Es el primero de los mártires, y de ahí que su testimonio haya conservado siempre un valor excepcional dentro de la Iglesia. El Espíritu de Dios era el que lo impulsaba a hablar y transfiguraba ante sus adversarios su rostro, que aparecía como el de un ángel (Hch 6-7). El mismo Espíritu fue el que lo fortaleció en el martirio y oró en él por los que lo apedreaban, y también por el joven Saulo, que guardaba los mantos de los que lo hacían. Gracias a Esteban tenemos a Pablo. La oración del primer mártir logra de Dios este gran éxito en los comienzos del cristianismo.
La oración colecta (del Misal anterior) pide al Señor nos conceda la gracia de imitar al mártir San Esteban, que oró por los verdugos que le daban tormento, para que así nosotros aprendamos a amar a nuestros enemigos.
– Hch 6, 8-10; Hch 7, 54-59: Lleno del Espíritu Santo, muere como Cristo. Al anunciarles Jesús a sus discípulos las persecuciones que vendrían sobre ellos, les había prometido su asistencia. El Espíritu de Dios sería su fuerza y hablaría por su boca. Y esta promesa de Jesús que oímos en el Evangelio, la vemos cumplida en el martirio de San Esteban. Se hallaba éste lleno del Espíritu Santo y el mismo Espíritu inspiraba sus palabras.
– Salmo 30: " A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Sé la Roca de mi refugio, un baluarte donde me salve "... Cada día, en Completas, ensayando nuestra futura muerte, repetimos esas palabras primeras de Esteban.
– Mt 10, 17-22: No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre. San Fulgencio de Ruspe comenta:
" Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno; hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado. Ayer nuestro Rey, revestido con el manto de nuestra carne y, saliendo del recinto del seno virginal, se dignó visitar el mundo; hoy el soldado, saliendo del tabernáculo de su cuerpo, triunfador, ha emigrado al cielo.
" Nuestro Rey, siendo la excelsitud misma, se humilló por nosotros. Su venida no ha sido en vano, pues ha aportado grandes dones a sus soldados, a los que no sólo ha engrandecido abundantemente, sino que también los ha fortalecido para luchar invenciblemente. Ha traído el don de la caridad, por la que los hombres se hacen partícipes de la naturaleza divina...
" Así, pues, la misma caridad que Cristo trajo del cielo a la tierra ha levantado a Esteban de la tierra al cielo. La caridad que precedió en el Rey, ha brillado a continuación en el soldado. Esteban, para merecer la corona, que significa su nombre, tenía la caridad como arma y por ella triunfaba en todas partes " (Sermón 3, 1-3).
En este día, en que la liturgia celebra a San Esteban, evocamos también el misterio de Navidad, pues las Vísperas son de la octava de esa solemnidad. Oigamos a San Agustín:
" Considera, oh hombre, lo que vino a ser Dios por ti. Aprende la doctrina de tan gran humildad de la boca del Doctor que aún no habla. En otro tiempo, en el paraíso, fuiste tan fecundo que impusiste nombre a todo ser viviente. Ahora, por ti yace en el pesebre, sin hablar, tu Creador; sin llamar por su nombre ni siquiera a su Madre. Tú, descuidando la obediencia, te perdiste en el ancho jardín de árboles fructíferos. Él, por obediencia, vino en condición mortal a un establo estrechísimo, para buscar, mediante su muerte, al que estaba muerto. Tú, siendo hombre, quisiste ser Dios, para tu perdición; Él, siendo Dios, quiso ser hombre, para tu salvación. Tanto te oprimía la soberbia humana, que sólo la humildad divina te podría levantar " (Sermón 188, 3).
¡El Hijo de Dios tomó nuestra naturaleza humana para ennoblecerla, para purificarla, para divinizarla, para sumergirla en su naturaleza divina! Tomó nuestra naturaleza humana para que nosotros fuéramos hijos de Dios. Lo somos por la gracia santificante. La vivimos, imitando, reproduciendo en nosotros las virtudes de Cristo: su amor al Padre, su celo por la salvación de las almas, su obediencia, su humildad, su pobreza, su santidad.