La primera pregunta la presentó la hermana Fulvia Sieni, agustina del monasterio de los Santos Cuatro Coronados: «Los monasterios viven un delicado equilibrio entre vida oculta y visibilidad, clausura y participación en la vida diocesana, silencio orante y Palabra que anuncia. ¿De qué modo un monasterio urbano puede enriquecerse y dejarse enriquecer por la vida espiritual de la diócesis y por otras formas de vida consagrada manteniéndose firme en sus normas monásticas?
Usted habla de un delicado equilibrio entre vida oculta y visibilidad. Yo diré algo más: una tensión entre vida oculta y visibilidad. La vocación monástica es esta tensión, tensión en el sentido vital, tensión de fidelidad. El equilibrio se puede entender cómo «equilibramos, tanto de esta parte como de la otra...». En cambio, la tensión es la llamada de Dios hacia la vida oculta y la llamada de Dios a hacerse visibles de un cierto modo. ¿Pero cómo debe ser esa visibilidad y cómo debe ser esa vida oculta? Es la tensión que vosotras vivís en vuestra alma. Y esta es vuestra vocación: sois mujeres «en tensión»: en tensión entre esta actitud de buscar al Señor y ocultarse en el Señor, y esta llamada a dar un signo. Los muros del monasterio no son suficientes para dar ese signo. Recibí una carta, hace 6-7 meses, de una religiosa de clausura que había comenzado a trabajar con los pobres, en la portería; y luego salió a trabajar afuera con los pobres; y luego siguió adelante, más y más, y al final dijo: «Mi clausura es el mundo». Yo le respondí: «Dime, querida, ¿tú tienes reja portátil?». Esto es un error.
Otro error es no querer percibir nada, ver nada. «Padre, ¿pueden entrar las noticias en el monasterio?». ¡Deben! Pero no las noticias –digamos– de los medios de comunicación «de cotilleo»; las noticias de lo que sucede en el mundo, las noticias –por ejemplo– de las guerras, de las enfermedades, del sufrimiento de la gente. Por ello una de las cosas que nunca, nunca, debéis dejar es un tiempo para escuchar a la gente. Incluso en las horas de contemplación, de silencio... Algunos monasterios tienen la secretaría telefónica y la gente llama, pide oración por esto, por lo otro: esa conexión con el mundo es importante. En algunos monasterios se mira el telediario; no lo sé, esto es discernimiento de cada monasterio, según la regla. A otros llega el periódico, se lee; en otros se se hace esta conexión de otra forma. Pero siempre es importante la conexión con el mundo: saber qué sucede. Porque vuestra vocación no es un refugio; es ir precisamente al campo de batalla, es lucha, es llamar al corazón del Señor en favor de esa ciudad. Es como Moisés, que mantenía las manos elevadas, rezando, mientras que el pueblo combatía (cf. Ex 17, 8-13).
Numerosas gracias llegan del Señor en esta tensión entre la vida oculta, la oración y estar atentos a las noticias de la gente. En esto la prudencia, el discernimiento, os hará comprender cuánto tiempo se dedica a una cosa y cuánto tiempo a otra. Hay también monasterios que ocupan media hora al día, una hora al día, para dar de comer a quienes se acercan a pedirlo; y esto no va contra la vida oculta en Dios. Es un servicio, es una sonrisa. La sonrisa de las religiosas de clausura abre el corazón. La sonrisa de las religiosas de clausura alimenta más que el pan a quienes acuden a ellas. Esta semana te toca a ti dar de comer durante esa media hora a los pobres que piden también un bocadillo. Quien esto, quien lo otro: esta semana te toca a ti sonreír a los necesitados. No os olvidéis de esto. A una religiosa que no sabe sonreír le falta algo.
En el monasterio hay problemas, luchas –como en toda familia–, pequeñas luchas, algún celo, esto, lo otro... Y esto nos hace entender cuánto sufre la gente en las familias, las luchas en las familias; cuando discuten marido y mujer y cuando hay celos; cuando se separan las familias... Cuando también vosotros tenéis este tipo de prueba –siempre están estas cosas–, percibir que ese no es el camino y ofrecer al Señor, buscando una senda de paz, dentro del monasterio, para que el Señor construya la paz en las familias, entre la gente.
«Pero, dígame Padre, nosotros leemos a menudo que en el mundo, en la ciudad, hay corrupción, ¿también en los monasterios puede haber corrupción?». Sí, cuando se pierde la memoria. Cuando se pierde la memoria. La memoria de la vocación, del primer encuentro con Dios, del carisma que fundó el monasterio. Cuando se pierde esta memoria y el espíritu comienza a ser mundano, piensa cosas mundanas y se pierde el celo de la oración de intercesión por la gente. Tú has dicho una palabra bella, bella, bella: «El monasterio está presente en la ciudad, Dios está en la ciudad y nosotros percibimos el bullicio de la ciudad». Estos ruidos, que son ruidos de vida, rumores de los problemas, rumores de mucha gente que va a trabajar, que regresa del trabajo, que piensa estas cosas, que ama...; este bullicio os debe impulsar a todos a luchar con Dios, con la valentía que tenía Moisés. Acuérdate cuando Moisés estaba triste porque el pueblo iba por un camino equivocado. El Señor perdió la paciencia y dijo a Moisés: «Destruiré a este pueblo. Pero tú permanece tranquilo, te haré jefe de otro pueblo». ¿Qué dijo Moisés? ¿Qué dijo? «¡No! Si tú destruyes a este pueblo, me destruyes también a mí» (cf. Ex 32, 9-14). Este vínculo con tu pueblo es la ciudad. Decir al Señor: «Esta es mi ciudad, es mi pueblo. Son mis hermanos y mis hermanas». Esto quiere decir dar la vida por el pueblo. Este delicado equilibrio, esta delicada tensión significa todo esto.
No sé como lo hacéis vosotras agustinas de los Santos Cuatro Coronados: ¿existe la posibilidad de recibir personas en el locutorio...? ¿Cuántas rejas tenéis? ¿Cuatro o cinco? O ya no existe la reja... Es verdad que se puede deslizar hacia algunas imprudencias, dejar tanto tiempo para hablar –santa Teresa dice muchas cosas sobre esto–, pero ver vuestra alegría, ver el compromiso de la oración, de la intercesión, hace mucho bien a la gente. Y vosotras, tras una media hora de conversación, volvéis al Señor. Esto es muy importante, muy importante. Porque la clausura siempre necesita esta conexión humana. Esto es muy importante.
La pregunta final es: ¿cómo puede un monasterio enriquecer y dejarse enriquecer por la vida espiritual de la diócesis y de las demás formas de vida consagrada, manteniéndose firme en sus normas monásticas? Sí, la diócesis: rezar por el obispo, los obispos auxiliares y los sacerdotes. Hay buenos confesores por todos lados. Algunos no tan buenos... Pero los hay buenos. Yo sé de sacerdotes que van a los monasterios a escuchar qué dice una religiosa, y hacéis mucho bien a los sacerdotes. Rezad por los sacerdotes. En este delicado equilibrio, en esta delicada tensión está también la oración por los sacerdotes. Pensad en santa Teresa del Niño Jesús... Rezar por los sacerdotes, pero también escuchar a los sacerdotes, escucharlos cuando se acercan, en esos minutos en el locutorio. Escuchar. Yo conozco muchos, muchos sacerdotes que –permitidme la palabra– se desahogan hablando con una religiosa de clausura. Y luego la sonrisa, la palabrita y la seguridad de la oración de la religiosa los renueva y vuelven a la parroquia felices. No sé si he respondido...
La segunda pregunta la hizo Iwona Langa, del Ordo virginum, Casa-familia Ain Karim: «El matrimonio y la virginidad cristiana son dos modos para realizar la vocación al amor. Fidelidad, perseverancia, unidad del corazón, son compromisos y desafíos tanto para los esposos cristianos como para nosotros consagrados: ¿cómo iluminar el camino los unos de los otros, los unos para los otros, y caminar juntos hacia el Reino?».
Mientras que la primera religiosa, hermana Fulvia Sieni, estaba –digamos– «en la cárcel», esta otra religiosa está... «en el camino». Las dos llevan la Palabra de Dios a la ciudad. Usted planteaba una hermosa pregunta: «El amor en el matrimonio y el amor en la vida consagrada, ¿es el mismo amor?». ¿Cuenta con las cualidades de perseverancia, de fidelidad, de unidad, de corazón? ¿Hay compromisos y desafíos? Por ello a las consagradas se las llama esposas del Señor. Se casan con el Señor. Yo tenía un tío cuya hija se hizo religiosa y decía: «Ahora yo soy suegro del Señor. Mi hija se casó con el Señor». En la consagración femenina hay una dimensión esponsal. En la consagración masculina también: al obispo se le llama «esposo de la Iglesia», porque ocupa el lugar de Jesús, esposo de la Iglesia. Pero esta dimensión femenina –voy un poco fuera de la pregunta, para luego volver a ella– en las mujeres es muy importante. Las religiosas son el icono de la Iglesia y de la Virgen. No olvidéis que la Iglesia es femenina: no es el Iglesia, es la Iglesia. Y por ello la Iglesia es esposa de Jesús. Muchas veces olvidamos esto; y olvidamos este amor maternal de la religiosa, porque el amor de la Iglesia es maternal; este amor maternal de la religiosa, porque el amor de la Virgen es maternal. La fidelidad, la expresión del amor de la mujer consagrada, debe –pero no como un deber, sino por connaturalidad– reflejar la fidelidad, el amor, la ternura de la Madre Iglesia y de la Madre María. Una mujer que no entra, para consagrarse, por este camino, al final se equivoca. La maternidad de la mujer consagrada. Pensar mucho en esto. Cómo es maternal María y cómo es maternal la Iglesia.
Y tú preguntabas: ¿cómo iluminar el camino los unos de los otros, los unos para los otros, y caminar hacia el Reino? El amor de María y el amor de la Iglesia es un amor concreto. La realidad concreta es la calidad de esta maternidad de las mujeres, de las religiosas. Amor concreto. Cuando una religiosa comienza con las ideas, demasiadas ideas, demasiadas ideas... ¿Qué hacía santa Teresa? ¿Qué consejo daba santa Teresa, la grande, a la superiora? «Le dé un bistec y luego hablamos». Hacer que baje a la realidad. La realidad concreta. Y la realidad concreta del amor es muy difícil. Es muy difícil. Y aún más cuando se vive en comunidad, porque los problemas de la comunidad todos los conocemos: los celos, las habladurías; que esta superiora es esto, que la otra es lo otro... Estas cosas son cosas concretas, pero no son buenas. La realidad concreta de la bondad, del amor, que perdona todo. Si tiene que decir una verdad, que la diga de frente, pero con amor; reza antes de hacer una corrección y luego pide al Señor que siga adelante con la corrección. ¡Es el amor concreto! Una religiosa no puede permitirse un amor sobre las nubes; no, el amor es concreto.
Y, ¿cómo es la realidad concreta de la mujer consagrada? ¿Cómo es? Puedes encontrarla en dos pasajes del Evangelio. En las Bienaventuranzas: te dicen lo que tienes que hacer. Jesús, el programa de Jesús, es concreto. Muchas veces pienso que las Bienaventuranzas son la primera encíclica de la Iglesia. Es verdad, porque todo el programa está ahí. Y luego lo concreto lo encuentras en el protocolo a partir del cual todos nosotros seremos juzgados: Mateo 25. La realidad concreta de la mujer consagrada está ahí. Con estos dos pasajes tú puedes vivir toda la vida consagrada; con estas dos reglas, con estas dos cosas concretas, haciendo estas cosas concretas. Y haciendo estas cosas concretas puedes llegar también a un grado, a un nivel de santidad y oración muy grande. Pero lo concreto es necesario: el amor es concreto. Y vuestro amor de mujeres es un amor maternal concreto. Una mamá jamás habla mal de los hijos. Pero si tú eres una consagrada, en un convento o en una comunidad laical, tú tienes esta consagración maternal y no te es lícito criticar a las demás consagradas. No. Disculparlas siempre, siempre. Es hermoso ese pasaje de la autobiografía de santa Teresa del Niño Jesús, cuando encontraba a la hermana que la odiaba. ¿Qué hacía? Sonreía y seguía adelante. Una sonrisa de amor. ¿Y qué hacía cuando tenía que acompañar a la hermana que siempre estaba descontenta, porque cojeaba de las dos piernas y la pobre estaba enferma? ¿Qué hacía? ¡Hacía lo mejor! La acompañaba bien y luego le cortaba también el pan, le hacía algo de más. Pero jamás la crítica oculta. Eso destruye la maternidad. Una mamá que critica, que habla mal de sus hijos no es madre. Creo que se dice «matrigna» en italiano... No es madre. Yo te diré esto: el amor –y tú ves que es también conyugal, es la misma figura, la figura de la maternidad en la Iglesia– es la realidad concreta. La realidad concreta. Os aconsejo hacer este ejercicio: leer con frecuencia las Bienaventuranzas y Mateo 25, el protocolo del juicio. Esto hace mucho bien para hacer concreto el Evangelio. No lo sé, ¿terminamos aquí?
La tercera pregunta la presentó el padre Gaetano Saracino, misionero escalabriniano, párroco del Santísimo Redentor: ¿Cómo poner en común y hacer fructificar los dones de los cuales son portadores los diversos carismas en esta Iglesia local tan rica de talentos? A menudo es difícil incluso sólo la comunicación de los diversos itinerarios, somos incapaces de aunar fuerzas entre congregaciones, parroquias, otros organismos pastorales, asociaciones y movimientos laicales, casi como si hubiese competitividad en lugar de servicio compartido. A veces, además, nosotros consagrados nos sentimos como "tapa agujeros". ¿Cómo "caminar juntos"?».
Yo estuve en esa parroquia y conozco lo que hace este sacerdote revolucionario: trabaja bien. Trabaja bien. Tú has comenzado a hablar de la fiesta. Es una de las cosas que nosotros cristianos olvidamos: la fiesta. Y la fiesta es una categoría teológica, está también en la Biblia. Cuando volváis a casa, leed Deuteronomio 26. Allí Moisés, en nombre del Señor, dice lo que deben hacer los campesinos cada año: llevar los primeros frutos de la cosecha al templo. Dice así: «Ve al templo, lleva el cesto con los primeros frutos para ofrecerlos al Señor como acción de gracias». ¿Y luego? Primero, haz memoria. Y hace que reciten un breve credo: «Mi padre era un arameo errante, Dios lo llamó; fuimos esclavos en Egipto, pero el Señor nos liberó y nos dio esta tierra...» (cf. Dt 26, 5-9). Primero, la memoria. Segundo, dar el cesto al encargado. Tercero, da gracias al Señor. Y cuarto, vuelve a casa y haz fiesta. Haz fiesta e invita a los que no tienen familia, invita a los esclavos, a los que no son libres, también invita al vecino a la fiesta... La fiesta es una categoría teológica de la vida. Y no se puede vivir la vida consagrada sin esta dimensión festiva. Se hace fiesta. Pero hacer fiesta no es lo mismo que hacer ruido, bullicio... Hacer fiesta es lo que dice el pasaje que cité. Recordadlo: Deuteronomio 26. Al final hay una oración: es la alegría de recordar todo lo que el Señor hizo por nosotros; todo lo que me dio; también el fruto por el cual trabajé y hago fiesta. En las comunidades, también en las parroquias como en tu caso, donde no se hace fiesta –cuando se tiene ocasión de hacerla– falta algo. Son demasiado rígidos: «Nos hará bien a la disciplina». Todo ordenado: los niños hacen la Comunión, bellísima, se da una buena catequesis... Pero falta algo: ¡falta ruido, falta sonido, falta fiesta! Falta el corazón festivo de una comunidad. La fiesta. Algunos escritores espirituales dicen que también la Eucaristía, la celebración de la Eucaristía es una fiesta: sí, tiene una dimensión festiva al conmemorar la muerte y la resurrección del Señor. Esto no he querido dejarlo pasar, porque no estaba precisamente en tu pregunta, sino en tu reflexión interior.
Y luego hablas de la competitividad entre esta parroquia y la otra, esta congregación y esa otra... Una de las cosas más difíciles para un obispo es crear armonía en la diócesis. Y tú dices: «Para el obispo, ¿los religiosos son tapa agujeros?». Algunas veces puede ser que sí... Pero yo te hago otra pregunta: Cuando te nombren obispo a ti, por ejemplo –ponte en el sitio del obispo–, tienes una parroquia, con un buen párroco religioso; tres años después viene el provincial y te dice: «A este lo cambio y en su lugar te envío a otro». También los obispos sufren por esa actitud. Muchas veces –no siempre, porque hay religiosos que entran en diálogo con el obispo– nosotros tenemos que hacer nuestra parte. «Hemos tenido un capítulo y el capítulo decidió esto...». Muchas religiosas y religiosos se pasan la vida si no es en capítulos, en versículos... Pero se la pasan siempre así. Yo me tomo la libertad de hablar así porque soy obispo y soy religioso. Y comprendo a ambas partes, y entiendo los problemas. Es verdad: la unidad entre los diversos carismas, la unidad del presbiterio, la unidad con el obispo... Y esto no es fácil encontrarlo: cada uno tira hacia su interés, no digo siempre, pero existe esa tendencia, es humana... Y hay algo de pecado detrás, pero es así. Es así. Por eso la Iglesia, en este momento, está pensando en ofrecer un antiguo documento, hay que retomarlo, sobre las relaciones entre el religioso y el obispo. El Sínodo del ’94 había pedido reformarlo, el Mutuae relationes (14 de mayo de 1978). Han pasado muchos años y no se ha hecho. No es fácil la relación de los religiosos con el obispo, con la diócesis o con los sacerdotes no religiosos. Pero hay que comprometerse en el trabajo común. En las prefecturas, ¿cómo se trabaja a nivel pastoral en este barrio, todos juntos? Así se hace en la Iglesia. El obispo no debe usar a los religiosos como tapa agujeros, pero los religiosos no tienen que usar al obispo como si fuese el dueño de una empresa que da trabajo. No lo sé... Pero la fiesta, quiero volver al tema principal: cuando hay comunidad, sin intereses propios, siempre hay espíritu de fiesta. He visto tu parroquia y es verdad, tú sabes hacerlo. Gracias.
La cuarta pregunta la presentó el padre Gaetano Greco, terciario capuchino de la Dolorosa, capellán de la cárcel de menores de Casal del Marmo: «La vida consagrada es un don de Dios a la Iglesia, un don de Dios a su pueblo. No siempre, sin embargo, este don es apreciado y valorado en su identidad y en su especificidad. A menudo las comunidades, sobre todo femeninas, en nuestra Iglesia local tienen dificultades para encontrar serios acompañantes, formadores, directores espirituales, confesores. ¿Cómo redescubrir esta riqueza? La vida consagrada para el 80% tiene un rostro femenino. ¿Cómo se puede valorizar la presencia de la mujer y en particular de la mujer consagrada en la Iglesia?
El padre Gaetano en su reflexión, mientras contaba su historia, habló de la «sustitución de 2-3 semanas» que tenía que hacer en la cárcel de menores. Y está allí desde hace 45 años, creo. Lo hizo por obediencia. «Tu lugar está allí», le dijo el superior. Y con gran pesar obedeció. Luego vio que ese acto de obediencia, lo que le había pedido el superior, era voluntad de Dios. Me permito, antes de responder a la pregunta, decir una palabra acerca de la obediencia. Cuando Pablo quiere anunciarnos el misterio de Jesucristo usa esta palabra; cuando quiere comunicarnos cómo fue la fecundidad de Jesucristo, usa esta palabra: «Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (cf. Flp 2, 8). Se humilló a sí mismo. Obedeció. El misterio de Cristo es un misterio de obediencia, y la obediencia es fecunda. Es verdad que como toda virtud, como cada espacio teológico, puede ser tentada de convertirse en una actitud disciplinar. Pero la obediencia en la vida consagrada es un misterio. Y así como dije que la mujer consagrada es icono de María y de la Iglesia, podemos decir que la obediencia es icono del camino de Jesús. Cuando Jesús se encarnó por obediencia, se hizo hombre por obediencia, hasta la cruz y la muerte. El misterio de la obediencia no se comprende si no es a la luz de este camino de Jesús. El misterio de la obediencia es un asemejarse a Jesús en el camino que Él quiso recorrer. Y los frutos se ven. Y doy las gracias al padre Gaetano por su testimonio en este punto, porque se dicen muchas palabras acerca de la obediencia –el diálogo previo, sí todas estas cosas son buenas, no son malas– pero, ¿qué es la obediencia? Consultad la Carta de san Pablo a los Filipenses, capítulo 2: es el misterio de Jesús. Sólo allí podemos comprender la obediencia. No en los capítulos generales o provinciales: allí se podrá profundizar, pero comprenderla, sólo en el misterio de Jesús.
Ahora pasemos a la pregunta: la vida consagrada es un don, un don de Dios a la Iglesia. Es verdad. Es un don de Dios. Vosotros habláis de la profecía: es un don de profecía. Es Dios presente, Dios que quiere hacerse presente con un don: elige hombres y mujeres, pero es un don, un don gratuito. También la vocación es un don, no es un reclutamiento de gente que quiere seguir ese camino. No, es el don al corazón de una persona; el don a una congregación; y también esa congregación es un don. No siempre, sin embargo, este don es apreciado y valorado en su identidad y en su especificidad. Esto es verdad. Existe la tentación de homologar a los consagrados, como si fuesen todos la misma cosa. En el Vaticano II se hizo una propuesta de ese tipo, de homologar a los consagrados. No, es un don con una identidad especial, que llega a través del don carismático que Dios hace a un hombre o a una mujer para formar una familia religiosa.
Y luego un problema: la cuestión de cómo se acompaña a los religiosos. A menudo las comunidades, sobre todo femeninas, en nuestra Iglesia local tienen inconvenientes para encontrar serios acompañantes, formadores, padres espirituales y confesores. O porque no comprenden lo que es la vida consagrada, o porque quieren entremeterse en el carisma y dar interpretaciones que hacen mal al corazón de la religiosa... Estamos hablando de las religiosas que encuentran este inconveniente, pero también los hombres los tienen. Y no es fácil acompañar. No es fácil encontrar un confesor, un padre espiritual. No es fácil encontrar un hombre con rectitud de intención; y que la dirección espiritual, la confesión, no sea una conversación entre amigos pero sin profundidad; o encontrar a los rígidos, que no comprenden bien dónde está el problema, porque no entienden la vida religiosa... Yo, en la otra diócesis que tenía, aconsejaba siempre a las religiosas que venían a pedir consejo: «Dime, en tu comunidad o en tu congregación, ¿no hay una hermana sabia, una hermana que viva bien el carisma, una buena religiosa con experiencia? Haz la dirección espiritual con ella» –«Pero es mujer»–. «Es un carisma de los laicos». La dirección espiritual no es un carisma exclusivo de los presbíteros: es un carisma de los laicos. En el monacato primitivo los laicos eran los grandes directores. Ahora estoy leyendo la doctrina, precisamente sobre la obediencia, de san Silvano, un monje del Monte Athos. Era un carpintero, su profesión era carpintero, luego fue ecónomo, pero no era ni siquiera diácono; era un gran director espiritual. Es un carisma de los laicos. Y los superiores, cuando ven que un hombre o una mujer en la congregación o en la provincia tiene el carisma de padre espiritual, se debe tratar de ayudar a que se forme, para prestar ese servicio. No es fácil. Una cosa es el director espiritual y otra es el confesor. Al confesor voy, le digo mis pecados, escucho el bastonazo; luego me perdona todo y sigo adelante. Pero al director espiritual le tengo que decir lo que sucede en mi corazón. El examen de conciencia no es el mismo para la confesión y para la dirección espiritual. Para la confesión, debes buscar dónde has faltado, si has perdido la paciencia, si has tenido codicia: esas cosas, cosas concretas, que son pecaminosas. Pero para la dirección espiritual debes hacer un examen acerca de lo que ha sucedido en el corazón; qué moción del espíritu, si tuve desolación, si tuve consolación, si estoy cansado, por qué estoy triste: estas son las cosas que debo hablar con el director o la directora espiritual. Estas son las cosas. Los superiores tienen la responsabilidad de buscar quién, en la comunidad, en la congregación, en la provincia tiene este carisma, dar esta misión y formarlos, ayudarles en esto. Acompañar en el camino es ir paso a paso con el hermano o con la hermana consagrada. Creo que en esto aún somos inmaduros. No somos maduros en esto, porque la dirección espiritual viene del discernimiento. Pero cuando te encuentras ante hombres y mujeres consagrados que no saben discernir lo que sucede en su corazón, que no saben discernir una decisión, es una falta de dirección espiritual. Y esto sólo un hombre sabio, una mujer sabia puede hacerlo. Pero también formados. Hoy no se puede ir sólo con la buena voluntad: hoy el mundo es muy complejo y también las ciencias humanas nos ayudan, sin caer en el psicologismo, pero nos ayudan a ver el camino. Formarlos con la lectura de los grandes, de los grandes directores y directoras espirituales, sobre todo del monacato. No sé si tenéis contacto con las obras del monacato primitivo: ¡cuánta sabiduría de dirección espiritual había allí! Es importante formarlos con esto. ¿Cómo redescubrir esta riqueza? La vida consagrada para el 80% tiene un rostro femenino: es verdad, hay más mujeres consagradas que hombres. ¿Cómo es posible valorar la presencia de la mujer, y en especial de la mujer consagrada, en la Iglesia? Me repito un poco en lo que estoy por decir: dar a la mujer consagrada también esta función que muchos creen que es sólo de los sacerdotes; y también hacer concreto el hecho de que la mujer consagrada es el rostro de la Madre Iglesia y de la Madre María, es decir, seguir adelante por el camino de la maternidad, y maternidad no es sólo tener hijos. La maternidad es acompañar en el crecimiento; la maternidad es pasar las horas junto a un enfermo, al hijo enfermo, al hermano enfermo; es entregar la vida en el amor, con el amor de ternura y de maternidad. Por este camino encontraremos aún más el papel de la mujer en la Iglesia.
El padre Gaetano trató varios temas, por esto se me hace difícil responder... Pero cuando me dicen: «¡No! En la Iglesia las mujeres deben ser jefes de dicasterio, por ejemplo». Sí, pueden, en algunos dicasterios pueden; pero esto que pides es un simple funcionalismo. Eso no es redescubrir el papel de la mujer en la Iglesia. Es más profundo y va por este camino. Sí, que haga estas cosas, que se las promueva –ahora en Roma hay una que es rectora de una universidad, y eso es bueno–; pero esto no es el triunfo. No, no. Esto es una gran cosa, es una cosa funcional; pero lo esencial del papel de la mujer tiene que ver –lo diré en términos no teológicos– con hacer que ella exprese su genio femenino. Cuando tratamos un problema entre hombres llegamos a una conclusión, pero si tratamos el mismo problema con las mujeres, la conclusión será distinta. Irá por el mismo camino, pero más rica, más fuerte, más intuitiva. Por eso la mujer en la Iglesia debe tener este papel; se debe explicitar, ayudar a explicitar de muchas formas el genio femenino.
Creo que con esto he respondido como he podido a las preguntas y a a la tuya. Y a propósito de genio femenino, he hablado de sonrisa, he hablado de paciencia en la vida de comunidad, y quisiera decir una palabra a esta hermana que he saludado de 97 años: tiene 97 años... Está allí, la veo bien. Levante la mano, para que todos la vean... He intercambiado con ella dos o tres palabras, me miraba con ojos transparentes, me miraba con esa sonrisa de hermana, de mamá y de abuela. En ella quiero rendir homenaje a la perseverancia en la vida consagrada. Algunos creen que la vida consagrada es el paraíso en la tierra. ¡No! Tal vez el Purgatorio... Pero no el Paraíso. No es fácil seguir adelante. Y cuando veo a una persona que ha entregado su vida, doy gracias al Señor. A través de usted, hermana, doy las gracias a todas, y a todos los consagrados. ¡Muchas gracias!