Carta del Prelado (mayo 2008)
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Hoy se celebra en la Iglesia universal la solemnidad de la Ascensión del Señor; en algunos sitios, por motivos pastorales, se traslada al domingo próximo. Como nos aconsejaba nuestro Padre, situémonos entre los Apóstoles y las santas mujeres, que son testigos de ese último misterio de la vida de Jesucristo en la tierra.
Es justo que la Santa Humanidad de Cristo reciba el homenaje, la aclamación y adoración de todas las jerarquías de los Ángeles y de todas las legiones de los bienaventurados de la Gloria1. Queremos unirnos de todo corazón a este ensalzamiento de nuestro Jesús. Sentimos la urgencia de asirnos con fuerza a la gracia de salvación que nos ha conseguido, y conscientes de que –como a los Doce– también a nosotros nos puede echar en cara nuestra poca fe2, le suplicamos que imprima en nuestro ser la grandeza de una vida nueva, la vida sobrenatural.
Nos ha dejado el Señor. Se nos ha ido al Cielo para prepararnos la mansión definitiva; desde allí, a la derecha del Padre, como repite la liturgia, la gratia Capitis, la gracia de la Cabeza llega a todos los miembros del Cuerpo místico. Antes de irse, nos ha encargado que vayamos por todo el mundo, sin miedo, sin respetos humanos, con fe y optimismo, a difundir sus enseñanzas3.
Resulta evidente la desproporción del encargo recibido, en comparación con nuestras fuerzas: ¡somos tan poca cosa para semejante empresa! Pero ¡qué seguridad nos infunde su promesa de que no nos dejará solos, de que nos enviará el Espíritu Santo para que seamos testigos suyos hasta el último confín de la tierra!4. La Ascensión del Señor supone, para cada una y para cada uno, un desafío extraordinario y una confianza total del Cielo.
Pero, tú y yo sentimos la orfandad: estamos tristes, y vamos a consolarnos con María5. Con estas palabras termina San Josemaría su comentario al segundo misterio glorioso. Vamos, pues, a consolarnos con nuestra Madre, para que Ella nos mantenga fieles, firmemente fieles, en este compromiso de dar testimonio de Cristo y de sus enseñanzas.
En gran parte del mundo, mayo se considera el mes de María por antonomasia. Recuerdo la ilusión con que San Josemaría se preparaba cada año, para dar a su vida en estas fechas un tono más especialmente mariano. Pensemos, ya desde ahora, qué flores nos proponemos ofrecer a Nuestra Señora en las próximas semanas: qué detalles de piedad en el trato con Jesús, su Hijo muy querido, y en el trato con Ella; qué mortificaciones en el trabajo, en las relaciones con los demás, en el cumplimiento de nuestros deberes familiares, profesionales y sociales. Aunque nos parezcan habitualmente cosas pequeñas, si las realizamos con amor y por amor, emanarán el bonus odor Christi6, el buen olor de Cristo que todo cristiano está llamado a desprender en su comportamiento, para que los demás también conozcan y amen a Jesús. ¿Has concretado ya tu plan personal para honrar a la Señora, durante estos días?
El mes de mayo viene lleno de fiestas de la Virgen y de recuerdos marianos de la historia del Opus Dei, que nos sirven para avivar los sentimientos filiales de nuestro corazón, a medida que transcurren las jornadas. Quisiera ayudaros con estas líneas.
Mañana, día 2, es el aniversario de aquella peregrinación con la que San Josemaría comenzó la costumbre de la Romería de mayo. Han transcurrido ya 73 años y, desde entonces, ¡cuántos millares y millares de visitas de hijas e hijos suyos ha recibido Nuestra Señora, en todo el mundo, siguiendo las huellas de la que entonces realizó nuestro Padre!
Cuidemos el carácter familiar que San Josemaría imprimió a esta Costumbre mariana del Opus Dei, desde el principio. Refiriéndose a la peregrinación del 2 de mayo de 1935, escribía años después: no era una romería tal como se entiende habitualmente. No era ruidosa ni masiva: íbamos tres personas. Respeto y amo esas otras manifestaciones públicas de piedad, pero personalmente prefiero intentar ofrecer a María el mismo cariño y el mismo entusiasmo, con visitas personales, o en pequeños grupos, con sabor de intimidad7.
¡Son tantas las intervenciones de la Virgen en favor de sus hijos! La mayor parte de las veces, se quedan en acciones que pasan ocultas en la historia de la humanidad, pero que iluminan interiormente la vida de sus destinatarios, les dan fuerzas para mejorar, para aspirar a la ardua –pero accesible– meta de la unión con Dios, la santidad. Esas intervenciones, y las respuestas generosas que suscitan, mostrarán toda su importancia cuando queden patentes en el último día. Esforcémonos por mirar todos los acontecimientos y circunstancias como nuestro Padre: con ojos de eternidad.
Pero, además, Nuestra Señora no escatima –así lo quiere Dios– sus intervenciones en favor de las criaturas, sobre todo en épocas de la historia en que los hombres se hallan más necesitados. Guadalupe, Lourdes, Fátima..., y otras manifestaciones marianas reconocidas por la Iglesia, constituyen sólo una pequeña muestra de esa solicitud de María, que se desborda sobre sus hijos indigentes; es la buena Madre que utiliza todos los recursos para movernos al arrepentimiento, para conducirnos de nuevo a Cristo, para meternos más en la intimidad divina.
El 13 de mayo recordamos una de esas manifestaciones: la primera aparición de la Santísima Virgen en Fátima. Que resuene en nuestros oídos el mensaje de oración, de conversión, de reparación por los pecados, que con tanta fuerza se difunde desde aquel santuario mariano. Como es lógico, agradecemos especialmente la protección que la Virgen dispensó al Papa Juan Pablo II, salvando su vida en el atentado del 13 de mayo de 1981; y rememoramos, también con gratitud, las muchas veces que San Josemaría se postró ante Ella en la capelinha, impetrando su auxilio maternal para la Iglesia, para la Obra, para todas las almas. Repitió frecuentemente que aquel lugar era su "refugio".
He hablado de Lourdes –se celebra este año el 150º aniversario de las apariciones–, y acuden a mi memoria las ocasiones en las que nuestro Fundador acudió a nuestra Madre en aquel rincón del Pirineo. Le pido que todos los fieles del Opus Dei, y las personas que se acercan a nuestros apostolados, cultivemos –como San Josemaría– el afán de crecer a diario en amor y devoción a la Virgen Santísima.
La advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, tan unida a la evangelización del Nuevo Mundo, se halla muy presente también en la historia mariana del Opus Dei. En los próximos días recordaremos la novena de San Josemaría a la Virgen en su Basílica de la Ciudad de México, del 16 al 24 de mayo de 1970, que fue la razón principal de su primer viaje al continente americano. Tuve la dicha –gracia especialísima de Dios lo considero– de acompañar a nuestro Padre en su oración por la Iglesia y por la Obra. Años después, a finales de abril de 1983, volví a Guadalupe, esta vez acompañando al queridísimo don Álvaro, para dar gracias a Nuestra Señora por haber escuchado la encendida plegaria de nuestro Padre.
Son innumerables las enseñanzas que podemos sacar de aquellos días de 1970. Ahora os invito a considerar la grandeza de corazón de nuestro Fundador. Recuerdo muy bien el último día de la novena, el 24 de mayo. Como todos los días, recitamos las tres partes del Rosario. Antes de rezar los misterios gloriosos, San Josemaría nos movió a encomendar las necesidades del mundo entero. Europa, Asia, África, América y Oceanía desfilaron ante nuestros ojos al hilo de las palabras de nuestro Padre, mientras dejábamos en las manos benditas de la Virgen las necesidades, preocupaciones y ansias de los millones de personas que pueblan la tierra. Imitémosle en este afán de extender los frutos de la Redención de Jesucristo por todos los lugares y entre todas las personas.
El 31 de mayo es también fiesta de nuestra Madre. En cuanto el Arcángel San Gabriel le comunicó el próximo nacimiento del Bautista, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel8. Ya tenéis en la imaginación esta escena, que contemplamos cada día en el segundo misterio gozoso del Rosario: la llegada de María, las palabras de Isabel, los saltos de júbilo del Bautista aún no nacido... Luego permaneció en casa de su prima unos tres meses, para ayudarle en todo lo que fuera necesario. ¡Cuánto puede la presencia de María! Comentando este hecho, San Ambrosio escribe: «Si sólo su entrada [en aquella casa] produjo un efecto tan grande que, con el saludo de María, el niño saltó de gozo en el seno materno y su madre se llenó del Espíritu Santo, ¿en cuánto valoraremos los efectos de la presencia de María durante tanto tiempo?»9.
Podemos aplicar a nuestra respuesta al Señor las palabras de este Padre y Doctor de la Iglesia. Si nos esforzamos por estar muy cerca de la Virgen Santísima, en el mes de mayo y siempre, ¡cuántas gracias se derramarán sobre nuestras almas! Entre otras, la alegría grande de sentirnos amigos e hijos de Dios.
La presencia de la Virgen en cada una de nuestras jornadas se convierte en la mejor escuela de oración. Lo afirmaba el Papa Benedicto XVI hace unos meses. San Lucas nos dice dos veces que la Virgen "guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón" (Lc 2, 19; cfr. (Lc 2, 51). Era una persona en coloquio con Dios, con la palabra de Dios, y también con los acontecimientos a través de los cuales Dios hablaba con Ella. El Magnificat es un "tejido" de palabras de la Sagrada Escritura, y nos muestra cómo María vivió en un coloquio permanente con la palabra de Dios y, así, con Dios mismo (...). Aprendamos de María a hablar personalmente con el Señor, ponderando y conservando en nuestra vida y en nuestro corazón la palabra de Dios, para que se convierta en verdadero alimento para cada uno. De este modo, María nos guía en una escuela de oración, en un contacto personal y profundo con Dios10.
Antes de terminar, quiero pediros que recéis por los fieles del Opus Dei que recibirán la ordenación sacerdotal, en Roma, el próximo día 24. Que el Señor, por la intercesión de su Santísima Madre, nos los haga santos, doctos y alegres.
En el mes que acaba de transcurrir, realicé dos breves viajes –uno a Inglaterra y otro a Austria– para alentar a los fieles y a los cooperadores de la Prelatura en su trabajo apostólico en servicio de la Iglesia. Con el recuerdo vivo de nuestro Padre y de don Álvaro, fui a rezar ante Nuestra Señora de Willesden, en Londres, y ante María Pötsch, en Viena. También en estos lugares –como en Aparecida, Luján, Lo Vásquez, etc.– San Josemaría puso toda la Obra bajo el manto de la Virgen. Aprendamos a seguir ese camino de seguro auxilio.
En Viena, prolongando la oración de San Josemaría en 1955, he acudido a la Stella Orientis pidiendo su ayuda en la tarea apostólica que ya estamos realizando en bastantes países del centro y del este de Europa, antes sujetos al comunismo, y en aquellos otros que nos están esperando: Rumania, Bulgaria, Ucrania, Bielorrusia... ¿Piensas acompañar a quienes acudan en romería a nuestra Madre, en el mundo? ¿Qué dirás a las personas que se mueven a tu alrededor, sobre la grandeza de la Virgen y su omnipotencia suplicante? ¿Has considerado cómo dirigir la mirada con mayor cariño a sus imágenes? ¿Desgranarás con más piedad las avemarías?
Ordinariamente, en esta fecha del 1 de mayo se celebra la memoria de San José Artesano. Me dirijo al Santo Patriarca para que nos enseñe a tener con su Esposa virginal muchas delicadezas a lo largo de las próximas semanas, y siempre.
Con todo cariño, os bendice
vuestro Padre
+ Javier
Roma, 1 de mayo de 2008.
1 San Josemaría, Santo Rosario, 2º misterio glorioso.
2 Cfr. Mc 16, 14.
3 Cfr. Mt 28, 19-20; Mc 16, 15.
4 Cfr. Jn 14, 15-18; Mt 28, 20.
5 San Josemaría, Santo Rosario, 2º misterio glorioso.
6 2Co 2, 15.
7 San Josemaría, Es Cristo que pasa, n 139.
8 Lc 1, 39-40.
9 San Ambrosio, Exposición del Evangelio de San Lucas, 2, 29.
10 Benedicto XVI, Encuentro con sacerdotes en Roma, 22-II-2007.