ÁNGELUS
III Domingo de Adviento "Gaudete", 11 de diciembre de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

Los textos litúrgicos de este período de Adviento nos renuevan la invitación a vivir a la espera de Jesús, a no dejar de esperar su venida, de tal modo que nos mantengamos en una actitud de apertura y disponibilidad al encuentro con él. La vigilancia del corazón, que el cristiano está llamado a practicar siempre en la vida de todos los días, caracteriza de modo particular este tiempo en el que nos preparamos con alegría al misterio de la Navidad (cf. Prefacio de Adviento II). El ambiente exterior propone los acostumbrados mensajes de tipo comercial, aunque quizá en tono menor a causa de la crisis económica. El cristiano está invitado a vivir el Adviento sin dejarse distraer por las luces, sino sabiendo dar el justo valor a las cosas, para fijar la mirada interior en Cristo. De hecho, si perseveramos "velando en oración y cantando su alabanza" (ib.), nuestros ojos serán capaces de reconocer en él la verdadera luz del mundo, que viene a iluminar nuestras tinieblas.

En concreto, la liturgia de este domingo, llamado Gaudete, nos invita a la alegría, a una vigilancia no triste, sino gozosa. "Gaudete in Domino semper" –escribe san Pablo–. "Alegraos siempre en el Señor" (Flp 4, 4). La verdadera alegría no es fruto del divertirse, entendido en el sentido etimológico de la palabra di-vertere, es decir, desentenderse de los compromisos de la vida y de sus responsabilidades. La verdadera alegría está vinculada a algo más profundo. Ciertamente, en los ritmos diarios, a menudo frenéticos, es importante encontrar tiempo para el descanso, para la distensión, pero la alegría verdadera está vinculada a la relación con Dios. Quien ha encontrado a Cristo en su propia vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni ninguna situación le pueden quitar. San Agustín lo había entendido muy bien; en su búsqueda de la verdad, de la paz, de la alegría, tras haber buscado en vano en múltiples cosas, concluye con la célebre frase de que el corazón del hombre está inquieto, no encuentra serenidad y paz hasta que descansa en Dios (cf. Confesiones, I, 1, 1). La verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo que se logra con el propio esfuerzo, sino que es un don, nace del encuentro con la persona viva de Jesús, de hacerle espacio en nosotros, de acoger al Espíritu Santo que guía nuestra vida. Es la invitación que hace el apóstol san Pablo, que dice: "Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1Ts 5, 23). En este tiempo de Adviento reforcemos la certeza de que el Señor ha venido en medio de nosotros y continuamente renueva su presencia de consolación, de amor y de alegría. Confiemos en él; como afirma también san Agustín, a la luz de su experiencia: el Señor está más cerca de nosotros que nosotros mismos: "interior intimo meo et superior summo meo" (Confesiones, III, 6, 11). Encomendemos nuestro camino a la Virgen Inmaculada, cuyo espíritu se llenó de alegría en Dios Salvador. Que ella guíe nuestro corazón en la espera gozosa de la venida de Jesús, una espera llena de oración y de buenas obras.

Queridos hermanos y hermanas, hoy mi primer saludo está reservado a los niños de Roma, que han venido para la tradicional bendición de los "Bambinelli", organizada por el Centro de oratorios romanos. Os doy las gracias a todos. Queridos niños, cuando recéis ante vuestro belén, acordaos también de mí, como yo me acuerdo de vosotros. Os doy las gracias y os deseo una feliz Navidad.