo, para habitar en medio de los hombres y formar con ellos una comunión de amor y de vida, es decir, una familia. El evangelio de san Juan expresa así el misterio de la Encarnación: "El Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros"; literalmente: "acampó entre nosotros" (Jn 1, 14). La construcción de una iglesia entre las casas de un pueblo o de un barrio de una ciudad evoca este gran don y misterio.

La iglesia-edificio es signo concreto de la Iglesia-comunidad, formada por las "piedras vivas" que son los creyentes, imagen que solían usar los Apóstoles. San Pedro (cf. 1P 2, 4-5) y san Pablo (cf. Ef 2, 20-22) ponen de relieve que la "piedra angular" de este templo espiritual es Cristo y que, unidos a él y bien compactos, también nosotros estamos llamados a participar en la edificación de este templo vivo. Por tanto, aunque Dios es quien toma la iniciativa de venir a habitar en medio de los hombres, y él mismo es el artífice principal de este proyecto, también es verdad que no quiere realizarlo sin nuestra colaboración activa.

Así pues, prepararse para la Navidad significa comprometerse a construir la "morada de Dios con los hombres". Nadie queda excluido; cada uno puede y debe contribuir a hacer que esta casa de la comunión sea más grande y hermosa. Al final de los tiempos, quedará acabada y será la "Jerusalén celestial": "Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva -se lee en el libro del Apocalipsis- (...). Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. (...) Esta es la morada de Dios con los hombres" (Ap 21, 1-3).

El Adviento nos invita a dirigir la mirada a la "Jerusalén celestial", que es el fin último de nuestra peregrinación terrena. Al mismo tiempo, nos exhorta a comprometernos, mediante la oración, la conversión y las buenas obras, a acoger a Jesús en nuestra vida, para construir junto con él este edificio espiritual, del que cada uno de nosotros -nuestras familias y nuestras comunidades- es piedra preciosa.

Ciertamente, entre todas las piedras que forman la Jerusalén celestial María santísima es la más espléndida y preciosa, porque es la más cercana a Cristo, piedra angular. Pidamos por su intercesión que este Adviento sea para toda la Iglesia un tiempo de edificación espiritual y así se apresure la venida del reino de Dios.