Queridísimos: ¡Que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Mañana celebraremos la Asunción de Nuestra Señora. Una gran fiesta de familia –de la familia que es la Iglesia–, que eleva nuestro pensamiento y nuestra esperanza a la gloria del cielo.
Consideremos que la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, no está lejos de nosotros; al contrario, en Dios y desde Dios, está junto a los innumerables hermanos de su Hijo Jesús y, así, intercede por cada una y por cada uno ante el Señor. Ella es verdaderamente spes nostra, nuestra esperanza.
¡Cuántas veces resuena en nuestras almas aquel spe gaudentes de san Pablo (Rm 12, 12)! Esperanza y alegría que, con el fundamento de la fe, hacen posible vivir -como decía san Josemaría- «a la vez en el cielo y en la tierra»: con la cabeza muy metida en Dios -siendo almas contemplativas- y los pies bien asentados en la tierra (en la familia, en el trabajo, en todas las realidades humanas nobles).
Lo que une en nosotros el cielo y la tierra es sobre todo la caridad, el amor; un amor que es muy agradable a Dios cuando se manifiesta en el servicio a los demás.
Seguid acompañándome con vuestra oración en este viaje americano, ya muy avanzado. La última etapa, que estaba prevista en Venezuela, se reprogramará para más adelante. Por esto deseo enviar una bendición especial a vuestros hermanos y hermanas de esa nación y pediros que continuemos rezando por todos los venezolanos.
Con mucho cariño os bendice vuestro Padre
Fernando
Bogotá, 14 de agosto de 2024