REGINA CÆLI
Domingo 12 de junio de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

La solemnidad de Pentecostés, que hoy celebramos, concluye el tiempo litúrgico de Pascua. En efecto, el Misterio pascual –la pasión, muerte y resurrección de Cristo y su ascensión al Cielo– encuentra su cumplimiento en la poderosa efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos junto con María, la Madre del Señor, y los demás discípulos. Fue el "bautismo" de la Iglesia, bautismo en el Espíritu Santo (cf. Hch 1, 5). Como narran los Hechos de los Apóstoles, en la mañana de la fiesta de Pentecostés, un estruendo como de viento llenó el Cenáculo, y sobre cada uno de los discípulos se posaron lenguas como de fuego (cf. Hch 2, 2-3). San Gregorio Magno comenta: "Hoy el Espíritu Santo descendió con sonido repentino sobre los discípulos y cambió las mentes de seres carnales dentro de su amor, y mientras aparecían en el exterior lenguas de fuego, en el interior los corazones se volvieron llameantes, pues, acogiendo a Dios en la visión del fuego, ardieron suavemente de amor" (XXX, 1: CCL 141, 256). La voz de Dios diviniza el lenguaje humano de los Apóstoles, los cuales se volvieron capaces de proclamar de modo "polifónico" el único Verbo divino. El soplo del Espíritu Santo llena el universo, genera la fe, arrastra a la verdad, prepara la unidad entre los pueblos. "Al oírse este ruido acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua" de las "maravillas de Dios" (Hch 2, 6.11).

El beato Antonio Rosmini explica que "en el día del Pentecostés de los cristianos Dios promulgó... su ley de caridad, escribiéndola por medio del Espíritu Santo no sobre tablas de piedra, sino en el corazón de los Apóstoles, y comunicándola después a toda la Iglesia por medio de los Apóstoles" (Catechismo disposto secondo l'ordine delle idee., n. 737, Turín 1863). El Espíritu Santo, "Señor y dador de vida" –como rezamos en el Credo–, está unido al Padre por el Hijo y completa la revelación de la Santísima Trinidad. Proviene de Dios como soplo de su boca y tiene el poder de santificar, abolir las divisiones y disolver la confusión debida al pecado. Incorpóreo e inmaterial, otorga los bienes divinos, sostiene a los seres vivos, para que actúen en conformidad con el bien. Como Luz inteligible da significado a la oración, da vigor a la misión evangelizadora, hace arder los corazones de quien escucha el alegre mensaje, inspira el arte cristiano y la melodía litúrgica.

Queridos amigos, el Espíritu Santo, que crea en nosotros la fe en el momento de nuestro Bautismo, nos permite vivir como hijos de Dios, conscientes y convencidos, según la imagen del Hijo Unigénito. También el poder de perdonar los pecados es don del Espíritu Santo; de hecho, al aparecerse a los Apóstoles la tarde de Pascua, Jesús sopló su aliento sobre ellos y dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20, 23). A la Virgen María, templo del Espíritu Santo, encomendamos la Iglesia, para que viva siempre de Jesucristo, de su Palabra, de sus mandamientos, y bajo la acción perenne del Espíritu Paráclito anuncie a todos que "¡Jesús es Señor!" (1Co 12, 3).