Discurso al Catholicós-Patriarca de la Iglesia Asiria de Oriente.
Viernes, 9 de noviembre de 2018
Santidad, queridos hermanos:
«Paz y caridad con fe de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo» (Ef 6, 23). Con las palabras del apóstol Pablo, os saludo y, a través de vosotros, a los miembros del Santo Sínodo, a los obispos, al clero y a todos los fieles de la querida Iglesia Asiria de Oriente.
Han pasado dos años desde nuestro primer encuentro, pero mientras tanto, he tenido la alegría de encontrarme nuevamente con Su Santidad el pasado 7 de julio en Bari, con motivo de la Jornada de reflexión y oración por la paz en el Medio Oriente, también muy deseada por Usted. Compartimos, efectivamente, el gran sufrimiento que se deriva de la trágica situación de muchos de nuestros hermanos y hermanas en el Medio Oriente, víctimas de la violencia y, a menudo, obligados a abandonar las tierras donde siempre han vivido. Recorren el vía crucis siguiendo las huellas de Cristo y, aunque pertenecen a diferentes comunidades, establecen relaciones fraternas entre sí, convirtiéndose para nosotros en testigos de unidad. Por el final de tanto sufrimiento rezaremos juntos esta tarde, invocando del Señor el don de la paz para el Medio Oriente, especialmente para Irak y Siria.
Un motivo particular para dar gracias a Dios que tenemos en común es la Comisión para el diálogo teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Asiria de Oriente. Hace apenas un año tuve la alegría de dar la bienvenida a sus miembros con motivo de la firma de la Declaración Común sobre la "vida sacramental". Esta comisión, fruto del diálogo, muestra que las diferencias prácticas y disciplinarias no siempre son un obstáculo para la unidad, y que algunas diferencias en las expresiones teológicas pueden considerarse complementarias en lugar de conflictivas. Rezo para que los trabajos que está llevando a cabo, y que en estos días entren en una tercera fase de estudio sobre eclesiología, nos ayuden a recorrer otro trozo de camino más, hacia la meta tan esperada cuando podamos celebrar el Sacrificio del Señor en el mismo altar.
Este camino nos empuja hacia adelante, pero también exige mantener siempre viva nuestra memoria, para dejarnos inspirar por los testigos del pasado. Este año, tanto la Iglesia Asiria de Oriente como la Iglesia Caldea celebran el séptimo centenario de la muerte de Abdisho bar Berika, Metropolitano de Nisibis, uno de los escritores más famosos de la tradición sirio oriental. Sus obras, especialmente en el campo del Derecho Canónico, siguen siendo textos fundamentales de vuestra Iglesia. Me alegro de la participación de Su Santidad, así como de los distinguidos miembros de su delegación, en la conferencia internacional organizada en esta ocasión por el Pontificio Instituto Oriental. ¡Qué el estudio de este gran teólogo contribuya a dar a conocer mejor las riquezas de la tradición siria y a recibirlas como un don para toda la Iglesia!
Su Santidad, queridísimo hermano, con afecto, deseo expresar mi gratitud por vuestra visita y por el don de orar juntos hoy, haciendo nuestra la oración del Señor: «Que todos sean uno […] para que el mundo crea» (Jn 17, 21).
Declaración común del Papa Francisco y del Catholicós Patriarca Mar Gewargis III
1. Alabando a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, nosotros, el Papa Francisco y el Catholicós Patriarca Mar Gewargis III, elevamos nuestras mentes y corazones en acción de gracias al Todopoderoso por la creciente cercanía en la fe y el amor entre la Iglesia Asiria de Oriente y la Iglesia católica. Nuestro encuentro de hoy como hermanos se hace eco de las palabras del bendito apóstol Pablo: "Paz a los hermanos, y caridad con fe de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo" (Ef 6, 23).
2. En las últimas décadas, nuestras Iglesias se han acercado más que nunca antes en el curso de los siglos. Desde su primer encuentro en Roma en 1984, nuestros predecesores de bendita memoria, el Papa san Juan Pablo II y el Catholicós Patriarca Mar Dinkha IV, emprendieron un camino de diálogo. Estamos muy agradecidos por los frutos de este diálogo de amor y verdad, que confirman que una diversidad de costumbres y disciplinas no es en absoluto un obstáculo para la unidad, y que ciertas diferencias en las expresiones teológicas a menudo son complementarias en lugar de conflictivas. Esperamos que nuestro diálogo teológico nos ayude a allanar el camino hacia el día tan esperado en el que podamos celebrar juntos el sacrificio del Señor en el mismo altar. Mientras tanto, tenemos la intención de avanzar en el reconocimiento mutuo y el testimonio compartido del Evangelio. Nuestro Bautismo común es el fundamento sólido de la comunión real que ya existe entre nosotros: «en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados para no formar más que un cuerpo» (1Co 12, 13). Caminando juntos en confianza, buscamos la caridad que «une todo en perfecta armonía» (Col 3, 14).
3. En nuestro peregrinaje hacia la unidad visible, experimentamos un sufrimiento común, derivado de la dramática situación de nuestros hermanos y hermanas cristianos en Medio Oriente, especialmente en Irak y Siria. El significado de la presencia y misión cristiana en Medio Oriente se puso una vez más en evidencia durante la Jornada de Oración y Reflexión celebrada en Bari el 7 de julio de 2018, cuando los Jefes de Iglesias y comunidades cristianas de Medio Oriente se reunieron para orar y hablar unos con otros. La Buena Nueva de Jesús, crucificado y resucitado por amor, vino de Medio Oriente y conquistó los corazones humanos a través de los siglos, no debido al poder mundano sino al poder desarmado de la Cruz. Sin embargo, durante décadas, Medio Oriente ha sido un epicentro de violencia en el que poblaciones enteras soportan duras pruebas día tras día. Cientos de miles de hombres, mujeres y niños inocentes sufren inmensamente a causa de conflictos violentos que nada puede justificar. Las guerras y las persecuciones han aumentado el éxodo de los cristianos de las tierras donde han convivido con otras comunidades religiosas desde la época de los apóstoles. Sin distinción de rito o confesión, sufren por profesar el nombre de Cristo. En ellos vemos el Cuerpo de Cristo que, hoy también, está afligido, golpeado y vilipendiado. Estamos profundamente unidos en nuestra oración de intercesión y en nuestro acercamiento caritativo a estos miembros sufrientes del cuerpo de Cristo.
4. En medio de tal sufrimiento, cuyo final inmediato imploramos, continuamos viendo hermanos y hermanas que recorren el camino de la cruz, siguiendo dócilmente los pasos de Cristo, en unión con el que nos reconcilió con su cruz «derribando el muro que los separaba, la enemistad» (cf. Ef 2, 14-16). Estamos agradecidos a estos hermanos y hermanas nuestros, que nos inspiran a seguir el camino de Jesús para vencer la enemistad. Les agradecemos el testimonio que dan al Reino de Dios mediante las relaciones fraternales que existen entre sus diversas comunidades. Así como la sangre de Cristo, derramada por amor, trajo la reconciliación y la unidad, e hizo florecer a la Iglesia, la sangre de estos mártires de nuestro tiempo, miembros de varias Iglesias pero unidas por su sufrimiento compartido, es la semilla de la unidad cristiana.
5. Ante esta situación, nos unimos a nuestros hermanos y hermanas perseguidos, para hacernos voz de los que no la tienen. Juntos haremos todo lo posible para aliviar su sufrimiento y ayudarlos a encontrar maneras de comenzar una nueva vida. Deseamos afirmar una vez más que no es posible imaginar el Medio Oriente sin los cristianos. Esta convicción se basa no solo en motivos religiosos, sino también en realidades sociales y culturales, ya que los cristianos, junto con otros creyentes, contribuyen en gran medida a la identidad específica de la región: un lugar de tolerancia, respeto mutuo y aceptación. Medio Oriente sin cristianos ya no sería Medio Oriente.
6. Convencidos de que los cristianos permanecerán en la región solo si se restablece la paz, elevamos nuestras sinceras oraciones a Cristo, el Príncipe de la Paz, pidiendo el regreso de ese «fruto de la justicia» esencial (cf. Is 32, 17). Una tregua mantenida por muros y demostraciones de poder no conducirá a la paz, ya que la paz auténtica solo puede lograrse y defenderse a través de la escucha y el diálogo mutuos. Por lo tanto, pedimos una vez más a la comunidad internacional que implemente una solución política que reconozca los derechos y deberes de todas las partes involucradas. Estamos convencidos de la necesidad de garantizar los derechos de cada persona. La primacía de la ley, incluido el respeto por la libertad religiosa y la igualdad ante la ley, basada en el principio de "ciudadanía", independientemente del origen étnico o de la religión, es un principio fundamental para el establecimiento y la defensa de una coexistencia estable y productiva entre los pueblos y comunidades de Medio Oriente. Los cristianos no quieren ser considerados una "minoría protegida" o un grupo tolerado, sino ciudadanos de pleno título cuyos derechos están garantizados y defendidos, junto con los de todos los demás ciudadanos.
7. Finalmente, reafirmamos que cuanto más difícil es la situación, más necesario es el diálogo interreligioso basado en una actitud de apertura, verdad y amor. Este diálogo es también el mejor antídoto contra el extremismo, que es una amenaza para los seguidores de todas las religiones.
8. Reunidos aquí en Roma, oramos juntos a los apóstoles Pedro y Pablo para que a través de su intercesión, Dios otorgue sus abundantes bendiciones a los cristianos de Oriente Medio. Pedimos a la Santísima Trinidad, modelo de verdadera unidad en la diversidad, que fortalezca nuestros corazones para que podamos responder al llamado del Señor de que sus discípulos sean uno en Cristo (cf. Jn 17, 21). Que el Todopoderoso que ha comenzado esta buena obra en nosotros la complete en Cristo Jesús (cf. Flp 1, 6).
Desde el Vaticano, 9 de noviembre de 2018.