Con el clero, … y representantes de las parroquias
Catedral de Cesena
Domingo 1 de octubre de 2017

Visita a Cesena, tercer centenario del nacimiento de Pío VI, y a Bolonia, clausura del congreso eucarístico

Queridos hermanos y hermanas:

Os doy las gracias por vuestra acogida y os saludo cordialmente, comenzando por vuestro obispo Mons. Douglas Regattieri. Mi presencia hoy entre vosotros expresa en primer lugar cercanía a vuestro compromiso con la evangelización. Esta es la misión principal de los discípulos de Cristo: anunciar y testimoniar el Evangelio con alegría.

La evangelización es más eficaz cuando se lleva a cabo con unidad de propósito y con la colaboración sincera entre las diferentes realidades eclesiales y pastorales entre los diferentes sujetos pastorales, que encuentran en el obispo un punto seguro de referencia y de cohesión. Corresponsabilidad es una palabra clave, tanto para avanzar en el trabajo común en los campos de la catequesis, la educación católica, la promoción humana y la caridad; como en la búsqueda valiente, ante los desafíos pastorales y sociales, de nuevas formas de cooperación y presencia eclesial en el territorio. Ya es un testimonio eficaz de la fe el hecho mismo de ver a una Iglesia que se esfuerza por caminar en la fraternidad y la unidad. Si no hay esto, lo demás no sirve.

Cuando el amor en Cristo se coloca por encima de todo, incluso de las necesidades particulares y legítimas, entonces se es capaz de salir de sí mismo, de descentralizarse tanto en el ámbito personal como en el de grupo y siempre en Cristo, de salir al encuentro de los hermanos.

Las llagas de Jesús siguen siendo visibles en tantos hombres y mujeres que viven al margen de la sociedad, incluidos los niños: marcados por el sufrimiento, la incomodidad, el abandono y la pobreza. Personas heridas por las duras pruebas de la vida, que están humilladas, que están en la cárcel o en el hospital. Acercándoos y curando con ternura estas llagas, a menudo no sólo corporales, sino también espirituales, también nosotros nos purificamos y transformamos por la misericordia de Dios. Y juntos, pastores y fieles laicos, experimentamos la gracia de ser portadores humildes y generosos de la luz y la fuerza del Evangelio. Me gusta recordar, a propósito del primer deber del diaconado con los pobres, el ejemplo de San Vicente de Paúl, que comenzó hace más de 400 años en Francia una verdadera "revolución" de la caridad. A nosotros también se nos pide que nos adentremos hoy con ardor apostólico en el mar abierto de las pobrezas de nuestro tiempo, conscientes, sin embargo, de que solos no podemos hacer nada. «Si el Señor no edifica la casa, en vano, fatigan los constructores» (Sal 127, 1).

Por lo tanto, es necesario reservar un espacio adecuado para la oración y la meditación de la Palabra de Dios: la oración es la fuerza de nuestra misión –como, también nos ha mostrado más recientemente, Santa Teresa de Calcuta–. El constante encuentro con el Señor en la oración es indispensable tanto para los sacerdotes y las personas consagradas, como para los agentes de pastoral, llamados a salir de su «huertecita» para ir a las periferias existenciales. Mientras el impulso apostólico nos lleva salir- pero siempre salir con Jesús - sentimos la profunda necesidad de permanecer firmemente unidos en el centro de la fe y la misión: el corazón de Cristo, lleno de misericordia y amor. En el encuentro con El, nos contagia de su mirada, la que se compadecía de las personas que se encontraba en los caminos de Galilea. Se trata de recuperar la capacidad de «mirar» ¡la capacidad de mirar! Hoy se pueden ver muchas caras a través de los medios de comunicación, pero existe el riesgo de mirar cada vez menos a los ojos de los demás. Si miramos con respeto y amor a las personas que encontramos también nosotros podemos hacer la revolución de la ternura. Y os invito a hacerla, a hacer esta revolución de la ternura.

Entre los que más necesitan experimentar este amor de Jesús, están los jóvenes. Gracias a Dios, los jóvenes son una parte viva de la Iglesia –la próxima Asamblea del Sínodo de los Obispos los involucra directamente– y pueden comunicar a sus compañeros su testimonio: jóvenes apóstoles de los jóvenes, como escribió el beato Pablo VI en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (cf. 72). La Iglesia cuenta mucho con ellos y es consciente de sus grandes recursos, de su actitud hacia lo bueno, lo bello, a la libertad auténtica y a la justicia. Necesitan que se les ayude a descubrir los dones que el Señor les ha dado, animados a no temer ante los grandes desafíos del momento presente. Por eso animo a encontrarlos, a escucharlos, a caminar con ellos para que puedan encontrar a Cristo y su mensaje liberador de amor. En el Evangelio, y en el testimonio coherente de la Iglesia los jóvenes pueden encontrar la perspectiva de vida que les ayude a superar los condicionamientos de una cultura subjetivista que exalta el yo hasta idolatrarlo –esas personas, deberían llamarse «yo, mí, conmigo, para mí y siempre yo»– y los abra a metas y proyectos de solidaridad. Y para impulsar a los jóvenes, hoy es necesario restablecer el diálogo entre los jóvenes y los ancianos, los jóvenes y los abuelos. Se entiende que los ancianos se jubilen pero su vocación no se jubila, y tienen que darnos a todos, especialmente a los jóvenes, la sabiduría de la vida. Debemos aprender cómo hacer que los jóvenes hablen con los ancianos, que vayan a ellos. El profeta Joel tiene una buena frase en el capítulo III versículo 1: «Los viejos soñarán y los jóvenes profetizarán». Y esta es la receta revolucionaria de hoy. Que los viejos no se pongan en esa actitud que dice: «Pero, son cosas pasadas, todo tiene herrumbre…» ¡no, ¡sueña! Sueña! Y el sueño del anciano hará que el joven siga adelante y se entusiasme, que sea un profeta. Pero precisamente el joven es el que hará que el viejo sueñe y luego hará suyos esos sueños. Os recomiendo que, en vuestras comunidades, en vuestras parroquias, en vuestros grupos, os aseguréis de que haya este diálogo. Este diálogo hará milagros.

Una Iglesia atenta a los jóvenes es una Iglesia familia de familias. Os animo en vuestro trabajo con las familias y por las familias, que os ocupa en este año pastoral sobre la reflexión en la educación a la afectividad y al amor. Y vuelvo al argumento de los viejos, porque me importa. A un joven que no ha aprendido, que no sabe acariciar a un anciano, le falta algo. Y a un anciano que no tiene paciencia para escuchar al joven, le falta algo. Ambos deben ayudarse a seguir adelante juntos. Educación a la afectividad y al amor. Es un trabajo que el Señor nos pide que hagamos sobre todo en este tiempo, que es un tiempo difícil tanto para la familia como institución y célula base de la sociedad, como para las familias concretas, que soportan la mayor parte de la carga de la crisis socioeconómica sin recibir, a cambio, el apoyo adecuado. Pero justo cuando la situación es difícil, Dios hace sentir su cercanía, su gracia, la fuerza profética de su Palabra. Y estamos llamados a ser testigos, mediadores de esta cercanía a las familias y de esta fuerza profética para la familia. Y aquí también quiero decir algo más. Cuando confieso a una mujer o un hombre joven y me dice que está cansado, que también pierde la paciencia con los niños, porque tiene mucho que hacer, yo, la primera pregunta que hago es: «¿Cuántos hijos tienes?», Y dicen: dos, tres … Y luego hago otra pregunta: «¿Juegas con tus hijos?» Y muchas veces me dicen, sobre todo los padres: «Padre, cuando salgo de casa, todavía duermen, y cuando vuelvo ya están acostados». Esta situación socioeconómica impide la buena relación de los padres con sus hijos. Tenemos que trabajar para que esto no suceda, para que los padres pueden perder el tiempo jugando con sus hijos. ¡Esto es importante!

Queridos sacerdotes… Vosotros no tenéis hijos … sí, hay uno allí, griego-católico, que los tiene; pero vosotros no los tenéis, y se dice que cuando Dios no da hijos, ¡el diablo da sobrinos! Queridos sacerdotes, a vosotros, de manera especial, está confiado el ministerio del encuentro con Cristo; y esto presupone vuestro encuentro cotidiano con Él, vuestro ser en Él. Os deseo que sigáis redescubriendo, en las diversas etapas de vuestro viaje personal y ministerial, la alegría de ser curas. ¡No perdáis esa alegría! ¡No la perdáis!. Tal vez os ayude leer los cuatro números finales de la Evangelii nuntiandi del beato Pablo VI: Habla de esto. La alegría No perdáis la alegría. Muchas veces la gente encuentra sacerdotes tristes, todos enfurruñados, con la cara avinagrada y a veces se me ocurre pensar : ¿Pero que tenía su desayuno? ¿Café con leche o vinagre? No. ¡Alegría, alegría! Y si encuentras al Señor, estarás alegre. La alegría de ser sacerdotes, de haber sido llamados por el Señor a seguirlo para llevar su palabra, su perdón, su amor, su gracia. La alegría de terminar el día cansado: ¡es hermoso! Y no necesitar pastillas para dormir. Estás cansado, vas a la cama y duermes solo. Es una llamada que nunca deja de sorprendernos, la llamada del Señor. Cada día se renueva en la celebración eucarística y en el encuentro con el pueblo de Dios al que somos enviados. Que el Señor os ayude a trabajar con alegría en su viña como obreros acogedores, pacientes y sobre todo misericordiosos. Como lo fue Jesús. Y que podáis contagiar a las personas y a la comunidad del espíritu misionero.

Queridos hermanos y hermanas de la diócesis de Cesena-Sarsina, no os desaniméis frente a las dificultades. Sed tenacees en dar testimonio del Evangelio, caminando juntos: sacerdotes, consagrados, diáconos y fieles laicos. A veces habrá malentendidos, pero cuando hay malentendidos, hablad o hablad con el párroco para que os ayude. Pero, nada de habladurías. Las habladurías destruyen una comunidad: una comunidad religiosa, una comunidad parroquial, una comunidad diocesana, una comunidad presbiteral. Las habladurías son un acto «terrorista». Sí, chismorrear es terrorismo, porque tú vas, lanzas el chisme - que es una bomba - destruyes al otro y te vas tan contento. Chismorrear es esto. Pensadlo. ¿Qué dice Jesús? «Si tienes algo contra tu hermano, ve y díselo a la cara» (Mt 18, 15). Sed valientes. Y si no tenéis valor de decirlo, mordeos la lengua. Y estará bien. En vuestro camino, sentíos siempre acompañados y sostenidos por la promesa del Señor, es decir, la fuerza del Espíritu Santo. Os agradezco sinceramente este encuentro y confío a cada uno de vosotros y a vuestras comunidades, proyectos y esperanzas a la Virgen, a la que se llama con un nombre muy bonito: «Nuestra Señora del pueblo» –¡no populista!–, es la madre del pueblo, es buena. Os bendigo de corazón y os pido que recéis por mí. Ahora os doy la bendición.

[Bendición]

Saludo enfrente de la Catedral

Os deseo un buen domingo. Saludo al coro: canta muy bien; lo mismo que el coro dentro de la Catedral. Saludo a los dos. Muchas gracias.

Y aquí están los jóvenes: ¡Que levanten las manos, los niños y los jóvenes! ¿Qué tienen que hacer los jóvenes? ¿Habéis escuchado lo que dije [en el discurso de la catedral? ] ¿Qué tienen que hacer? … ¿Hablar con? … [Responden: «Hablar con los ancianos»] Hablar con los ancianos. Escuchar, hablar con los ancianos. Así os volveréis revolucionarios.

¡Adiós! ¡Gracias, y que el Señor os bendiga!