Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy relata la vocación de los primeros discípulos (cfr Mc 1, 14-20). Llamar a los demás para unirse a su misión es una de las primeras cosas que Jesús cumple al comienzo de la vida pública: se acerca a algunos jóvenes pescadores y los invita a seguirlo: «Síganme y los haré pescadores de hombres» (v. 17). Y esto nos dice una cosa muy importante: el Señor ama implicarnos en su obra de salvación, nos quiere activos col Él, nos quiere responsables y protagonistas. Un cristiano que no es activo, que no es responsable en la obra de anunciar al Señor, y que no es protagonista de su fe, no es un cristiano o, como decía mi abuela, es un cristiano "al agua de rosas", superficial.
Por sí mismo, Dios no tendría por qué hacerlo, pero lo hace, a pesar de que implica asumir tantas de nuestras limitaciones: todos somos limitados, de verdad pecadores, y Él carga con nuestros pecados. Fijémonos, por ejemplo, en cuánta paciencia tuvo con los discípulos: a menudo no comprendían sus palabras (cfr Lc 9, 51-56), a veces no se llevaban bien entre ellos (cfr Mc 10, 41), durante mucho tiempo no lograron acoger aspectos esenciales de su predicación, por ejemplo, el servicio (cfr Lc 22, 27). Sin embargo, Jesús los eligió y siguió creyendo en ellos. Esto es importante, el Señor nos eligió para ser cristianos. Y nosotros somos pecadores, cometemos una tras otra, pero el Señor sigue creyendo en nosotros. Esto es maravilloso.
De hecho, llevar la salvación de Dios a todos ha sido por Jesús la felicidad más grande, la misión, el sentido de su existencia (cfr Jn 6, 38) o, como Él dice, su alimento (cfr Jn 4, 34). Y en cada palabra y acción con la que nos unimos a Él, en la hermosa aventura de donar amor, se multiplican la luz y la alegría (cfr Is 9, 2): no sólo a nuestro alrededor, sino también en nosotros. Anunciar el Evangelio, entonces, no es tiempo perdido: es ser más felices ayudando a los demás; es liberarse de sí mismo ayudando a los demás a ser libres; ¡es hacerse mejores ayudando a los demás a ser mejores!
Preguntémonos, entonces: ¿me detengo de vez en cuando a recordar la alegría que creció en mí y alrededor de mí cuándo acogí la llamada a conocer y a testimoniar a Jesús? Y cuándo rezo, ¿doy gracias al Señor por haberme llamado a hacer felices a los demás? Y finalmente: ¿deseo hacer gustar a alguien, con mi testimonio y mi alegría, hacer gustar lo hermoso que es amar a Jesús?
Que la Virgen María nos ayude a gustar la alegría del Evangelio.
Después del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas!
Los próximos meses nos conducirán a la apertura de la Puerta Santa, con la que comenzaremos el Jubileo. Les pido que intensifiquen la oración para prepararnos a vivir bien este acontecimiento de gracia y experimentar la fuerza de la esperanza de Dios. Por eso comenzamos hoy el Año de la oración, un año dedicado a redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de la oración en la vida personal, en la vida de la Iglesia y en el mundo. Nos ayudarán también los subsidios que el Dicasterio para la Evangelización pondrá a nuestra disposición.