ÁNGELUS
Domingo, 27 de octubre de 2019

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La misa celebrada esta mañana en San Pedro ha concluido la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica. La primera lectura, del Libro del Eclesiástico, nos ha recordado el punto de partida de este camino: la plegaria del pobre, que «sube hasta las nubes», porque (el Señor) «la plegaria del agraviado escucha» (Si 35, 16.13). El grito de los pobres, junto con el de la tierra, llegó a nosotros desde el Amazonas. Pasadas estas tres semanas no podemos hacer como que no lo hemos oído. Las voces de los pobres, junto con las de muchos otros dentro y fuera de la Asamblea sinodal ?Pastores, jóvenes, científicos? nos presionan para no permanecer indiferentes. A menudo hemos escuchado la frase "más tarde es demasiado tarde": esta frase no puede seguir siendo un eslogan.

¿Qué ha sido el Sínodo? Ha sido, como dice la palabra, un caminar juntos, reconfortados por el valor y las consolaciones que vienen del Señor. Hemos caminado mirándonos a los ojos y escuchándonos, con sinceridad, sin ocultar las dificultades, experimentando la belleza de seguir adelante juntos, al servicio de los demás. El Apóstol Pablo nos alienta en esto en la segunda lectura de hoy: en un momento dramático para él, sabiendo que está «a punto de ser derramado en libación ?es decir, ejecutado? y que el momento de su partida es inminente» (cf. 2Tm 4, 6), escribe en ese momento: «Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles» (v.17). Este es el último deseo de Pablo: no se trata de algo para sí mismo o para uno de los suyos, sino para el Evangelio, para que sea proclamado a todas las naciones. Esto es lo primero y lo que más importa. Cada uno de nosotros debe haberse preguntado muchas veces qué hacer de bueno por la propia vida; hoy es el momento, preguntémonos: "Yo, ¿qué puedo hacer de bueno por el Evangelio?".

En el Sínodo nos hemos hecho esta pregunta, deseosos de abrir nuevos caminos para el anuncio del Evangelio. Sólo se proclama lo que se vive. Y para vivir de Jesús, para vivir del Evangelio, uno debe salir de sí mismo. Nos sentimos impulsados a salir al mar, a dejar las cómodas orillas de nuestros puertos seguros para adentrarnos en aguas profundas: no en las aguas pantanosas de las ideologías, sino en el mar abierto en el que el Espíritu nos invita a echar nuestras redes.

Para el camino que viene, invoquemos a la Virgen María, venerada y amada como Reina de la Amazonía. No ha sido proclamada reina por conquista, sino que se ha "inculturado": con el humilde coraje de la madre se ha convertido en la protectora de sus hijos, en la defensora de los oprimidos. Siempre yendo a la cultura de los pueblos. No hay una cultura estándar, no hay una cultura pura, que purifique a los demás; está el Evangelio, puro, que se incultura. A ella, que en una pobre casa de Nazaret cuidaba de Jesús, le confiamos a los hijos más pobres y nuestra casa común.