9. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Con la audiencia de hoy concluimos el itinerario sobre las Bienaventuranzas del Evangelio. Como hemos escuchado, la última proclama la alegría escatológica de los perseguidos por la justicia.
Esta bienaventuranza anuncia la misma felicidad que la primera: el Reino de los cielos es de los perseguidos así como de los pobres de espíritu; así comprendemos que hemos llegado al final de un itinerario unificado jalonado por los anuncios precedentes.
La pobreza de espíritu, el llanto, la mansedumbre, la sed de santidad, la misericordia, la purificación del corazón y las obras de paz pueden conducir a la persecución por causa de Cristo, pero esta persecución al final es causa de alegría y de gran recompensa en el cielo. El sendero de las Bienaventuranzas es un camino pascual que lleva de una vida según el mundo a una vida según Dios, de una existencia guiada por la carne –es decir, por el egoísmo– a una guiada por el Espíritu.
El mundo, con sus ídolos, sus compromisos y sus prioridades, no puede aprobar este tipo de existencia. Las "estructuras de pecado" 1, a menudo producidas por la mentalidad humana, tan ajenas al Espíritu de verdad que el mundo no puede recibir (cf. Jn 14, 17), no pueden por menos que rechazar la pobreza o la mansedumbre o la pureza y declarar la vida según el Evangelio como un error y un problema, por lo tanto como algo que hay que marginar. Así piensa el mundo : "Estos son idealistas o fanáticos…". Así es como piensan.
Si el mundo vive en base al dinero, cualquiera que demuestre que la vida se puede realizar en el don y la renuncia se convierte en una molestia para el sistema de la codicia. Esta palabra "molestia" es clave, porque el testimonio cristiano de por sí, que hace tanto bien a tanta gente porque lo sigue, molesta a los que tienen una mentalidad mundana. Lo viven como un reproche. Cuando aparece la santidad y emerge la vida de los hijos de Dios, en esa belleza hay algo incómodo que llama a adoptar una postura: o dejarse cuestionar y abrirse a la bondad o rechazar esa luz y endurecer el corazón, hasta el punto de la oposición y el ensañamiento (cf. Sab 2, 14-15). Es curioso, llama la atención ver cómo, en la persecución de los mártires, la hostilidad crece hasta el ensañamiento. Basta con ver las persecuciones del siglo pasado, de las dictaduras europeas: cómo se llega al ensañamiento contra los cristianos, contra el testimonio cristiano y contra la heroicidad de los cristianos.
Pero esto muestra que el drama de la persecución es también el lugar de la liberación del sometimiento al éxito, a la vanagloria y a los compromisos del mundo. ¿De qué se alegra el que es rechazado por el mundo a causa de Cristo? Se alegra de haber encontrado algo más valioso que el mundo entero. Porque «¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?» (Mc 8, 36). ¿Qué ventaja hay?
Es doloroso recordar que, en este momento, hay muchos cristianos que sufren persecución en varias partes del mundo, y debemos esperar y rezar para que su tribulación se detenga cuanto antes. Son muchos: los mártires de hoy son más que los mártires de los primeros siglos. Expresemos a estos hermanos y hermanas nuestra cercanía: somos un solo cuerpo, y estos cristianos son los miembros sangrantes del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
Pero también debemos tener cuidado de no leer esta bienaventuranza en clave victimista, auto- conmiserativa. En efecto, el desprecio de los hombres no siempre es sinónimo de persecución: precisamente poco después Jesús dice que los cristianos son la «sal de la tierra», y advierte contra la "pérdida del sabor", de lo contrario la sal «no sirve para otra cosa que para ser tirada y pisoteada por los hombres» (Mt 5, 13). Por lo tanto, también hay un desprecio que es culpa nuestra cuando perdemos el sabor de Cristo y el Evangelio.
Debemos ser fieles al sendero humilde de las Bienaventuranzas, porque es el que lleva a ser de Cristo y no del mundo. Vale la pena recordar el camino de San Pablo: cuando se creía un hombre justo, era de hecho un perseguidor, pero cuando descubrió que era un perseguidor, se convirtió en un hombre de amor, que afrontaba con alegría los sufrimientos de las persecuciones que sufría (cf. Col 1, 24).
La exclusión y la persecución, si Dios nos concede la gracia, nos asemejan a Cristo crucificado y, asociándonos a su pasión, son la manifestación de la vida nueva. Esta vida es la misma que la de Cristo, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación fue "despreciado y rechazado por los hombres" (cf. Is 53, 3; Hch 8, 30-35). Acoger su Espíritu puede llevarnos a tener tanto amor en nuestros corazones como para ofrecer nuestras vidas por el mundo sin comprometernos con sus engaños y aceptando su rechazo. Los compromisos con el mundo son el peligro: el cristiano siempre está tentado de hacer compromisos con el mundo, con el espíritu del mundo. Esta –rechazar los compromisos y seguir el camino de Jesucristo– es la vida del Reino de los Cielos, la alegría más grande, la felicidad verdadera . Y luego, en las persecuciones siempre está la presencia de Jesús que nos acompaña, la presencia de Jesús que nos consuela y la fuerza del Espíritu que nos ayuda a avanzar. No nos desanimemos cuando una vida coherente con el Evangelio atrae las persecuciones de la gente: existe el Espíritu que nos sostiene en este camino.