1ª semana de Adviento, viernes

El canto de entrada teje un ramillete con las imágenes más bellas para anunciar la visita del Señor: "El Señor viene con esplendor para visitar a su pueblo con la paz y comunicarle la vida eterna". En la oración colecta (Gregoriano), pedimos al Señor que despierte su poder y que venga; que su brazo liberador nos salve de los peligros que nos amenazan a causa de nuestros pecados. Esta misma convicción la expresamos cantando en la comunión: "Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa" (Flp 3, 20-21).

Is 29, 17-24: Oráculo sobre la salvación escatológica. Yahvé esta a punto de intervenir para salvar de manera definitiva a los hombres. Los pobres, los oprimidos, los inocentes experimentarán el gozo de la liberación, la alegría de su cercanía a Dios. Hemos confiado en el Señor y Él no nos defrauda. Por eso proclamamos que Él es Santo. Las obras de Dios y el testimonio de su pueblo son una prueba de su inmensa bondad. Todos pueden comprobarlo.

Nuestra fe en la venida del Señor debe traducirse en una acción sin reservas para acelerar su día, trabajando con confianza para mejorar el ambiente en que vivimos. Tomemos nota de la situación de minoría en que se encuentran los verdaderos cristianos, incluso en países tradicionalmente cristianos: engaños, inmoralidades, corrupción, calumnias etc., y Jacob (el verdadero pueblo cristiano) tiene que sufrir. Practiquemos con el ejemplo la justicia; opongamos a la relajación cada vez más grave de las costumbres el testimonio de una conducta personal y familiar irreprensible. El cerco cerrado del egoísmo y del desinterés ha de ser contrapuesto con la espiral incomparable de la generosidad que nos lleva a ayudar a todos.

¡Cuántos hombres viven hoy alejados por completo de la Iglesia de Cristo, y alejados de Dios! Compadezcámonos de la miseria espiritual de todos y cada uno de ellos. Pidamos apasionadamente por ellos y esperemos que llegue su hora de perdón, de redención, de salvación. Clamemos con la liturgia de este tiempo: "Señor, ten compasión de nosotros y danos tu salvación". "¡Muestra, Señor tu poder y ven a salvarnos! ¡Líbranos de nuestros pecados, de nuestro olvido de Dios! ¡Ven, Señor, y no tardes!".

– Con el Salmo 26, en consonancia con el tema de la esperanza propia del Adviento, cantamos al Señor suplicándole que Él sea "nuestra luz y nuestra salvación". La vida cristiana es vida de esperanza. Ante las repetidas promesas de Dios que nos anuncian la salvación, este salmo es la respuesta óptima a Dios que nos salva: "Una cosa pido al Señor por los días de mi vida. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida".

Navidad nos ofrece el remedio a nuestra sed de riquezas y placeres, de nuestra avidez de honores y dignidades, de nuestro afán de dominio y de prestigio. Nos ofrece el remedio a nuestra concupiscencia sin límites, de nuestro amor propio... El Señor, por el contrario, desciende hasta nosotros en la humildad de nuestra naturaleza. Viene a revelarnos la verdad. Viene a darnos la única vida verdaderamente profunda, dichosa y perfecta: la vida divina.

Mt 9, 27-31: Jesús prueba y purifica la fe. El Señor evita la publicidad del milagro para que no se falsifique la finalidad de su venida. Los dos ciegos dan prueba de una auténtica fe: confían en el poder que Jesús tiene para curarlos. También ahora Jesús nos ofrece por la liturgia de la Iglesia su poder salvador. Pero hemos de reconocer antes nuestra propia miseria. Los ciegos invocan al Señor. Le piden su curación.

Reconozcamos, pues, nuestra ceguera. Tenemos necesidad de ser iluminados con la luz de Cristo. Él lo dijo: "Yo soy la Luz del mundo" (Jn 8, 12). Cristo es la luz del mundo: por la fe santa que Él inspira en las almas; por el ejemplo que nos da con su vida santísima, en el pesebre, en Nazaret, en la Cruz, en su Resurrección, en la Eucaristía, en el Sagrario, por la luminosa túnica de gracia con que envuelve a nuestras almas; por la santa Iglesia que brilla con luz refulgente por sus dogmas, por sus sacramentos, por toda su liturgia y predicación. A la luz de este Sol sin ocaso, todo aparece claro, transparente. Gracias a su Luz, adquirimos un conocimiento exacto, infalible, de nuestro origen y de nuestro destino, de nuestro Dios y de toda nuestra vida. Digamos, pues, como los dos ciegos: "¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!"