Vísperas
Catedral de Praga, Sábado 26 de septiembre de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Os dirijo a todos el saludo de san Pablo que hemos escuchado en la lectura breve: "Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre". Lo dirijo en primer lugar al cardenal arzobispo, a quien doy las gracias por sus cordiales palabras. Extiendo mi saludo a los demás cardenales y prelados presentes, a los sacerdotes y a los diáconos, a los seminaristas, a los religiosos y a las religiosas, a los catequistas y a los agentes pastorales, a los jóvenes y a las familias, a las asociaciones y a los movimientos eclesiales.

Nos encontramos reunidos esta tarde en un lugar muy querido por vosotros, que es signo visible de la fuerza de la gracia divina que actúa en el corazón de los creyentes. En efecto, la belleza de este templo milenario es testimonio vivo de la rica historia de fe y de tradición cristiana de vuestro pueblo; una historia iluminada, en particular, por la fidelidad de quienes han sellado su adhesión a Cristo y a la Iglesia con el martirio. Pienso en las figuras de los santos Wenceslao, Adalberto y Juan Nepomuceno, piedras miliares del camino de vuestra Iglesia, a los que se suman los ejemplos del joven san Vito, que prefirió el martirio antes que traicionar a Cristo, del monje san Procopio y de santa Ludmila. Pienso en la vicisitudes de dos arzobispos de esta Iglesia particular en el siglo pasado, los cardenales Josef Beran y Frantisek Tomásek, y de numerosos obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, que resistieron con heroica firmeza a la persecución comunista, llegando incluso al sacrificio de su vida. ¿De dónde sacaron la fuerza estos valientes amigos de Cristo sino del Evangelio? Sí. Se dejaron conquistar por Jesús, que dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16, 24). En la hora de la prueba oyeron resonar en el corazón esta otra afirmación suya: "Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20).

El heroísmo de los testigos de la fe recuerda que sólo el conocimiento personal y la unión profunda con Cristo proporcionan la energía espiritual para realizar plenamente la vocación cristiana. Sólo el amor de Cristo hace eficaz la acción apostólica, sobre todo en los momentos de dificultad y de prueba. El amor a Cristo y a los hermanos debe ser la característica de todo bautizado y de toda comunidad. En los Hechos de los Apóstoles leemos que "la multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32). Y Tertuliano, un autor de los primeros siglos, escribió que los paganos se maravillaban ante el amor que unía a los cristianos (cf. Apologeticum, XXXIX).

Queridos hermanos y hermanas, imitad al divino Maestro, que "no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45). Que el amor resplandezca en todas vuestras parroquias y comunidades, en las distintas asociaciones y movimientos. Que vuestra Iglesia, según la imagen de san Pablo, sea un cuerpo bien estructurado, que tenga a Cristo por Cabeza, y en el que cada miembro actúe en armonía con el todo. Alimentad el amor a Cristo con la oración y la escucha de su palabra; nutríos de él en la Eucaristía y sed, con su gracia, artífices de unidad y de paz en todos los ambientes.

Vuestras comunidades cristianas, tras el largo invierno de la dictadura comunista, volvieron a expresarse libremente hace veinte años cuando vuestro pueblo, con los acontecimientos que comenzaron con la manifestación estudiantil del 17 de noviembre de 1989, recobró su libertad. Pero notáis que tampoco hoy es fácil vivir y testimoniar el Evangelio. La sociedad lleva todavía las heridas causadas por la ideología atea, y a menudo se siente fascinada por la mentalidad moderna del consumismo hedonista, con una peligrosa crisis de valores humanos y religiosos, y la deriva de un creciente relativismo ético y cultural. En este contexto urge un compromiso renovado de todos los componentes eclesiales para reforzar los valores espirituales y morales en la vida de la sociedad actual.

Sé que vuestras comunidades ya están comprometidas en numerosos frentes, en particular en el ámbito caritativo con la Cáritas. Vuestra actividad pastoral ha de abrazar con particular celo el campo de la educación de las nuevas generaciones. Las escuelas católicas deben promover el respeto al hombre; es necesario prestar atención a la pastoral juvenil también fuera del ámbito escolar, sin descuidar los demás grupos de fieles. Cristo es para todos. Deseo de corazón un entendimiento cada vez mayor con las demás instituciones, tanto públicas como privadas. Las Iglesia –siempre es útil repetirlo– no pide privilegios, sino sólo poder trabajar libremente al servicio de todos y con espíritu evangélico.

Queridos hermanos y hermanas, el Señor os conceda ser como la sal de la que habla el Evangelio, la sal que da sabor a la vida, para ser obreros fieles en la viña del Señor. En primer lugar, os corresponde a vosotros, queridos obispos y sacerdotes, trabajar incansablemente por el bien de cuantos han sido confiados a vuestra solicitud. Inspiraos siempre en la imagen evangélica del buen Pastor, que conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, las conduce a un lugar seguro y está dispuesto a dar su vida por ellas (cf. Jn 10, 1-19).

Queridas personas consagradas, con la profesión de los consejos evangélicos recordáis el primado que Dios debe tener en la vida de todo ser humano y, viviendo en fraternidad, testimoniáis cuán enriquecedora es la práctica del mandamiento del amor (cf. Jn 13, 34). Fieles a esta vocación, ayudaréis a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo a dejarse conquistar por Dios y por el Evangelio de su Hijo (cf. Vita consecrata, 104).

Y vosotros, queridos jóvenes, que estáis en los seminarios o en las casas de formación, esforzaos por adquirir una sólida preparación cultural, espiritual y pastoral. Que en este Año sacerdotal, que convoqué para conmemorar el 150° aniversario de la muerte del santo cura de Ars, os sirva de ejemplo la figura de este pastor totalmente entregado a Dios y a las almas, plenamente consciente de que precisamente su ministerio, animado por la oración, era su camino de santificación.

Queridos hermanos y hermanas, este año recordamos con espíritu agradecido al Señor varios aniversarios: el 280° de la canonización de san Juan Nepomuceno; el 80° de la consagración de esta catedral dedicada a san Vito; y el 20° de la canonización de santa Inés de Praga, acontecimiento que anunció la liberación de vuestro país de la opresión atea. Son muchos motivos para proseguir el camino eclesial con alegría y entusiasmo, contando con la intercesión materna de María, Madre de Dios, y de todos vuestros santos protectores. Amén.