Vigilia de Pentecostés.
Sábado 3 de junio de 2017
Hermanos y hermanas, gracias por el testimonio que estáis dando hoy, aquí: Gracias. Nos ayuda a todos, me ayuda también a mí, ¡a todos!
En el primer capítulo del libro de los Hechos de los Apóstoles leemos: «Una vez que comían juntos les recomendó: No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo» (Hch 1, 4-5).
Y «al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería» (Hch 2, 1-4).
Hoy estamos aquí como en un Cenáculo a cielo abierto, porque no tenemos miedo: a cielo descubierto, y también con el corazón abierto a la promesa del Padre. Estamos reunidos «todos los creyentes», todos los que profesamos que «Jesús es el Señor», «Jesus is the Lord». Muchos han venido de distintas partes del mundo y el Espíritu Santo nos ha reunido para establecer lazos de amistad fraterna que nos alienten en el camino hacia la unidad, la unidad para la misión: no para estar quietos, ¡no!, para la misión, para proclamar que Jesús es el Señor –«Jesus is the Lord»–, para anunciar juntos el amor del Padre por todos sus hijos. Para anunciar la Buena Nueva a todos los pueblos. Para demostrar que la paz es posible. No es fácil demostrar al mundo actual que la paz es posible, pero en el nombre de Jesús podemos demostrar con nuestro testimonio que la paz es posible. Pero es posible si nosotros estamos en paz unos con otros. Si nosotros acentuamos las diferencias, estamos en guerra entre nosotros y no podemos anunciar la paz. La paz es posible a partir de nuestra confesión que Jesús es el Señor y de nuestra evangelización por este camino. Es posible. Aun mostrando que tenemos diferencias –pero esto es obvio, tenemos diferencias–, pero queremos ser una diversidad reconciliada. Así es, esta palabra no tenemos que olvidarla sino pronunciarla a todos: diversidad reconciliada. Y esta palabra no es mía, no es mía. Es de un hermano luterano. Diversidad reconciliada.
Y ahora estamos aquí, y somos muchos. Nos hemos reunido a orar juntos, a pedir la venida del Espíritu Santo sobre cada uno de nosotros para salir a los caminos de la ciudad y del mundo a proclamar juntos el señorío de Jesucristo.
El libro de los Hechos dice: «Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua» (Hch 2, 9-11). Hablar la misma lengua, escuchar, entender… Existen las diferencias, pero el Espíritu nos ayuda a entender el mensaje de la resurrección de Jesús en nuestra propia lengua.
Estamos reunidos aquí creyentes de 120 países del mundo, celebrando la obra soberana del Espíritu Santo en la Iglesia, que comenzó hace 50 años y dio comienzo… ¿a una institución No. ¿A una organización No. A una corriente de gracia, a la corriente de gracia de la Renovación Carismática Católica. Obra que nació… ¿católica No. Nació ecuménica. Nació ecuménica porque el Espíritu Santo es el que crea la unidad, y es el mismo Espíritu Santo el que inspiró que fuera así. Es importante leer las obras del cardenal Suenens sobre esto: es muy importante.
La venida del Espíritu Santo convierte a hombres encerrados por miedo, en testigos valientes de Jesús. Pedro, que había negado a Jesús tres veces, lleno del poder del Espíritu Santo, proclama: «Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías». (Hch 2, 36). Y esta es la profesión de fe de todo cristiano. Dios ha constituido Señor y Cristo a aquel Jesús que vosotros habéis o que ha sido crucificado. ¿Estáis de acuerdo con esta profesión de fe? [responden: «¡Sí!»]. Es nuestra profesión, de todos, todos, la misma.
La Palabra sigue diciendo: «Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno». Vendían: ayudaban a los pobres. Había algunos astutos, pensemos en Ananías y Safira, siempre los hay, pero todos los creyentes, la mayoría, se ayudaban. «A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando» (Hch 2, 44-47). La comunidad crecía, y el Espíritu inspiraba. Me gusta mucho recordar a Felipe, cuando el ángel le dice: «Ve al camino de Gaza y encuentra a un prosélito, ministro de la economía de la reina de Etiopía, Candace». Era un prosélito y leía a Isaías. Y Felipe le explicó la Palabra, proclamó a Jesús, y aquél se convirtió. Y a un cierto punto, dice: «Aquí hay agua: quiero ser bautizado». Fue el Espíritu el que empujó a Felipe a ir allí, y desde el comienzo ha sido el Espíritu el que ha empujado a todos los creyentes a proclamar al Señor.
Hoy, hemos elegido reunirnos aquí, en este lugar –lo ha dicho el pastor Traettino–, porque aquí, durante las persecuciones, fueron martirizados algunos cristianos, para entretenimiento de los que miraban. Hoy hay más mártires que ayer. Hoy hay más mártires, cristianos. Los que matan a los cristianos, antes de matarlos no les preguntan: «¿Eres ortodoxo?, ¿eres católico?, ¿eres evangélico?, ¿eres luterano?, ¿eres calvinista?». No. «¿Eres cristiano?» –«Sí»: degollado, inmediatamente. Hoy hay más mártires que en los primeros tiempos. Y este es el ecumenismo de la sangre: nos une el testimonio de nuestros mártires actuales. En diversos lugares del mundo la sangre cristiana es derramada. Hoy es más urgente que nunca la unidad de los cristianos, unidos por el poder del Espíritu Santo, en la oración y la acción por los más débiles. Caminar juntos, trabajar juntos. Amarnos. Amarnos. Y juntos intentar explicar las diferencias, ponernos de acuerdo, pero caminando. Si nos quedamos quietos, sin caminar, nunca, nunca nos pondremos de acuerdo. Es así, porque el Espíritu nos quiere en camino.
50 años de la Renovación Carismática Católica. Corriente de gracia del Espíritu. Y, ¿por qué corriente de gracia Porque no tiene ni fundador, ni estatutos ni órganos de gobierno. Claro que en esta corriente han nacido múltiples expresiones que, ciertamente, son obra humana inspirada por el Espíritu, con carismas distintos y todas al servicio de la Iglesia. Pero a la corriente no se le pueden poner diques, ni se puede encerrar al Espíritu Santo en una jaula.
Han pasado 50 años. Cuando llegamos a esa edad las fuerzas comienzan a decaer. Es la mitad de la vida –en mi tierra decimos «el cincuentazo»–, las arrugas se hacen más profundas –a no ser que tú te maquilles, pero las arrugas están–, las canas se multiplican y también empezamos a olvidarnos de algunas cosas…
50 años es un momento de la vida para detenerse y hacer una reflexión. Es el momento de la reflexión: la mitad de la vida. Y yo os diría: es el momento de seguir adelante con más fuerza, dejando atrás el polvo del tiempo que hemos dejado acumular, agradeciendo lo recibido y enfrentando lo nuevo con confianza en la acción del Espíritu Santo.
Pentecostés da nacimiento a la Iglesia. El Espíritu Santo, la promesa del Padre anunciada por Jesucristo, es quien hace la Iglesia: la esposa del Apocalipsis, una sola esposa. Lo ha dicho el pastor Traettino: el Señortiene una esposa.
El don más precioso que todos hemos recibido es el Bautismo. Y ahora el Espíritu nos conduce por el camino de conversión que atraviesa todo el mundo cristiano y que es una razón más para que la Renovación Carismática Católica sea un lugar privilegiado para transitar el camino hacia la unidad.
Esta corriente de gracia es para toda la Iglesia, no solo para algunos y ninguno de nosotros es el «patrón» y todos los demás, siervos. No. Todos somos siervos de esta corriente de gracia.
Junto con esta experiencia, recordáis continuamente a la Iglesia el poder de la oración de alabanza. Alabanza que es la oración de reconocimiento y acción de gracias por el amor gratuito de Dios. Puede que este modo de orar no guste a algunos, pero también es cierto que se inserta plenamente en la tradición bíblica. Los Salmos, por ejemplo: David que bailaba delante del Arca de la Alianza, lleno de júbilo… Y por favor, no caigamos en la actitud de cristianos con el «complejo de Micol», que se avergonzaba de cómo David alababa a Dios [danzando delante del Arca].
Júbilo, alegría, gozo, fruto de una misma acción del Espíritu Santo. El cristiano o vive el gozo en su corazón o hay algo que no funciona.
El gozo del anuncio de la Buena Nueva del Evangelio.
Jesús en la Sinagoga de Nazaret lee el pasaje de Isaías. Leo: «Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2). La buena noticia: no olvidéis esto. La buena noticia: el anuncio cristiano es siempre alegre.
El tercer documento de Malinas, «Renovación Carismática y Servicio del Hombre», escrito por el Cardenal Suenens y Dom Hélder Câmara, es claro: Renovación Carismática es también servicio del hombre.
Bautismo en el Espíritu Santo, alabanza, servicio del hombre. Las tres cosas están indisolublemente unidas. Puedo tener una alabanza profunda, pero si no sirvo a los que más necesitan, no es suficiente. «Ninguno pasaba necesidad» (Hch 4, 34), decía el libro de los Hechos Apóstoles.
No seremos juzgados por nuestra alabanza, sino por cuanto hicimos por Jesús: «Señor, ¿cuándo lo hicimos contigo? Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40).
Queridos hermanos y hermanas, os deseo un tiempo de reflexión, de memoria de los orígenes; de dejar atrás todo lo añadido desde el propio yo y transformarlo en una escucha y aceptación gozosa de la acción del Espíritu Santo, que sopla donde quiere y como quiere.
Agradezco a la Fraternidad Católica y al ICCRS la organización de este Jubileo de Oro, de esta Vigilia. Y agradezco a cada uno de los voluntarios que lo han hecho posible, muchos de los cuales están aquí. He querido saludar cuando llegué a los miembros de la organización, porque sé que han trabajado mucho. Y sin sueldo. Han trabajado mucho. La mayoría son jóvenes de distintos continentes. Que el Señor los bendiga abundantemente.
Agradezco especialmente que el pedido que os hice hace dos años de dar a la Renovación Carismática mundial un solo servicio internacional desde aquí haya empezado a concretizarse en el Acta Constitutiva de ese nuevo único servicio. Es el primer paso, siguen otros, pero pronto la unidad, obra del Espíritu Santo, será una realidad. «Yo hago nuevas todas las cosas», dice el Señor (Ap 21, 5).
Gracias, Renovación Carismática Católica, por lo que habéis dado a la Iglesia en estos 50 años. La Iglesia cuenta con vosotros, con vuestra fidelidad a la Palabra, con vuestra disposición para el servicio y con el testimonio de vidas transformadas por el Espíritu Santo.
Compartir con todos en la Iglesia el Bautismo en el Espíritu Santo, alabar al Señor sin cesar, caminar juntos con los cristianos de diferentes Iglesias y comunidades cristianas en la oración y la acción por los que más lo necesitan. Servir a los más pobres y enfermos, eso espera la Iglesia y el Papa de vosotros, Renovación Carismática Católica, también de todos vosotros: todos, todos los que habéis entrado en esta corriente de gracia. Gracias.