Noveno Domingo. Ciclo C

72. DEVOCIÓN A LOS SANTOS


– Son nuestros intercesores ante Dios y nuestros grandes aliados en las dificultades.
– El culto a los santos. El dies natalis.
– Veneración y aprecio de las reliquias. Las imágenes. La Virgen, especial intercesora en las necesidades.

I. El Evangelio de la Misa 1 nos presenta la figura de un centurión, modelo de muchas virtudes: fe, humildad, confianza en el Señor. La liturgia ha conservado sus palabras en la Santa Misa: Señor, no soy digno de que entres en mi casa... Jesús quedó admirado de la actitud de este hombre y, después de concederle lo que le pedía -la curación de uno de sus siervos-, se volvió a la muchedumbre que le seguía y dijo: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.

Este centurión es también para nosotros un ejemplo del que sabe pedir. Primero envió a unos ancianos para que intercedieran por él. Y éstos, cuando llegaron junto a Jesús, le rogaban encarecidamente diciendo: Merece que le hagas esto, pues aprecia a nuestro pueblo y él mismo nos ha construido una sinagoga. Y después, cuando el Señor está cerca de su casa, le envía de nuevo a unos amigos para decir a Jesús que no se tomara la molestia de ir, que con su deseo bastaba para la curación del criado. Jesús había escuchado complacido a los judíos que hablaban en favor de este gentil: merece que le hagas esto...

En la Escritura encontramos abundantes testimonios de esta intercesión eficaz. Cuando Yahvé está dispuesto a destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra, Abrahán le rogó: Si hubiera cincuenta justos en la ciudad, ¿los exterminarías y no perdonarías al lugar por los cincuenta justos?... Y dijo Yahvé: Si hallare en Sodoma cincuenta justos, perdonaría por ellos a todo el lugar. Pero como no había cincuenta justos, Abrahán irá rebajando la cifra: Si de los cincuenta justos faltaran cinco, ¿destruirías la ciudad?... ¿Y si se hallasen allí cuarenta?..., ¿treinta?..., ¿veinte?..., ¿diez?... 2. El Señor acoge siempre su intercesión, porque Abrahán era el amigo de Dios 3.

Los santos que ya gozan de la eterna bienaventuranza son particularmente los amigos de Dios, pues le han amado sobre todas las cosas y le han servido con una vida heroica. Ellos son nuestros grandes aliados e intercesores, atienden siempre nuestros ruegos y los presentan al Señor, avalados por los méritos que adquirieron aquí en la tierra y por su unión con la Beatísima Trinidad. Dios les honra y glorifica a través de los milagros que hacen y de las gracias que nos alcanzan en nuestras necesidades materiales y espirituales, "pues en esta vida merecieron ante Dios que sus oraciones fuesen escuchadas después de su muerte" 4.

La devoción a los santos es parte de la fe católica, y se ha vivido en la Iglesia desde los comienzos. El Concilio Vaticano II nos dice que es "sumamente conveniente que amemos a estos amigos y coherederos de Cristo, hermanos también y eximios bienhechores nuestros; que rindamos a Dios las gracias que le debemos por ellos; que los invoquemos humildemente y que, para impetrar de Dios beneficios por medio de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, que es el único Redentor y Salvador nuestro, acudamos a sus oraciones, protección y socorro" 5. Tenemos amigos en el Cielo; acudamos en el día de hoy -y todos los días- a su intercesión. Nos prestarán grandes ayudas para realizar con rectitud nuestros quehaceres, para vencer en aquello que más nos cuesta, en el apostolado...


II. En los mismos inicios de la Iglesia nace la veneración por la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, por los Ángeles Custodios, los apóstoles y los mártires. Nos han quedado innumerables testimonios de estas devociones de los primeros cristianos. Ya en las Actas del martirio de San Policarpo -que fue discípulo del Apóstol San Juan- se dice que los cristianos sepultaron piadosamente sus restos mortales para celebrar en aquel lugar cada año el natalicio (el día del martirio); y San Cipriano recomienda al clero de Cartago que tome nota del día en que mueren los mártires para celebrar el aniversario. Esta celebración tenía lugar junto a la tumba. Cada iglesia guardaba memoria de sus mártires y estas relaciones recopiladas dieron lugar a los primeros calendarios de los santos. Muchos se disputaban el privilegio de ser sepultados junto a un mártir; sus sepulcros constituían una gloria local, eran símbolo de protección y donde se alcanzaban muchas gracias particulares; pronto se convirtieron en centros de peregrinación. Después, sobre todo cuando el martirio fue menos frecuente, "se unieron también los que imitaron más intensamente la virginidad y la pobreza de Cristo y, finalmente, todos aquellos en cuya piadosa devoción e imitación confiaban los fieles a causa del preclaro ejercicio de las virtudes y de los carismas divinos" 6. Son el tesoro de la Iglesia y una gran ayuda en nuestra lucha cotidiana, en el trabajo, en el empeño por sacar adelante los propósitos de mejorar y hacer realidad los deseos de acercar almas a Cristo.

Los santos interceden por nosotros en el Cielo, nos alcanzan gracias y favores, pues -comenta San Jerónimo- si cuando estaban en la tierra "y tenían motivos para ocuparse de sí mismos, ya oraban por los demás, ¡cuánto más, después de la corona, la victoria y el triunfo!" 7. Nosotros veneramos su memoria y procuramos honrarles en la tierra. Y no debemos conformarnos con invocarlos como intercesores en nuestro favor: la Iglesia quiere que les demos el culto que merecen, en reconocimiento de su santidad, como miembros predilectos del Cuerpo Místico de Cristo, poseedores para siempre de la eterna bienaventuranza. En ellos alabamos a Dios: "honramos a los siervos, para que el honor de éstos redunde sobre el Señor" 8, pues el trato con los bienaventurados "de ninguna manera rebaja el culto latréutico, tributado a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu, sino que más bien lo enriquece copiosamente" 9.

Además del culto externo, debemos hablarles desde lo íntimo del corazón, sin palabras, con afectos de amistad y confianza, al oído, como a un amigo que nos ayuda siempre, particularmente cuando nos encontramos en alguna dificultad. Muchas veces acudiremos al santo o al mártir que la Iglesia celebre ese día, y cuya festividad coincide frecuentemente con el día de su muerte (dies natalis), en el que oyeron aquellas dichosísimas palabras del Señor: Ven, bendito de mi Padre... 10, mira lo que he preparado para ti; es el aniversario de aquel día en el que por vez primera contemplaron la gloria inefable de Dios, y que ya jamás perderán. Son de mucho provecho esas devociones particulares a los santos que por determinadas circunstancias consideramos más cercanos a nuestra vida. Experimentamos entonces cómo "el consorcio con los santos nos une a Cristo, de quien, como de Fuente y Cabeza, dimana toda la gracia y la vida del mismo Pueblo de Dios" 11.


III. Es una manifestación de piedad tener en gran aprecio y venerar sus cuerpos y los objetos que usaron en la tierra. Son recuerdos preciosos que guardamos con gran estima, igual que los objetos que pertenecieron a personas muy cercanas y queridas. Los primeros cristianos conservaban las reliquias de los mártires como tesoros inestimables 12. "Debemos, en su memoria, venerar dignamente todo aquello que nos han dejado, y sobre todo sus cuerpos, que fueron templos e instrumentos del Espíritu Santo, que habitaba y obraba en ellos, y que se configurarán con el Cuerpo de Cristo, después de su gloriosa resurrección. Por eso, el mismo Dios honra estas reliquias de manera conveniente, obrando milagros por ellas" 13.

También honramos sus imágenes, pues en ellas veneramos a los mismos santos a quienes representan, y nos mueven a amarlos e imitarlos. El Señor ha glorificado algunas veces estas imágenes, y también las reliquias, por medio de milagros. Con frecuencia, concede particulares favores y gracias a quienes las veneran piadosamente. Santa Teresa nos ha dejado escrito que ella era "muy amiga de imágenes". "¡Desventurados los que por su culpa pierden este bien!", decía, refiriéndose quizá a aquellos que, influidos por doctrinas protestantes, arremetían contra las imágenes.

De modo muy particular debemos amar y buscar la intercesión de nuestra Madre Santa María -Medianera de todas las gracias-, en quien "hallan los ángeles la alegría, los justos la gracia y los pecadores el perdón para siempre" 14. Ella nos protege siempre, nos ayuda en todo momento. No ha dejado de llevar hasta su Hijo ni una siquiera de nuestras súplicas. Sus imágenes son un recordatorio continuo para ser fieles en nuestra tarea diaria.

De la mano de la Virgen, terminemos nuestra oración invocando al Señor con las palabras de la liturgia: Dios todopoderoso y eterno, tú que has querido darnos una prueba suprema de tu amor en la glorificación de tus santos; concédenos ahora que su intercesión nos ayude y su ejemplo nos mueva a imitar fielmente a tu Hijo Jesucristo 15.

(1) Lc 7, 1 - 10.
(2) Cfr. Gn 18, 24 - 32.
(3) Cfr. Jdt 8, 22.
(4) santo TOMAS, Suma Teológica, Suplem. q. 72, a. 3, ad 4.
(5) CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 50.
(6) JUAN PABLO II, Const. Apost. Divinus perfectionis magister, 25 - I - 1983.
(7) SAN JERONIMO, Contra Vigilantium,1, 6.
(8) IDEM, Carta 109.
(9) CONC. VAT. II, loc. cit, 51.
(10) Cfr. Mt 25, 34.
(11) CONC. VAT. II, loc. cit, 50.
(12) Martirio de San Ignacio,6, 5.
(13) santo TOMAS, o. c., 3, q 25, a. 6. .
(14) SAN BERNARDO, Sermón en el día de Pentecostés, 2.
(15) LITURGIA DE LAS HORAS, Común de santos varones. Oración para varios santos.