– 1Jn 2, 29-3, 6: Todo el que permanece en Dios no peca. Dios nos ha otorgado su amor al convertirnos en hijos suyos. En este mundo permanece oculta tan gloriosa filiación, pero se manifestará en el gran día, cuando contemplemos a Dios tal cual es. Para vivir como hijos de Dios hay que romper con el pecado. Comenta San Agustín:
" Lo veremos tal cual es. Disponéos para esta visión. Y entretanto, mientras estáis en esta carne, creed en la Encarnación de Cristo y creed de forma que no os veáis seducidos por falsedad alguna. La verdad nunca miente " (Sermón 264, 6).
Juan Bautista conoció a Jesús, porque estaba vacío de sí mismo y lleno de Dios. Los hijos de Dios sabemos que el Padre nos ama. Somos una raza nueva que el mundo ni conoce ni comprende. Nuestro ser verdadero es misterioso, como el de Jesús. Ya la verdad de este ser nuestro misterioso se manifiesta cuando obramos la justicia, pues Dios es justo (Mt 5, 44-48; Jn 3, 3-8); pero la verdadera manifestación llegará cuando veamos a Dios.
Nuestro vivir en la tierra debe ser un acercamiento progresivo a Jesús. Los que pecan luchan contra Jesús. Los que permanecen en Jesús no pecan, pues participan de su misma vida, que es un " no " total al pecado. No es que de tal modo sean justos y puros que gocen ya de perfecta impecabilidad, sino que por convivir con Cristo están fundamentalmente contra el pecado.
El Apóstol dice a los fieles que ellos saben que Dios es justo y esencialmente perfecto, y de ahí saca la consecuencia de que el que ha nacido verdaderamente de Dios, participa de su vida y practica la justicia y guarda los mandamientos. El criterio de la filiación divina es la semejanza con Dios, la perfección interior que da al cristiano la gracia santificante que recibió en el bautismo. Por eso dijo el Señor: " Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial " (Mt 5, 48).
Dios nos ha amado tanto que no sólo nos ha dado a su Hijo Unigénito, sino que nos ha hecho hijos suyos por adopción, comunicándonos su propia naturaleza.
– Seguimos cantando en el Salmo 97 las maravillas que el amor de Dios ha hecho con nosotros, constituyéndonos sus hijos y coherederos con Cristo. Para eso vino Cristo al mundo: " Cantad a Dios un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios... Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor "...
Cantemos al Señor con un corazón puro y santo, cantemos con obras de justicia, de caridad, de santidad. " En esto conocerán que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros " (Jn 13, 35). Amemos no sólo con palabras y deseos, sino también y principalmente con obras, con un amor real, activo y servicial, con un amor como Él mismo practicó con nosotros durante toda su vida hasta morir por nosotros en una cruz.
– Jn 1, 29-34: Éste es el Cordero de Dios. Comenta San Agustín:
" Que nadie pretenda que es él el que quita los pecados del mundo. Fijáos ahora contra qué insolentes personas extendía Juan su dedo. No habían nacido todavía los herejes y ya los señalaba con el dedo. Desde las riberas del Jordán levanta la voz contra los mismos que la levanta hoy contra el Evangelio.
" Jesús se acerca. ¿Y qué dice Juan? "He aquí el Cordero de Dios". Si es Cordero es inocente... Pero, ¿quién es inocente?... Todos venimos de aquella semilla y vástago de que habla David, con sollozos y gemidos: "Yo he sido concebido en la iniquidad y en el pecado me alimentó mi madre en su seno". Cordero, pues, es solamente Aquel que no ha venido en esas condiciones. No fue concebido en iniquidad, ya que no fue concebido por obra mortal, ni lo alimentó en la iniquidad su madre cuando lo tuvo en su vientre, porque virgen lo concibió y virgen lo dio a luz. Lo concibió por la fe y por la fe lo crió... Tenía de Adán la carne, no el pecado. Sólo éste, que no toma de nuestra masa el pecado, es el que borra nuestros pecados " (Tratado sobre el Evg. San Juan. 4, 10).
Por eso se llamó Jesús, Salvador, porque quita los pecados del mundo. Él nombre de Jesús nos revela al Hijo del Padre hecho hombre por nosotros pecadores. Nos revela el supremo y eterno Pontífice que se ofreció una vez en la cruz al Padre por nosotros. Sólo en Él está la salvación. Como dijo San Pedro, " no se ha dado a los hombres bajo los cielos más que ese Nombre por el cual puedan ser salvados " (Hch 4, 12).