Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, en el Evangelio Jesús dice a Simón, uno de los Doce: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18). Pedro es un nombre que tiene varios significados: puede significar roca, piedra o simplemente piedrita. Y, en efecto, si nos fijamos en la vida de Pedro, encontramos un poco de estos tres aspectos de su nombre.
Pedro es una roca: en muchos momentos se muestra fuerte y firme, auténtico y generoso. Lo deja todo para seguir a Jesús (cf. Lc 5, 11), lo reconoce como Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16, 16), se sumerge en el mar para ir rápidamente al encuentro del Resucitado (cf. Jn 21, 7). Luego, con franqueza y valentía, proclama a Jesús en el Templo, antes y después de ser arrestado y azotado (cf. Hch 3, 12-26; Hch 5, 25-42). La tradición nos habla también de su firmeza ante el martirio, que tuvo lugar aquí (cf. Clemente Romano, Carta a los Corintios, V, 4).
Pero Pedro es también una piedra: es una roca y también una piedra, apta para ofrecer apoyo a los demás: una piedra que, cimentada en Cristo, sirve de apoyo a los hermanos para la edificación de la Iglesia (cf. 1P 2, 4-8; Ef 2, 19-22). También esto lo encontramos en su vida: responde a la llamada de Jesús junto con Andrés, su hermano, Santiago y Juan (cf. Mt 4, 18-22); confirma la voluntad de los Apóstoles de seguir al Señor (cf. Jn 6, 68); se preocupa por los que sufren (cf. Hch 3, 6); promueve y anima el anuncio común del Evangelio (cf. Hch 15, 7-11). Es una "piedra", es un punto de referencia fiable para toda la comunidad.
Pedro es roca, es piedra y también una piedrita: a menudo emerge su pequeñez. A veces no comprende lo que hace Jesús (cf. Mc 8, 32-33; Jn 13, 6-9); ante su arresto, se deja vencer por el miedo y lo niega, luego se arrepiente y llora amargamente (cf. Lc 22, 54-62), pero no encuentra el valor de permanecer bajo la cruz. Se esconde con los demás en el cenáculo, por miedo a ser apresado (cf. Jn 20, 19). En Antioquía se avergüenza de estar con los paganos convertidos –y Pablo le pide coherencia al respecto (cf. Ga 2, 11-14)–; por último, según la tradición del Quo vadis, intenta huir ante el martirio, pero se encuentra con Jesús en el camino y encuentra el valor para volver atrás.
En Pedro está todo esto: la fuerza de la roca, la fiabilidad de la piedra y la pequeñez de una simple piedrita. No es un superhombre: es un hombre como nosotros, como uno de nosotros, que dice "sí" a Jesús con generosidad en su imperfección. Pero también en él –como en Pablo y en todos los santos– aparece que es Dios quien nos hace fuertes con su gracia, nos une con su caridad y nos perdona con su misericordia. Y es con esta humanidad verdadera con la que el Espíritu forma la Iglesia. Pedro y Pablo eran personas reales, y nosotros, hoy más que nunca, necesitamos personas reales.
Ahora, miremos en nuestro interior y hagámonos algunas preguntas partiendo de la roca, de la piedra y de la piedrita. A partir de la roca: ¿hay en nosotros ardor, celo, pasión por el Señor y por el Evangelio, o es algo que se desmorona fácilmente? Y luego, ¿somos piedras, no piedras de tropiezo, sino piedras de construcción para la Iglesia? ¿Trabajamos por la unidad, nos interesamos por los demás, especialmente por los más débiles? Por último, pensando en la piedrita: ¿somos conscientes de nuestra pequeñez? Y sobre todo: en nuestras debilidades, ¿nos confiamos al Señor, que realiza grandes cosas con los que son humildes y sinceros?
María, Reina de los Apóstoles, ayúdanos a imitar la fortaleza, generosidad y humildad de los santos Pedro y Pablo.