10 de enero

1Jn 4, 19-5, 4: Quien ama a Dios ame también a su hermano. San Juan vuelve de nuevo a los temas fundamentales del amor y de la verdad. Nuestro amor a Dios se ha de manifestar en el amor a los hermanos, es decir, a todos los hombres. Para nacer de Dios es menester creer que Jesús es el Mesías y cumplir los mandamientos. La verdad de nuestro ser cristiano, la autenticidad de nuestra vida se mide por nuestra capacidad de morir, dando la vida. Separar el amor de Dios del amor del prójimo nos conduce a una vida mentirosa, falsa y farisaica. Quien no es capaz de amar a su hermano es imposible que ame a Dios. Oigamos a San Agustín:

" Un ala es: "amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente" (Mt 22, 37). Pero no te quedes con un ala; pues si crees tener una sola ala, no tienes ninguna: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Pero "si no amas a tu hermanos, a quien ves, ¿cómo puedes amar a Dios, a quien no ves?" (1Jn 4, 20). Busca, pues, la otra ala, y así podrás volar, así podrás despegarte de la codicia de lo terreno y fijarte en el amor de lo celeste. Y, mientras te apoyas en ambas alas, tendrás levantado el corazón, para que el corazón elevado arrastre arriba a su carne a su debido tiempo. Y no pienses que tardarás mucho en tener todas las plumas. Busca en las santas Escrituras múltiples preceptos de esta dilección, y con ellos se ejercita el que los lee y el que los escucha: pues de estos dos preceptos penden la ley y los profetas " (Sermón 68, 13, probablemente en Hipona, hacia el 425).

En la santa Iglesia es donde encontraremos el auténtico amor de Cristo. La gloria de Cristo brilla en la Iglesia. En torno a ella no reinan más que la noche, el error, las tinieblas, la intranquilidad. En la Iglesia, en cambio, luce el esplendente Sol de la Verdad, de la Vida y del Amor. Asociémonos al gozo y a la tranquila esperanza de la Iglesia, que expresa y comunica en su liturgia. Cuanto más nos unamos a la Iglesia en el dolor, más gozaremos con ella en su inquebrantable confianza. Cristo vela por ella, la defiende y la salva.

– En Cristo la salvación ha alcanzado la plenitud de sentido. En Él se han cumplido todas las profecías universalistas. Él ha sido, y es, la revelación para todos los hombres. Todos los pueblos lo adorarán, porque a todos ha de llegar su manifestación. Por eso cantamos con el Salmo 71: " Dios mío, confía tu juicio al Rey, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. Él rescatará sus vidas de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos. Que recen a Él continuamente y lo bendigan todo el día. Su nombre es eterno y su fama dura como el sol. Que Él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra ".

¡Con qué maravilloso esplendor brilla el poder del reinado de Cristo en las almas de los santos! Ellos son realmente un triunfo de la omnipotente acción de la gracia de Cristo.

Lc 4, 14-22: Hoy se cumple esta Escritura. Una nueva epifanía, una nueva manifestación del poder salvador de Cristo. Muestra que se cumple en Él aquella profecía de Isaías: " el Espíritu del Señor sobre Mí "... Efectivamente, Él es el Ungido del Señor por excelencia: Él habla a los pobres, da libertad a los cautivos y oprimidos, da vista a los ciegos...

También hoy sigue siendo el Señor la respuesta para todos los que sufren, para los desvalidos, pobres y necesitados. Nosotros nos llamamos cristianos porque fuimos ungidos en el bautismo y en la confirmación. Por Cristo somos cristianos. Por ser sus discípulos somos miembros de su Cuerpo místico. Nuestra misión ante el mundo ha de ser, pues, como la de Cristo: anunciar la Buena Nueva a todos los hombres, pues todos están necesitados de la gracia divina.

Pero para esto, esa Buena Nueva ha de ser clara y diáfana en nuestra propia vida, de modo que toda ella sea imagen de Cristo, como Él, el Primogénito de todo lo creado, es Imagen del Dios vivo. Todo ha sido creado por Él y en Él. Él es nuestro fundamento. Él es nuestra Cabeza. El principio y el fin. De Él viene todo cuanto necesitamos en lo material y en lo espiritual. Todos somos pobres y desvalidos ante Él. Y Él viene en nuestra ayuda, pues es todo Amor y Misericordia.