Ser misericordiosos como el Padre significa seguir a Jesús en el camino del servicio.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nos estamos acercando a la fiesta de Pascua, misterio central de nuestra fe. El evangelio de Juan –como hemos escuchado– narra que antes de morir y resucitar por nosotros, Jesús realizó un gesto que quedó esculpido en la memoria de los discípulos: el lavatorio de los pies. Un gesto inesperado y sorprendente, al punto que Pedro no quería aceptarlo. Quisiera detenerme en las palabras finales de Jesús: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? […] Pues si yo, el Señor y el Maestro os he lavado los pies, vosotros también deberéis lavaros los pies unos a los otros» (Jn 13, 12.14). De este modo Jesús les indica a sus discípulos el servicio como el camino que es necesario recorrer para vivir la fe en Él y dar testimonio de su amor. El mismo Jesús ha aplicado a sí la imagen del «Siervo de Dios» utilizada por el profeta Isaías. ¡Él que es el Señor, se hace siervo!
Lavando los pies a los apóstoles, Jesús quiso revelar el modo de actuar de Dios en relación a nosotros, y dar el ejemplo de su «mandamiento nuevo» (Jn 13, 34) de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, o sea dando la vida por nosotros. El mismo Juan lo escribe en su Primera Carta: «En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos […] Hijos míos, no amemos de palabras ni de boca, sino con obras y según la verdad (1Jn 3, 16.18).
El amor, por lo tanto, es el servicio concreto que nos damos los unos a los otros. El amor no son palabras, son obras y servicio; un servicio humilde, hecho en el silencio y escondido, como Jesús mismo dijo: «Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha» (Mt 6, 3). Esto comporta poner a disposición los dones que el Espíritu Santo nos ha dado, para que la comunidad pueda crecer (cf. 1Co 12, 4-11). Además se expresa en el compartir los bienes materiales, para que nadie tenga necesidad. Este gesto de compartir y de dedicarse a los necesitados es un estilo de vida que Dios sugiere también a muchos no cristianos, como un camino de auténtica humanidad.
Por último, no nos olvidemos que lavando los pies a los discípulos y pidiéndoles que hagan lo mismo, Jesús también nos ha invitado a confesarnos mutuamente nuestras faltas y a rezar los unos por los otros, para saber perdonarnos de corazón. En este sentido, recordamos las palabras del santo obispo Agustín cuando escribía: «No desdeñe el cristiano hacer lo que hizo Cristo. Porque cuando el cuerpo se inclina hasta los pies del hermano, también el corazón se enciende, o si ya estaba se alimenta el sentimiento de humildad […] Perdonémonos mutuamente nuestros errores y recemos mutuamente por nuestras culpas y así de algún modo nos lavaremos los pies mutuamente» (In Joh 58, 4-5). El amor, la caridad es el servicio, ayudar a los demás, servir a los demás. Hay mucha gente que pasa la vida así, sirviendo a los otros. La semana pasada recibí una carta de una persona que me agradecía por el Año de la Misericordia; me pedía rezar por ella, para que pudiera estar más cerca del Señor. La vida de esta persona es cuidar a la mamá y al hermano: la mamá en cama, anciana, lúcida pero no se puede mover y el hermano es discapacitado, en una silla de ruedas. Esta persona, su vida es servir, ayudar. ¡Y esto es amor! ¡Cuando te olvidas de ti mismo y piensas en los demás, esto es amor! Y con el lavatorio de los pies el Señor nos enseña a ser servidores, más aún: siervos, como Él ha sido siervo para nosotros, para cada uno de nosotros.
Por lo tanto, queridos hermanos y hermanas, ser misericordiosos como el Padre, significa seguir a Jesús en el camino del servicio. Gracias.