5 de enero

1Jn 3, 11-21: Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. Hemos de practicar la caridad fraterna si queremos vivir como hijos de Dios. Esto es precisamente lo que manifiesta que hemos pasado de la muerte a la vida, a esa vida que Cristo otorgó a todos por su pasión, muerte y resurrección.

Desde el comienzo del mundo hay dos figuras que los hombres pueden imitar: Caín y Abel. Son figuras del odio y del amor. Comenta San Agustín:

" Ante todo ha de evitarse el odio; ha de arrojarse la viga del ojo. Cosas muy distintas son el que uno, airado, se exceda en alguna palabra, que borra después con la penitencia, y el guardar encerradas en el corazón las insidias. Grande es la diferencia entre las palabras de la Escritura, cuando dice "mi ojo está turbado a causa de la ira" (Sal 6, 8), y cuando en otro lugar dice: "quien odia a su hermano es un homicida" (1Jn 3, 13). Grande es la diferencia entre el ojo turbado y el cegado. La paja turba; la viga ciega.

" Persuadámonos, pues, en primer lugar de esto para que podamos realizar bien y cumplir lo que hoy se nos ha aconsejado: ante todo, no odiemos. Sólo entonces, cuando en tu ojo no haya viga alguna, verás con claridad cualquier cosa que exista en el ojo de tu hermano, y sufrirás pena hasta que arrojes de él lo que ves que le daña. La luz que hay en ti no te permite descuidar la luz de tu hermano. Pero si odias y deseas corregir, ¿cómo podrás darle la luz si tú mismo la perdiste? Dice también esto con claridad la misma Escritura cuando escribe: "quien odia a su hermano es un homicida. Quien odia a su hermano está todavía en las tinieblas" (ib. 2, 9). El odio son las tinieblas. No es posible que quien odia a otro no se dañe antes a sí mismo " (Sermón 82, 2-3, en Milevi, hacia 408-409).

– Con el Salmo 99 aclamamos al Señor que nos ha redimido con su venida a este mundo en carne mortal por medio de la Virgen María, para que siempre estemos alejados del odio y vivamos radicados en el amor: " Servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios, que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. Entrad por sus puertas con acción de gracias, por su atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades ". Por eso no podemos odiar, sino estar, como el Señor, llenos de su misericordia y de su amor hasta con los propios enemigos.

Jn 1, 43-51: Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel. La vocación de Natanael cierra la serie de escenas de las primeras conversiones de los discípulos de Cristo. En todas ellas hay llamada, seguimiento, fe y promesa. Natanael es " un verdadero israelita ". Llamado por Jesús, viene a la fe y le confiesa como Hijo de Dios. Comenta San Agustín:

" En lo que sigue se prueba cómo era este Natanael. Conoced cómo era, pues el mismo Señor es su testimonio. Por el testimonio de Juan fue dado a conocer el soberano Señor y por el testimonio de la Verdad se dio a conocer el bienaventurado Natanael. La Verdad es ella misma su testimonio de recomendación. Mas, porque los hombres no podían comprender la Verdad, tenían que buscarla con la antorcha o la lámpara; por eso, para mostrarnos al Señor, fue enviado Juan.

" Oye ahora el testimonio que el Señor da de Natanael...: "es un verdadero israelita; no hay doblez en él". ¡Magnífico testimonio! Ni de Andrés, ni de Pedro, ni de Felipe se dice lo que de Natanael. Sin embargo no es el primero de los discípulos. "No hay doblez en él", es decir, si es pecador, confiesa que lo es; si se confesara justo, habría doblez en su confesión. El Señor alaba en Natanael la confesión de su pecado, pero no declara que no era pecador " (Tract. in Jn. 7, 16-18).

Cristo vino a redimirnos del pecado. Confesémonos también nosotros pecadores y así obtendremos el perdón. Él vino a librarnos de nuestro propio espíritu, del espíritu humano, espíritu de vanidad, de propia estima, de sensualidad, de corrupción.