Viaje apostólico a Kenia, Uganda y R. Centroafricana
(El Papa anuncia en inglés que hablará en su lengua)
Escuché con mucho dolor en el corazón el testimonio di Winnie y Emmanuel. Pero a medida que he estado escuchando, me hice una pregunta: Una experiencia negativa ¿puede servir para algo en la vida? ¡Sí! Tanto Emmanuel como Winnie han sufrido experiencias negativas. Winnie pensaba que no había futuro para ella, que la vida para ella era una pared delante, pero Jesús le fue haciendo entender que en la vida se puede hacer un gran milagro: transformar una pared en horizonte. Un horizonte que me abra el futuro. Delante de una experiencia negativa – y muchos de acá, muchos de los que estamos acá, hemos tenido experiencias negativas – siempre está la posibilidad de abrir un horizonte, de abrirlo con la fuerza de Jesús. Hoy, Winnie transformó su depresión, su amargura, en esperanza. Y esto no es magia, esto es obra de Jesús, porque Jesús es el Señor, Jesús puede todo. Y Jesús sufrió la experiencia más negativa de la historia: fue insultado, fue rechazado y fue asesinado. Y Jesús por el poder de Dios resucitó. Él puede hacer en cada uno de nosotros lo mismo, con cada experiencia negativa, porque Jesús es el Señor.
Yo me imagino –y todos juntos hagamos un acto de imaginarnos– el sufrimiento de Emmanuel, cuando veía que sus compañeros eran torturados, cuando veía que sus compañeros eran asesinados. Emmanuel fue valiente, se animó. Él sabía que, si lo encontraban el día que se escapaba, lo mataban. Arriesgó, se confió en Jesús y se escapó, y hoy lo tenemos aquí, después de 14 años, graduado en Ciencias Administrativas. Siempre se puede. Nuestra vida es como una semilla: para vivir hay que morir; y morir, a veces, físicamente, como los compañeros de Emmanuel; morir como murió Carlos Lwanga y los mártires de Uganda. Pero, a través de esa muerte, hay una vida, una vida para todos. Si yo transformo lo negativo en positivo, soy un triunfador. Pero eso solamente se puede hacer con la gracia de Jesús. ¿Están seguros de esto?… No escucho nada… ¿Están seguros de esto? [jóvenes: «Sí»] ¿Están dispuestos a transformar en la vida todas las cosas negativas en positivo? [jóvenes: «Sí»] ¿Están dispuestos a transformar el odio en amor? [jóvenes: «Sí»] ¿Están dispuestos a querer transformar la guerra en la paz? [jóvenes: «Sí»] Ustedes tengan conciencia que son un pueblo de mártires, por las venas de ustedes corre sangre de mártires, y por eso tienen la fe y la vida que tienen ahora. Y esta fe, y esta vida, es tan linda, que se la llama «la perla del África».
Parece que el micrófono no funcionaba bien. A veces, también nosotros no funcionamos bien. ¿Sí o no? Muy bien [en inglés]. Y, cuando no funcionamos bien ¿a quién tenemos que ir a pedirle que nos ayude? ¡No oigo! ¡Más alto! ¡A Jesús! Jesús puede cambiarte la vida. Jesús puede tirarte abajo todos los muros que tenés delante. Jesús puede hacer que tu vida sea un servicio para los demás.
Algunos de ustedes me pueden preguntar: «Y para esto, ¿hay una varita mágica?». Si vos querés que Jesús te cambie la vida, pedíle ayuda. Y esto se llama rezar. ¿Entendieron bien? Rezar. Les pregunto: ¿Ustedes rezan? Seguros [en inglés] Rezadle a Jesús, porque él es el Salvador. Nunca dejen de rezar. La oración es el arma más fuerte que tiene un joven. Jesús nos quiere. Les pregunto: ¿Jesús quiere a unos sí, y a otros no? [Jóvenes: «No»] ¿Jesús quiere a todos? [Jóvenes: «Sí»] ¿Jesús quiere ayudar a todos? [Jóvenes: «Sí»] Entonces, abríle la puerta de tu corazón y dejálo entrar. Dejar entrar a Jesús en mi vida. Y, cuando Jesús entra en tu vida, Jesús va a luchar, a luchar contra todos los problemas que señaló Winnie. Luchar contra la depresión, luchar contra el AIDS (SIDA). Pedir ayuda para superar esas situaciones, pero siempre luchar. Luchar con mi deseo y luchar por mi oración. ¿Están dispuestos a luchar? [Jóvenes: «Sí»] ¿Están dispuestos a desear lo mejor para ustedes? [Jóvenes: «Sí»] ¿Están dispuestos a rezar, a pedirle a Jesús que los ayude en la lucha? [Jóvenes: «Sí»]
Y una tercera cosa que les quiero decir. Todos nosotros estamos en la Iglesia, pertenecemos a la Iglesia. ¿Es correcto? [Jóvenes: «Sí»] Y la Iglesia tiene una Madre. ¿Cómo se llama?… No entiendo [Jóvenes: «María»] Rezar a la Madre. Cuando un chico se cae, se lastima, se pone a llorar y va a buscar a la mamá. Cuando nosotros tenemos un problema, lo mejor que podemos hacer es ir donde nuestra Madre, y rezarle a María, nuestra Madre. ¿Están de acuerdo? [«Sí»] ¿Ustedes, le rezan a la Virgen, a nuestra Madre? [Jóvenes: «Sí»] Y por aquí [dirigiéndose a un grupo de jóvenes], pregunto: ¿Ustedes rezan a Jesús y a la Virgen, nuestra Madre? [Jóvenes: «Sí»]
Las tres cosas. Superar las dificultades. Segundo, transformar lo negativo en positivo. Tercero, oración. Oración a Jesús, que lo puede todo. Jesús, que entra en nuestro corazón y nos cambia la vida. Jesús, que vino para salvarme y dio su vida por mí. Rezad a Jesús porque Él es el único Señor. Y como en la Iglesia no somos huérfanos y tenemos una Madre, rezad a nuestra Madre. ¿Y cómo se llama nuestra Madre? [Jóvenes: «María»] ¡Más fuerte! [Jóvenes: «María»]
Les agradezco mucho que hayan escuchado. Les agradezco que quieran cambiar lo negativo en positivo. Que quieran luchar contra lo malo con Jesús al lado. Y, sobre todo, les agradezco que tengan ganas de nunca dejar de rezar. Y ahora los invito a rezar juntos a nuestra Madre para que nos proteja. ¿Estamos de acuerdo? [Jóvenes: «Sí»] ¿Todos juntos? [Jóvenes: «Sí»]
[Ave María y bendición en inglés]
[En inglés]. Y, por favor, por favor. Un último pedido. Rezad por mí, rezad por mí, lo necesito. ¡No se olviden¡ ¡Hasta luego!
Santo Padre: Omukama Mulungi! [Dios es bueno].
Los jóvenes: Obudde Bwoona! [Ahora y siempre].
Queridos jóvenes, queridos amigos:
Me alegro de estar aquí y compartir con ustedes estos momentos. Saludo a mis hermanos Obispos y también a las Autoridades civiles aquí presentes. Agradezco al Obispo Paul Ssemogerere sus amables palabras de bienvenida. El testimonio de Winnie y Emmanuel refuerzan mi impresión de que la Iglesia en Uganda está repleta de jóvenes que quieren un futuro mejor. Hoy, si ustedes me lo permiten, quisiera confirmarlos en la fe, alentarlos en el amor y, en especial, fortalecerlos en la esperanza.
La esperanza cristiana no es un simple optimismo; es mucho más que eso. Tiene sus raíces en la vida nueva que hemos recibido en Jesucristo. San Pablo dice que la esperanza no defrauda, porque en el bautismo el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (cf. Rm 5, 5). La esperanza nos hace capaces de confiar en las promesas de Cristo, en la fuerza de su perdón, de su amistad, de su amor, que nos abre las puertas a una vida nueva. Y, precisamente cuando ustedes afrontan un problema, un fracaso, cuando sufren un duro revés, es cuando deben anclar su corazón en este amor, porque tiene poder para cambiar la muerte en vida y eliminar todos los males.
Por eso, esta tarde quisiera ante todo invitarlos a rezar para que este don crezca en ustedes y puedan recibir la gracia de convertirse en misioneros de esperanza. Hay muchísimas personas cerca de nosotros que sufren una profunda inquietud e incluso desesperación. Jesús puede disolver estas nubes, si se lo permitimos
Quisiera compartir también con ustedes algunas ideas sobre ciertos obstáculos que podrían encontrar en el camino de la esperanza. Todos ustedes anhelan un futuro mejor, encontrar un trabajo seguro, gozar de buena salud y bienestar, y esto es bueno. Por el bien del pueblo y de la Iglesia, desean compartir con los demás sus dones, sus aspiraciones y su entusiasmo, y esto es muy bueno. Pero muchas veces, cuando ven la pobreza, cuando constatan la falta de oportunidades o experimentan los fracasos en la vida, puede surgir y crecer en ustedes un sentimiento de desesperación. Pueden caer en la tentación de perder la esperanza.
¿Han visto alguna vez a un niño que se detiene en medio de la calle porque se encuentra un charco que no puede saltar ni bordear? Intenta hacerlo, pero cae y se moja. Entonces, tras varios intentos, pide ayuda a su papá, que lo toma de la mano y lo hace pasar rápidamente al otro lado. Nosotros somos como ese niño. La vida nos depara muchos charcos. No podemos superar todos los problemas y los obstáculos contando sólo con nuestras pobres fuerzas. Sin embargo, si se lo pedimos, Dios está ahí, listo para tomarnos de la mano.
Lo que quiero decir es que todos nosotros, incluso el Papa, deberíamos parecernos a ese niño, porque sólo cuando somos pequeños y humildes nos atrevemos a pedir ayuda a nuestro Padre. Si han tenido la experiencia de haber recibido esta ayuda, saben a qué me estoy refiriendo. Necesitamos aprender a poner nuestra esperanza en él, persuadidos de que siempre está ahí, esperándonos. Esto nos inspira confianza y valor. Pero sería un error –y es imprescindible no olvidarlo– que no compartiéramos esta hermosa experiencia con los demás. Nos equivocaríamos si no nos convirtiéramos en mensajeros de esperanza para los demás.
Quisiera mencionar un «charco» del todo particular que puede asustar a los jóvenes que desean crecer en la amistad con Cristo. Se trata del miedo a fracasar en el compromiso asumido con el amor, sobre todo en ese ideal grande y sublime del matrimonio cristiano. Se puede tener miedo de no llegar a ser una buena esposa y una buena madre, un buen marido y un buen padre. Si nos quedamos mirando ese charco, corremos el riesgo de ver reflejadas en él nuestras propias debilidades y miedos. Por favor, no se dobleguen ante ellos. Estos temores provienen, a veces, del diablo, que no quiere que sean felices. Pero no. Invoquen la ayuda de Dios, ábranle el corazón y Él los aliviará, tomándolos en sus brazos, y les enseñará a amar. De modo especial pido a las parejas jóvenes que tengan confianza en que Dios quiere bendecir su amor y su vida con su gracia en el sacramento del matrimonio. En el corazón del matrimonio cristiano está el don del amor de Dios y no la organización de suntuosas fiestas que oscurecen el profundo significado espiritual de lo que debería ser una jubilosa celebración con familiares y amigos.
Por último, un «charco» al que todos debemos enfrentarnos es el miedo a ser diferentes, a ir en contra de la corriente en una sociedad que constantemente nos impulsa a adoptar modelos de bienestar y consumismo ajenos a los valores profundos de la cultura africana. Piensen qué dirían los mártires de Uganda sobre el mal uso de los modernos medios de comunicación, que exponen a los jóvenes a imágenes y visiones deformadas de la sexualidad que degradan la dignidad humana y sólo conducen a la tristeza y al vacío interior. Cuál sería la reacción de los mártires ugandeses ante el crecimiento de la codicia y la corrupción en la sociedad. Seguramente les pedirían que fueran modelos de vida cristiana, con la confianza de que el amor a Cristo, la fidelidad al Evangelio y el uso racional de los dones que Dios les ha dado contribuyen a enriquecer, purificar y elevar la vida de este país. Ellos siguen indicándoles también hoy el camino. No tengan miedo a dejar que la luz de la fe brille en sus familias, en las escuelas y en los ambientes de trabajo. No tengan miedo a entrar en diálogo humilde con otras personas que puedan tener una visión diferente de las cosas.
Queridos jóvenes, queridos amigos, viendo sus rostros me siento lleno de esperanza: esperanza por ustedes, por su país y por la Iglesia. Les pido que oren para que esta esperanza que han recibido del Espíritu Santo siga inspirando sus esfuerzos para crecer en sabiduría, generosidad y bondad. No olviden ser mensajeros de esta esperanza. Y no olviden que Dios los ayudará a atravesar cualquier «charco» que encuentren a lo largo de su camino.
Tengan esperanza en Cristo, pues Él les hará encontrar la verdadera felicidad. Y si les resulta difícil rezar y esperar, no tengan miedo de acudir a María, porque ella es nuestra Madre, la Madre de la esperanza. Y por último les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí. Que Dios los bendiga.