ÁNGELUS
Domingo 29 de octubre de 2017

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este domingo la liturgia nos presenta un pasaje evangélico breve, pero muy importante (cf. Mt 22, 34-40). El evangelista Mateo cuenta que los fariseos se reúnen para poner a prueba a Jesús. Uno de ellos, un doctor de la ley, le dirige esta pregunta: «Maestro ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» (v. 36). Es una pregunta insidiosa, porque en la ley de Moisés se mencionan más de seiscientos preceptos. ¿Cómo distinguir, entre todos esos, el gran mandamiento? Pero Jesús no duda y responde: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Y añade: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». (vv. 37.39)

Esta respuesta de Jesús no se da por sentada, porque, entre los múltiples preceptos de la ley judía, los más importantes eran los diez Mandamientos, comunicados directamente por Dios a Moisés, como condiciones del pacto de alianza con el Pueblo. Pero Jesús quiere hacer entender que sin el amor por Dios y por el prójimo no hay verdadera fidelidad a esta alianza con el Señor. Tú puedes hacer muchas cosas buenas, cumplir tantos preceptos, tantas cosas buenas, pero si tú no tienes amor, eso no sirve.

Lo confirma otro texto del Libro del Éxodo, llamado «código de la alianza», donde se dice que no se puede estar en la Alianza del Señor y maltratar a aquellos que gozan de su protección. Y, ¿quiénes son estos que gozan de su protección? Dice la Biblia: la viuda, el huérfano y el extranjero, el migrante, es decir las personas más solas e indefensas. (cf. Ex 22, 20-21). Respondiendo a aquellos fariseos que le habían preguntado, Jesús intenta también ayudarles a poner orden en su religiosidad, a reestablecer aquello que verdaderamente cuenta y aquello que es menos importante. Dice Jesús: «De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas» (Mt 22, 40). Son los más importantes y los demás dependen de estos dos. Y Jesús vivió precisamente así su vida: predicando y obrando aquello que verdaderamente cuenta y es esencial, es decir, el amor. El amor da impulso y fecundidad a la vida y al camino de fe: sin amor, tanto la vida como la fe permanecen estériles.

Aquello que Jesús propone en esta página evangélica es un ideal estupendo, que corresponde al deseo más auténtico de nuestro corazón. De hecho, hemos sido creados para amar y ser amados. Dios, que es amor, nos ha creado para hacernos partícipes de su vida, para ser amados por Él y para amarlo y para amar con Él a todas las demás personas. Este es el «sueño» de Dios para el hombre. Y para realizarlo necesitamos de su gracia, necesitamos recibir en nosotros la capacidad de amar que proviene de Dios mismo. Jesús se ofrece a nosotros en la Eucaristía precisamente por esto. En ella nosotros recibimos a Jesús en la expresión máxima de su amor, cuando Él se ofreció a sí mismo al Padre para nuestra salvación. Que la Virgen Santa nos ayude a acoger en nuestra vida el «gran mandamiento» del amor de Dios y del prójimo. De hecho, incluso si lo conocemos desde que éramos niños, no terminaremos nunca de convertirnos a ello y de ponerlo en práctica en las diversas situaciones en las que nos encontramos.