Queridos hermanos y hermanas:
Con gusto os doy la bienvenida y os saludo cordialmente. Doy las gracias al Obispo regional de Bedford-Strohm por sus amables palabras –ein Mann mit Feuer im Herzen–; y estoy contento por la presencia del cardenal Marx: que el Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana acompañe a la delegación de la Iglesia Evangélica en Alemania es fruto de una colaboración de larga duración y expresión de una relación ecuménica madurada durante años. Os deseo que sigáis adelante por este camino bendecido con la comunión fraternal, prosiguiendo con valor y decisión hacia una unidad cada vez más plena. Tenemos el mismo bautismo: debemos caminar juntos, ¡sin cansarnos!
Es significativo que con ocasión del 500° aniversario de la Reforma, cristianos evangélicos y católicos aprovechen la ocasión de la conmemoración común de los eventos históricos del pasado para poner nuevamente a Cristo en el centro de sus relaciones. Precisamente «la cuestión sobre Dios», sobre «cómo poder tener un Dios misericordioso» era «la pasión profunda, el centro de la vida y del entero camino» de Lutero (cf. Benedicto XVI, Encuentro con los representantes de la Iglesia evangélica en Alemania, el 23 de septiembre 2011). Lo que animaba e inquietaba a los reformadores era, en el fondo, indicar el camino adecuado hacia Cristo. Es lo que nos debe preocupar también hoy en día, después de haber tomado nuevamente, gracias a Dios, un camino común. Este año de conmemoración nos ofrece la oportunidad de dar un ulterior paso adelante, mirando al pasado sin rencores, sino según Cristo y en comunión con Él, para volver a proponer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo la novedad radical de Jesús, la misericordia sin límites de Dios: precisamente lo que los reformadores en su tiempo querían estimular. El hecho de que su llamada a la renovación haya suscitado un desarrollo de acontecimientos que han llevado a divisiones entre los cristianos, ha sido ciertamente trágico. Los creyentes no se han vuelto a sentir hermanos y hermanas en la fe, sino adversarios y rivales; durante demasiado tiempo han alimentado hostilidad y se han ensañado con luchas, fomentadas por intereses políticos y de poder, en alguna ocasión sin tener ni siquiera escrúpulos en usar la violencia los unos contra los otros, hermanos contra hermanos. Hoy, sin embargo, damos gracias a Dios porque finalmente, «sacudimos todo lastre», fraternamente «corremos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús» (Hb 12, 1-2).
Os estoy agradecido porque, con esta mirada, tenéis la intención de acercaros juntos, con humildad y franqueza, a un pasado que nos duele, y de compartir pronto un importante gesto de penitencia y de reconciliación: una función ecuménica, titulada "Sanar la memoria – testimoniar a Jesucristo". Católicos y evangélicos en Alemania, podréis así responder, con la oración, a la fuerte llamada que juntos advertís en el país originario de la Reforma: purificar en Dios la memoria para ser renovados interiormente y enviados por el Espíritu a llevar a Jesús al hombre de hoy. Con esta señal y con otras iniciativas ecuménicas previstas este año –como el peregrinaje común a Tierra Santa, el congreso bíblico conjunto para presentar juntos las nuevas traducciones de la Biblia y la jornada ecuménica dedicada a la responsabilidad social de los cristianos– tenéis el ánimo de dar una configuración concreta a la "fiesta de Cristo" que, con ocasión de la conmemoración de la Reforma, pretendéis celebrar juntos. Que el redescubrir los manantiales comunes de la fe, el resaneamiento de la memoria con la oración y la caridad, y la colaboración concreta en el difundir el Evangelio y servir a los hermanos, sean impulsos para proceder más rápidamente aún por el camino.
Es gracias a la comunión espiritual que se ha unido durante estas décadas de camino ecuménico, que podemos hoy deplorar juntos el fracaso de ambos respecto a la unidad en el contexto de la Reforma y de los avances sucesivos. Al mismo tiempo, en la realidad de un único bautismo que nos hace hermanos y hermanas y en la común escucha del Espíritu, sabemos, en una diversidad ya reconciliada, apreciar los dones espirituales y teológicos que de la Reforma hemos recibido. En Lund, el 31 del pasado mes de octubre, agradecí al Señor sobre esto y pedí perdón por el pasado; para el futuro deseo confirmar nuestra llamada sin retorno a dar testimonio juntos del Evangelio y a proseguir por el camino hacia la plena unidad. Haciéndolo juntos, nace también el deseo de adentrarse por recorridos nuevos. Cada vez más aprendemos a preguntarnos: ¿esta iniciativa, podemos compartirla con nuestros hermanos y nuestras hermanas en Cristo? ¿Podemos recorrer juntos otro tramo del camino?
Las diferencias en cuestiones de fe y de moral, que todavía subsisten, permanecen como desafíos a lo largo del recorrido hacia la visible unidad, la cual anhelan nuestros fieles. El dolor es padecido especialmente por los esposos que pertenecen a confesiones diferentes. Es necesario que nos esforcemos con cautela, con la oración insistente y con todas nuestras fuerzas, en superar los obstáculos todavía existentes, intensificando el diálogo teológico y reforzando la colaboración entre nosotros, sobre todo en el servicio a quienes mayormente sufren y en la custodia de la Creación amenazada. La llamada urgente de Jesús a la unidad (cf. Jn 17, 21) nos interpela, como también a la entera familia humana en un periodo en el cual experimenta graves laceraciones y nuevas formas de exclusión y de marginación. ¡También por esto nuestra responsabilidad es grande!
Con la esperanza de que este encuentro aumente ulteriormente la comunión entre nosotros, pido al Espíritu Santo, artífice y renovador de unidad, que nos fortalezca en el camino común con la consolación que viene de Dios (cf. 2Cor 1, 4) y nos indique sus vías proféticas y audaces. Invoco de corazón la bendición de Dios sobre todos vosotros y sobre vuestras comunidades y os pido, por favor, que me recordéis en vuestras oraciones.
Os lo agradezco mucho y os querría invitar ahora a rezar juntos el Padre Nuestro.