12 de enero

1Jn 5, 14-21: Dios escucha nuestras peticiones. San Juan recomienda la oración en favor de los pecadores, pues Dios atiende nuestras súplicas, según su voluntad. En nuestro difícil caminar por la vida tenemos nuestra seguridad en Cristo por la oración. Lo que nos da seguridad y firmeza es nuestra coincidencia con la voluntad del Padre. Oremos, pues, por nosotros mismos, pues lo necesitamos; pero oremos también por los demás. Oigamos a San Agustín:

" "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito" (Jn 3, 16), para que el mundo tenga vida. Si el Padre no nos hubiera entregado la vida, no tendríamos vida. El mismo Cristo, el Señor, es la Vida de la que dice el Evangelista San Juan: "Éste es el Dios verdadero y la vida eterna" (1Jn 5, 20)... Así, pues, la Vida murió, la Vida permaneció, la Vida resucitó y, dando muerte a la muerte, nos comunicó la Vida " (Sermón 265 B, 4-5, del año 396).

Los cristianos sabemos que hemos nacido de Dios. Y, por tanto, pertenecemos a Dios. Formamos el rebaño de Cristo, que, como Buen Pastor, guarda con todo cariño. Sin embargo, a la comunidad de los fieles se opone el mundo tenebroso y rebelde a Cristo, dirigido por Satanás. Frente a frente están Cristo y el diablo, los seguidores de Cristo y los seguidores del diablo.

No podemos, pues, cruzarnos de brazos. Hemos de trabajar valientemente para que todos los que están en el bando del diablo pasen al reinado de Jesucristo. Hemos de procurarlo en primer lugar con la oración, y también, en la medida de nuestras posibilidades, con nuestras palabras y siempre con nuestro ejemplo. Todo cuanto de sobrenatural tenemos lo debemos a Cristo, pero hemos de hacer partícipes a los demás de esos dones. Cristo es Amor y es Vida eterna. Él es la Fuente de donde brota nuestra vida. Él constituye nuestra esperanza para la vida eterna.

– " El Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria a los humildes ". El Señor ha nacido para redimir a todos, pues todos somos pecadores. Por eso, con nuestros labios y corazones, cantamos el Salmo 149: " Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles, que se alegre Israel [la Iglesia, el alma cristiana] por su Creador. Los hijos de Sión [de la Iglesia] por su Rey. Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras; porque el Señor ama a su pueblo, y adorna con la victoria a los humildes. Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas, con vítores a Dios en la boca ".

El cristiano ha de ser con su vida, con su conducta, con su palabra, con sus obras buenas, una alabanza continua a Dios, una radiante epifanía, una clara manifestación del Señor, esto es, un vivo destello de la fulgente y divina Luz, que es Cristo, el Señor.

Jn 3, 22-30: El amigo del esposo se alegra con la voz del esposo: " Él tiene que crecer y yo menguar ". Juan Bautista rinde un último homenaje a Jesús. Ha cumplido su misión, ha preparado el camino del Señor. Muchas veces, unas quince, ha comentado San Agustín este pasaje evangélico:

" Todo lo que obra Dios en nosotros, lo obra sabiendo lo que hace. Nadie es mejor que Él, nadie más sabio, nadie más poderoso... Humillémonos, pues, en cuanto hombres y no nos gloriemos más que en el Señor, para que Él sea exaltado. Disminuyámonos a nosotros mismos, para que podamos crecer en Él. Fijaos en el hombre supremo [Juan Bautista], mayor que el cual no ha surgido otro entre los nacidos de mujer. ¿Qué dijo él de Cristo? "Conviene que Él crezca y que yo, en cambio, mengüe" (Jn 3, 30). Crezca Dios, disminuya el hombre. ¿Y cómo crece el que ya es perfecto? ¿Qué le falta a Dios para que pueda crecer? Dios crece en ti, cuando tú lo conoces a Él. Considera, pues, la humildad del hombre y la excelsitud de Dios " (Sermón 293 D,5).