Carta del Prelado (mayo 2024)

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

El próximo día 19 celebraremos la solemnidad de Pentecostés, una ocasión para hacer especial memoria de la venida visible del Espíritu Santo sobre la Iglesia naciente. Bajo la forma de un fuego purificador y de un viento impetuoso, el Paráclito dio a los apóstoles una nueva sabiduría, un nuevo amor y un valiente impulso evangelizador.

A la vez, esa fiesta es una oportunidad para meditar, agradecer y abrir nuestras almas a la acción del Espíritu Santo, Amor infinito. Él, con la gracia santificante, nos va identificando más y más con Cristo y, en Cristo, nos hace más y más hijos de Dios Padre.

Como preparación a la fiesta de Pentecostés, nos puede ayudar meditar de nuevo durante los próximos días este texto de san Pablo: «Los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Porque no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: "Abbá, Padre"» (Rm 8, 14-15). Me vienen inmediatamente al pensamiento, y seguro que a muchos de vosotros también, estas palabras de nuestro Padre, en las que relataba un acontecimiento que tuvo lugar en un tranvía de Madrid el 16 de octubre de 1931: «Sentí la acción del Señor, que hacía germinar en mi corazón y en mis labios, con la fuerza de algo imperiosamente necesario, esta tierna invocación: Abba! Pater!» (Carta 9-I-1959).

Así nació, en el corazón de san Josemaría, el sentido de la filiación divina como fundamento del espíritu de la Obra. Filiación que se continúa necesariamente en la correspondiente fraternidad en la Iglesia –y en la Obra como pequeña parte de la Iglesia– y en el impulso apostólico.

Todo esto y mucho más sobre el Espíritu Santo y la filiación divina lo habréis leído y meditado tantas veces. Pero no nos cansemos de contemplar y agradecer esta realidad sobrenatural. Podemos procurar vivirla con renovada esperanza, para que, con la ayuda del Señor, nuestro ser hijas e hijos de Dios en Cristo por el Espíritu Santo lo podamos vivir también, cada vez más, en el amor fraterno y en el servicio a los demás.

Como os recuerdo con frecuencia, cuento con la oración de cada una y de cada uno, cor unum et anima una (Hch 4, 32) –es cosa de todos– por el estudio en curso sobre nuestros Estatutos. A principio de este mes tuvo lugar una primera reunión de cuatro miembros del Dicasterio y cuatro canonistas del Opus Dei, tres profesores y una profesora. Está prevista una segunda reunión de este tipo a finales de junio y seguramente se continuará ya después del verano. Se trata de perfilar, del mejor modo posible, los Estatutos de la Obra, siguiendo la indicación dada por el Papa de "tutelar el carisma" (Ad charisma tuendum), es decir salvaguardando sus elementos esenciales (carácter secular y principalmente laical, unidad de vocación entre laicos –hombres y mujeres– y sacerdotes, etc.). La solemnidad de Pentecostés nos ayuda a confiarnos a la acción del Paráclito también a través de estos trabajos, al tiempo que los vivimos, cada uno y como familia, con ese espíritu de filiación del que os hablaba más arriba.

El próximo día 25 tendrá lugar, si Dios quiere, la ordenación sacerdotal de veintinueve hermanos vuestros de la Obra: que estén también muy presentes en nuestra oración durante estos próximos días.

Celebraremos Pentecostés en medio del mes de mayo. Quizá nos ayude considerar que la santísima Virgen, en cuanto medianera de toda gracia, es –en expresión de san Andrés de Creta– «la madre de quien proviene sobre todos el Espíritu» (Homilía mariana II).

Con todo cariño os bendice vuestro Padre

Fernando

Roma, 15 de mayo de 2024