ÁNGELUS
Plaza San Pedro, Domingo 28 de junio de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Con la celebración de las primeras Vísperas de San Pedro y San Pablo, que presidiré esta tarde en la basílica de San Pablo extramuros, concluye el Año paulino, convocado con ocasión del bimilenario del nacimiento del Apóstol de los gentiles. Ha sido realmente un tiempo de gracia en el que, mediante las peregrinaciones, las catequesis, numerosas publicaciones y diversas iniciativas, se ha vuelto a proponer a toda la Iglesia la figura de san Pablo, y su vibrante mensaje ha reavivado por doquier, en las comunidades cristianas, la pasión por Cristo y por el Evangelio. Por tanto, demos gracias a Diospor el Año paulino y por todos los dones espirituales que nos ha traído.

La divina Providencia ha dispuesto que, precisamente hace pocos días, el 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, se inaugurara otro año especial, el Año sacerdotal, con ocasión del 150° aniversario de la muerte –dies natalis– de Juan María Vianney, el santo cura de Ars. Estoy seguro de que este ulterior impulso espiritual y pastoral producirá muchos beneficios para el pueblo cristiano y especialmente para el clero.

¿Cuál es la finalidad del Año sacerdotal? Como escribí en la carta que envié con ese motivo a los sacerdotes, quiere contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que den en el mundo de hoy un testimonio evangélico más fuerte y eficaz. A este propósito, el apóstol san Pablo constituye un espléndido modelo para imitar, no tanto en su vida concreta, que fue realmente extraordinaria, cuanto en su amor a Cristo, en su celo por el anuncio del Evangelio, en su entrega a las comunidades y en su elaboración de síntesis eficaces de teología pastoral.

San Pablo es un ejemplo de sacerdote totalmente identificado con su ministerio, como lo será también el santo cura de Ars, consciente de llevar un tesoro inestimable, es decir, el mensaje de la salvación, pero de llevarlo en "un recipiente de barro" (cf. 2Co 4, 7); por eso él es fuerte y humilde al mismo tiempo, íntimamente persuadido de que todo es mérito de Dios, todo es gracia suya. "El amor de Cristo nos apremia", escribe el Apóstol, y este podría ser muy bien el lema de todo sacerdote, al que el Espíritu "cautiva" (cf. Hch 20, 22) para hacer de él un fiel administrador de los misterios de Dios (cf. 1Co 4, 1-2): el presbítero debe ser todo de Cristo y todo de la Iglesia, a la que está llamado a dedicarse con amor indiviso, como un esposo fiel a su esposa.

Queridos amigos, juntamente con la intercesión de los apóstoles san Pedro y san Pablo, invoquemos ahora la de la Virgen María, para que obtenga del Señor abundantes bendiciones para los sacerdotes durante este Año sacerdotal recién iniciado. Que la Virgen, a quien san Juan María Vianney tanto amó e hizo amar a sus parroquianos, ayude a cada sacerdote a reavivar el don de Dios que está en él en virtud de la santa ordenación, para que crezca en la santidad y esté dispuesto a testimoniar, si fuera necesario hasta el martirio, la belleza de su consagración total y definitiva a Cristo y a la Iglesia.