Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, domingo después de Pentecostés, celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Una fiesta para contemplar y alabar el misterio del Dios de Jesucristo, que es Uno en la comunión de tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Para celebrar con asombro siempre nuevo Dios-Amor, que nos ofrece gratuitamente su vida y nos pide difundirla en el mundo.
La lecturas bíblicas de hoy nos hacen entender que Dios no quiere tanto revelarnos que Él existe, sino más bien que es el «Dios con nosotros», cerca de nosotros, que nos ama, que camina con nosotros, está interesado en nuestra historia personal y cuida de cada uno, empezando por los más pequeños y necesitados. Él «es Dios allá arriba en el cielo» pero también «aquí abajo en la tierra» (cf. Dt 4, 39). Por tanto, nosotros no creemos en una entidad lejana, ¡no! En una entidad indiferente, ¡no! Sino, al contrario, en el Amor que ha creado el universo y ha generado un pueblo, se ha hecho carne, ha muerto y resucitado por nosotros, y como Espíritu Santo todo transforma y lleva a plenitud.
San Pablo (cf. Rm 8, 14-17), que en primera persona ha experimentado esta transformación realizada por el Dios-Amor, nos comunica su deseo de ser llamado Padre, es más «Papá» –Dios es «nuestro Papá»–, con la total confianza de un niño que se abandona en los brazos de quien le ha dado la vida. El Espíritu Santo –recuerda el apóstol– actuando en nosotros hace que Jesucristo no se reduzca a un personaje del pasado, no, sino que lo sentimos cerca, nuestro contemporáneo, y experimentamos la alegría de ser hijos amados por Dios. Finalmente, en el Evangelio, el Señor resucitado promete permanecer con nosotros para siempre. Y precisamente gracias a esta presencia suya y a la fuerza de su Espíritu podemos realizar con serenidad la misión que Él nos confía. ¿Cuál es la misión? Anunciar y testimoniar a todos su Evangelio y así dilatar la comunión con Él y la alegría que se deriva. Dios, caminando con nosotros, nos llena de alegría y la alegría es un poco el primer lenguaje del cristiano. Por tanto, la fiesta de la Santísima Trinidad nos hace contemplar el misterio de Dios que incesantemente crea, redime y santifica, siempre con amor y por amor, y a cada criatura que lo acoge le da la posibilidad de reflejar un rayo de su belleza, bondad y verdad. Él desde siempre ha elegido caminar con la humanidad y formar un pueblo que sea bendición para todas las naciones y para cada persona, ninguna excluida. El cristiano no es una persona aislada, pertenece a un pueblo: este pueblo que forma Dios. No se puede ser cristiano sin tal pertenencia y comunión. Nosotros somos pueblo: el Pueblo de Dios. Que la Virgen María nos ayude a cumplir con alegría la misión de testimoniar al mundo, sediento de amor, que el sentido de la vida es precisamente el amor infinito, el amor concreto del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.