Queridos hermanos y hermanas:
Os dirijo mi cordial saludo en este tiempo pascual, en el que celebramos la Resurrección del Señor que resplandece en el mundo. Agradezco las amables palabras que me habéis dirigido. Nos encontramos unidos en la fe que Jesús es el Señor y que Dios lo ha resucitado de los muertos; esta fe bautismal nos hace verdaderamente hermanos y hermanas. Mi saludo se dirige también a las instituciones a las que representáis: el Consejo metodista mundial, el Consejo metodista europeo y la Iglesia metodista británica.
He recibido con placer la noticia de la apertura de la Oficina ecuménica metodista en Roma. Esto es una señal de la intensificación de nuestras relaciones, y en particular de nuestro deseo común de superar los obstáculos que nos impiden entrar en una plena comunión. Ruego al Señor que bendiga el trabajo de esta oficina: que pueda llegar a ser un lugar de encuentro fecundo entre metodistas y católicos, en el que cada vez más se pueda apreciar la fe de cada uno, ya sean grupos de peregrinos, personas que se preparan para el ministerio o responsables de sus comunidades; que también pueda llegar a ser un lugar donde se divulguen, celebren y llevan adelante los progresos realizados por nuestro diálogo teológico.
Han pasado casi cincuenta años desde que nuestra Comisión teológica conjunta comenzó sus trabajos. Más allá de las diferencias que se mantienen, el nuestro es un diálogo que, basado en el respeto y la fraternidad, enriquece a ambas comunidades. El documento que actualmente está en fase de preparación y que debería publicarse a finales de este año, es un claro ejemplo. A partir de la adhesión metodista a la Declaración común sobre la doctrina de la justificación, éste toma el tema «La llamada a la santidad». Católicos y metodistas tienen mucho que aprender unos de otros sobre cómo entender la santidad y la manera de tratar de vivirla. Todos debemos hacer lo posible para que los miembros de nuestras respectivas parroquias se reúnan con frecuencia, se conozcan fomentando los intercambios y se animen recíprocamente a buscar al Señor y su gracia. Cuando leemos las Escrituras, ya sea solos o en grupo, pero siempre en un ambiente de oración, nos abrimos al amor del Padre, que se nos da en su Hijo y en el Espíritu Santo. Incluso donde se mantienen divergencias entre nuestras comunidades, éstas pueden y deben convertirse en un estímulo para la reflexión y el diálogo. John Wesley, en su Carta a un católico romano, escribió que los católicos y metodistas están llamados a «ayudarse mutuamente en cualquier cosa… que conduzca al Reino». Que esta nueva declaración común pueda ser de aliento a los metodistas y católicos para ayudarse los unos a los otros en la vida oración y en la devoción. En la misma carta, Wesley también escribía: «Si todavía no podemos pensar de la misma manera en todas las cosas, por lo menos podemos amar del mismo modo». Es cierto que aún no pensamos de la misma manera en todas las cosas, y que en las cuestiones relativas al ministerio ordenado y la ética queda mucho trabajo por hacer. Sin embargo, ninguna de estas diferencias representa un obstáculo que pueda impedirnos amar del mismo modo y dar un testimonio común ante el mundo. Nuestra vida en la santidad debe incluir siempre un servicio de amor al mundo; católicos y metodistas deben trabajar juntos para dar testimonio concreto, en muchos campos, de su amor a Cristo. De hecho, cuando servimos juntos a los necesitados, nuestra comunión crece. En el mundo de hoy, herido por muchos males, es más necesario que nunca que como cristianos demos testimonio juntos con energía renovada de la luz de Pascua, convirtiéndonos en un signo del amor de Dios, victorioso en la Resurrección de Jesús. Que este amor, incluso a través de nuestro servicio humilde y valiente, pueda llegar al corazón y la vida de muchos hermanos y hermanas que lo están esperando, aun sin saberlo. «¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!» (1Co 15, 57).