Con jóvenes en Loreto, 2.IX.07
Queridos jóvenes, que constituís la esperanza de la Iglesia en Italia. Estoy feliz de encontraros en este lugar tan singular, en esta tarde especial, rica de oraciones, de cantos y de silencios, colmada de esperanzas y de profundas emociones
Este valle, donde en pasado también mi predecesor Juan Pablo II se encontró quizá con muchos de vosotros, se ha convertido en vuestra "Ágora", vuestra plaza sin muros y barreras, donde miles de caminos convergen y parten. He escuchado con atención a quienes han hablado en nombre de todos vosotros. En este lugar de encuentro pacífico, auténtico y alegre, habéis llegado por miles de motivos distintos: quien porque aparentemente tiene un grupo, quien invitado por algún amigo, quien por íntima convicción, quien con alguna duda en el corazón, quien por simple curiosidad... Cualquiera que sea el motivo que os ha conducido aquí, puedo deciros que quien nos ha reunido ha sido el Espíritu Santo. Sí, es así: quien os ha guiado es el Espíritu; aquí habéis venido con vuestras dudas y certezas, con vuestras alegrías y vuestras preocupaciones. Ahora os toca a vosotros abrir el corazón y ofrecer todo a Dios.
Díganle: estoy aquí, ciertamente no soy todavía como tú me quisieras, no logro ni siquiera entenderme a mí mismo en profundidad, pero con tu ayuda estoy listo para seguirte. Señor Jesús, esta tarde quisiera hablarte, haciendo mía la actitud interior y el abandono confiado de aquella joven mujer, que hace más de dos mil años dio su "sí" al Padre, que la elegía para ser tu Madre. El Padre la eligió porque era dócil y obediente a su voluntad. Como ella, como la pequeña María, cada uno de vosotros, queridos jóvenes amigos, digan con fe en Dios: Aquí estoy, "se haga en mi lo que has dicho".
Qué estupendo espectáculo de fe joven y comprometedora estamos viviendo esta tarde. Esta tarde, Loreto se ha convertido, gracias a vosotros, en la capital espiritual de los jóvenes; el centro en el cual convergen idealmente las multitudes de jóvenes que pueblan los cinco continentes. En estos momentos nos sentimos rodeados de las expectativas y esperanzas de millones de jóvenes de todo el mundo: a esta misma hora algunos están en vigilia, otros duermen, otros estudian o trabajan; hay quien espera y quien desespera, quien cree y quien no logra creer, quien ama la vida y quien, en cambio, la está desperdiciando. A todos quisiera llegara mi palabra: el Papa está cerca, comparte vuestras alegrías y vuestras penas, sobre todo, comparte las esperanzas más íntimas que están en vuestra alma, y para cada uno pide al Señor el don de una vida plena y feliz, una vida rica de sentido, una vida verdadera.
Lamentablemente, hoy, a menudo, una existencia plena y feliz está vista por muchos jóvenes como un sueño difícil, y a veces, irrealizable. Tantos de vuestros coetáneos miran al futuro con aprensión y se plantean no pocas interrogantes. Se preguntan preocupados: ¿Cómo insertarse en una sociedad marcada por numerosas y graves injusticias y sufrimientos?, ¿Cómo reaccionar al egoísmo y a la violencia que a veces parecen prevalecer?, ¿Cómo dar un sentido pleno a la vida?. Con amor y convicción, os repito a vosotros, jóvenes aquí presentes, y a través de vosotros, a vuestros coetáneos en el mundo entero: No tengáis temor, Cristo puede colmar las aspiraciones más íntimas de vuestro corazón. ¿Hay, quizá, sueños irrealizables cuando el que los suscita y los cultiva en el corazón es el Espíritu de Dios?. ¿Hay algo que puede bloquear nuestro entusiasmo si estamos unidos a Cristo?. Nada ni nadie, diría al apóstol Pablo, podrá separarnos del amor de Dios, en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Cf Rm 8, 35-39).
Dejen que esta tarde yo les repita: cada uno de vosotros si permanece unido a Cristo, podrá cumplir grandes cosas. Por ello, queridos amigos, no debéis tener miedo de soñar con los ojos abiertos grandes proyectos de bien, y no debéis dejaros desanimar por las dificultades. Cristo tiene confianza en vosotros y desea que podáis realizar cada uno de vuestros más nobles y altos sueños de autentica felicidad. Nada es imposible para quien confía en Dios y se confía a Él. Mirad a la joven María. El Ángel le prospectó algo verdaderamente inconcebible: participar en el modo más comprometedor posible en el más grandioso de los planes de Dios, la salvación de la humanidad. Frente a tal propuesta María quedó turbada, advirtiendo toda la pequeñez de su ser frente a la omnipotencia de Dios, y se preguntó, ¿cómo es posible, por qué a mi?. Dispuesta sin embargo a cumplir la voluntad divina pronunció prontamente su "sí", que cambió su vida y la historia de la entera humanidad. Es gracias a su "sí" que nosotros nos encontramos aquí esta tarde.
Me pregunto y os pregunto: ¿las peticiones que Dios nos dirige, por cuanto difíciles nos puedan parecer, podrán igualar aquello que fue pedido por Dios a la joven María?. Queridos chicos y chicas: aprendamos de María a decir nuestro "sí", porque ella sabe verdaderamente que significa responder generosamente a los pedidos del Señor. María, queridos jóvenes, conoce vuestras aspiraciones más nobles y profundas. Conoce bien, sobre todo, vuestro gran deseo de amor, vuestra necesidad de amar y de ser amados. Mirándola, siguiéndola dócilmente descubriréis la belleza del amor, pero no de un amor "de usar y tirar", pasajero, engañoso, prisionero de una mentalidad egoísta y materialista, sino del amor verdadero y profundo. En lo más intimo del corazón de cada chico y cada chica, que se asoma a la vida, cultiva el sueño de un amor que dé un sentido pleno al propio futuro. Para muchos esto se cumple en la elección del matrimonio y en la formación de una familia donde el amor entre un hombre y una mujer sea vivido como un don recíproco y fiel, como un don definitivo, sellado por el "sí" pronunciado frente a Dios el día del matrimonio, un "sí" para toda la existencia. Sé bien que este sueño es hoy cada vez menos fácil de realizar. Entorno a nosotros, cuantos fracasos del amor. Cuantas familias destruidas. Cuantos chicos, también entre vosotros, que han visto la separación y el divorcio de sus padres. A quien se encuentra en una tan delicada y compleja situación quisiera decir esta tarde: la madre de Dios, la comunidad de creyentes, el Papa, están a vuestro lado y oran para que la crisis que marca a las familias de nuestro tiempo no se convierta en un fracaso irreversible. Puedan las familias cristianas, con el apoyo de la Gracia divina, mantenerse fieles a aquel solemne compromiso de amor asumido con alegría frente al sacerdote y a la comunidad cristiana, el día solemne del matrimonio.
Frente a estas tantos fracasos es frecuente esta pregunta: ¿soy yo mejor que mis amigos y que mis parientes que han intentado y han fallado?. ¿Por qué, yo, justo yo, debería lograrlo donde tantos se rinden?. Este humano temor puede bloquear también a los espíritus más valientes, pero en esta noche que nos espera, a los pies de su Casa Santa, María repetirá a cada uno de vosotros, queridos jóvenes amigos, las palabras que ella misma escuchó al Ángel dirigirle: No temas. No tengas miedo. El Espíritu Santo está con vosotros y no os abandona jamás. A quien confía en Dios nada es imposible. Esto vale para quien está destinado a la vida matrimonial, y más aún, para aquellos a quienes Dios propone una vida de total desprendimiento de los bienes de la tierra para estar a tiempo lleno dedicado a su Reino. Entre vosotros hay algunos que están encaminados hacia el sacerdocio, hacia la vida consagrada; algunos que aspiran ser misioneros, sabiendo cuantos y cuales riesgos corren. Pienso a los sacerdotes, a las religiosas caídos en las trincheras del amor al servicio del Evangelio. Nos podrían decir tantas cosas al respecto, el Padre Giancarlo Bossi, por quien hemos rezado durante el período de su secuestro en Filipinas, y hoy gozamos por tenerlo entre nosotros. En él quisiera saludar y agradecer a todos aquellos que dedican su existencia a Cristo en las fronteras de la evangelización. Queridos jóvenes, si el Señor os llama a vivir más íntimamente a su servicio, respondan generosamente. Estén seguros: la vida dedicada a Dios no se gasta nunca en vano.
Queridos jóvenes: termino aquí mis palabras, no sin antes abrazaros con corazón de padre, os abrazo uno a uno y cordialmente os saludo. Saludo a los Obispos presentes comenzado por el arzobispo Angelo Baganasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana y al arzobispo Gianni Danzi que nos acoge en su Comunidad eclesial. Saludo a los sacerdotes, religiosos, religiosas y animadores que os acompañan. Saludo a las autoridades civiles y a cuantos han cuidado la realización de este encuentro. Estaremos todavía unidos "virtualmente" más tarde, y nos veremos mañana por la mañana, al término de esta noche de vigilia, para el momento más alto de nuestro encuentro, cuando se hará presente realmente el mismo Jesús en su Palabra y en el misterio de la Eucaristía. No obstante, desde ahora, quisiera daros jóvenes una cita en Sydney, donde dentro de un año tendrá lugar la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Lo sé, Australia está lejos y para los jóvenes italianos es literalmente el otro lado del mundo. Oremos para que el Señor, que cumple cada prodigio, conceda a muchos de vosotros estar allí. Lo conceda a mí, y lo conceda a vosotros. Es éste uno de los tantos sueños nuestros que esta noche rezando juntos confiaremos a María.