ÁNGELUS
Domingo 30 de diciembre de 2012

Queridos hermanos hermanas:

Hoy es la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. En la liturgia, el pasaje del Evangelio de san Lucas nos presenta a la Virgen María y a san José que, fieles a la tradición, suben a Jerusalén para la Pascua junto a Jesús, que tenía doce años. La primera vez que Jesús había entrado en el Templo del Señor fue a los cuarenta días de su nacimiento, cuando sus padres ofrecieron por Él "un par de tórtolas o dos pichones" (Lc 2, 24), es decir la ofrenda de los pobres. "Lucas, cuyo Evangelio está impregnado todo él por una teología de los pobres y de la pobreza, nos da a entender... que la familia de Jesús se contaba entre los pobres de Israel; nos hace comprender que precisamente entre ellos podía madurar el cumplimiento de la promesa" (La infancia de Jesús, 88). Hoy Jesús está nuevamente en el Templo, pero esta vez desempeña un papel diferente, que le implica en primera persona. Él realiza, incluso sin haber cumplido aún los trece años de edad, con María y José, la peregrinación a Jerusalén según cuánto prescribe la Ley (cf. Ex 23, 17; Ex 34, 23s): un signo de la profunda religiosidad de la Sagrada Familia. Sin embargo, cuando sus padres regresan a Nazaret, sucede algo inesperado: Él, sin decir nada, permanece en la Ciudad. María y José le buscan durante tres días y le encuentran en el Templo, dialogando con los maestros de la Ley (cf. Lc 2, 46-47); y cuando le piden explicaciones, Jesús responde que no deben asombrarse, porque ese es su lugar, esa es su casa, junto al Padre, que es Dios (cf. La infancia de Jesús, 128). "Él –escribe Orígenes– profesa estar en el templo de su Padre, aquel Padre que nos ha revelado a nosotros y de quien ha dicho ser el Hijo" (Homilías sobre el Evangelio de san Lucas, 18, 5).

La preocupación de María y de José por Jesús es la misma de todo padre que educa a un hijo, que le introduce a la vida y a la comprensión de la realidad. Hoy, por lo tanto, es necesaria una oración especial por todas las familias del mundo. Imitando a la Sagrada Familia de Nazaret, los padres se han de preocupar seriamente por el crecimiento y la educación de los propios hijos, para que maduren como hombres responsables y ciudadanos honestos, sin olvidar nunca que la fe es un don precioso que se debe alimentar en los hijos también con el ejemplo personal. Al mismo tiempo, oremos para que cada niño sea acogido como don de Dios y sostenido por el amor del padre y de la madre, para poder crecer como el Señor Jesús "en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres" (Lc 2, 52). Que el amor, la fidelidad y la dedicación de María y José sean ejemplo para todos los esposos cristianos, que no son los amigos o los dueños de la vida de sus hijos, sino los custodios de este don incomparable de Dios.

Que el silencio de José, hombre justo (cf. Mt 1, 19), y el ejemplo de María, que conservaba todo en su corazón (cf. Lc 2, 51), nos hagan entrar en el misterio pleno de fe y de humanidad de la Sagrada Familia. Deseo que todas las familias cristianas vivan en la presencia de Dios con el mismo amor y con la misma alegría de la familia de Jesús, María y José.