Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la liturgia de hoy nos presenta las tres parábolas de la misericordia (cf. Lc 15, 4-32), se llaman así porque muestran el corazón misericordioso de Dio. Jesús las relata en respuesta a las murmuraciones de los fariseos y de los escribas, que decían: "Este acoge a los pecadores y come con ellos" (v. 2), se escandalizaban porque Jesús estaba entre pecadores. Si para ellos esto es religiosamente escandaloso, Jesús, al acoger a los pecadores y comer con ellos, nos revela que Dios es justamente así: no excluye a nadie, desea que todos estén en su banquete, porque ama a todos como a hijos, a todos, nadie está excluido, nadie. Las tres parábolas, pues, resumen el corazón del Evangelio: Dios es Padre y viene a buscarnos cada vez que nos hemos extraviado.
De hecho, los protagonistas de las parábolas, que representan a Dios, son un pastor que busca a la oveja perdida, una mujer que encuentra la moneda perdida y el padre del hijo pródigo. Detengámonos en un aspecto común a estos tres protagonistas. Los tres, en el fondo, tienen un aspecto común que podríamos definir así: la inquietud por aquello que les falta, te falta la oveja, te falta la moneda, te falta el hijo. La inquietud por lo que falta, y los tres en estas parábolas están inquietos porque les falta algo. Los tres, en el fondo, si hicieran un poco de cálculos, podrían estar tranquilos: al pastor le falta una oveja, pero tiene otras noventa y nueve, que se pierda; a la mujer le falta una moneda, pero tiene otras nueve; e incluso el Padre tiene otro hijo, que es obediente, al cual dedicarse ¿por qué pensar en este que se ha ido para entregarse a una vida licenciosa? En cambio, en sus corazones –del pastor, de la mujer y del padre– hay inquietud por aquello que les falta: la oveja, la moneda, el hijo que se ha ido. El que ama se preocupa por quien falta, siente nostalgia por el que está ausente, busca al que está perdido, espera al que se ha alejado. Porque quiere que nadie se pierda.
Hermanos y hermanas, así es Dios: no se queda "tranquilo" si nos alejamos de Él, se aflige, se estremece en lo más íntimo y se pone a buscarnos, hasta que nos vuelve a tener en sus brazos. El Señor no calcula la pérdida y los riesgos, tiene un corazón de padre y madre, y sufre por la ausencia sus hijos amados. "Pero, ¿por qué sufre, si este hijo es un desgraciado, se fue" Sufre, sufre. Dios sufre por nuestra lejanía, y cuando nos perdemos, espera nuestro regreso. Recordemos: Dios nos espera siempre con los brazos abiertos, sea cual sea la situación de la vida en la que nos hayamos perdido. Como dice un salmo, Él no duerme, siempre vela por nosotros (cf. Sal 121, 4-5).
Mirémonos ahora a nosotros mismos y preguntémonos: ¿Imitamos al Señor en esto, es decir, tenemos la inquietud por aquello que nos falta? ¿Sentimos nostalgia por quien está ausente, por quien se ha alejado de la vida cristiana? ¿Tenemos esta inquietud interior, o nos mantenemos serenos e imperturbables entre nosotros? En otras palabras, ¿realmente echamos de menos a quien falta en nuestra comunidad o lo aparentamos y no nos toca el corazón? ¿El que falta en mi vida, falta de verdad? ¿O estamos cómodos entre nosotros, tranquilos y dichosos en nuestros grupos, "no, yo voy a un grupo apostólico, muy bueno…" sin tener compasión por quien está lejos? ¡No se trata solo de estar "abiertos a los demás", es el Evangelio! El pastor de la parábola no dijo: "Ya tengo noventa y nueve ovejas, ¿quién me obliga a ir a buscar la perdida a perder el tiempo?". Por el contrario, él fue. Reflexionemos, pues, sobre nuestras relaciones: ¿Rezo por quien no cree, por el que está lejos, por el que está amargado? ¿Atraemos a los alejados por medio del estilo de Dios, este estilo de Dios que es cercanía, compasión y ternura? El Padre nos pide que estemos atentos a los hijos que más echa de menos. Pensemos en alguna persona que conozcamos, que esté cerca de nosotros y que quizá nunca haya escuchado a nadie decirle: "¿Sabes? Tú eres importante para Dios". "Pero, por favor, yo estoy en situación irregular, he hecho aquello que es feo, y eso otro…". Tú eres importante para Dios: hay que decirlo. Tú no lo buscas, pero Él te busca.
Dejémonos inquietar, seamos hombres y mujeres de corazón inquieto, dejémonos inquietar por estas preguntas y recemos a la Virgen, la madre que no se cansa de buscarnos y de cuidar de nosotros, sus hijos.