Entrada: " Ha resucitado el Buen Pastor, que dio la vida por sus ovejas y que se dignó morir por su grey. Aleluya ".
Colecta (del Misal anterior, retocada con textos del Veronense, Gelasiano y Gregoriano): " ¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría ".
Ofertorio: " Que nuestra oración, Señor, y nuestras ofrendas sean gratas en tu presencia, para que así, purificados por tu gracia, podamos participar más dignamente en los sacramentos de tu amor ".
Comunión: " La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo -dice el Señor-. Aleluya " (Jn 14, 27).
Postcomunión: " Dios todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros fruto abundante y que el alimento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas ".
– Hch 14, 5-17: Os predicamos la Buena Noticia, para que dejéis los dioses falsos y os convirtáis al Dios vivo. Tras unas nuevas sediciones provocadas por los judíos de Iconio, los dos misioneros, Pablo y Bernabé, llegan a Listra, en donde Pablo cura a un enfermo. La multitud los toma por dioses y se aprestan a ofrecerles un sacrificio, de suerte que tienen que protestar con vehemencia y proclamar que no hay más que un solo Dios. La salvación de Cristo se nos anuncia y se nos hace realidad en la Eucaristía. Tenemos que actualizarla en medio del mundo con el testimonio de nuestra palabra y de nuestra vida. San Beda explica que:
" Así como el hombre cojo, curado por Pedro y Juan en la puerta del Templo prefigura la salvación de los judíos, también este tullido licaonio representa a los gentiles, alejados de la religión de la ley y del Templo, pero recogidos ahora por la predicación del Apóstol Pablo " (Comentario a los Hechos).
Los dos misioneros manifiestan su verdadera obra. No buscan honores para sí, sino sólo para Dios y para Jesucristo, el Señor, cuya doctrina, obra y vida ellos predican para la salvación de todos los hombres: predican con su palabra y predican también con su conducta.
– Los cristianos hemos heredado de Israel el oficio de testimoniar y dar gloria a Dios. Y el primer testimonio es que Cristo ha resucitado y ha sido glorificado. Por eso proclamamos con el Salmo 113: " No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Por tu bondad, por tu lealtad. ¿Por qué han de decir las naciones: "Dónde está tu Dios"? Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace. Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas. Benditos seáis del Señor que hizo el cielo y la tierra. El cielo pertenece al Señor, la tierra se la ha dado a los hombres ".
– Jn 14, 21-26: El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo. Jesús hace notar los lazos vitales que le unirán con sus discípulos después de su glorificación, por la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo. Con el Espíritu Santo nos sentimos confortados en nuestro interior de un modo inefable. San Gregorio Magno habla de la necesaria acción del Espíritu Santo en el entendimiento de los cristianos:
" El Espíritu se llama también Paráclito -defensor-, porque a quienes se duelen de sus pecados cometidos, al tiempo que les dispone para la esperanza del perdón, libera sus mentes de la aflicción y de la tristeza. Por eso, con razón se hace esta promesa: "Él os enseñará todas las cosas" (Jn 14, 26). En efecto, si el Espíritu no actúa en el corazón de los oyentes, resultan inútiles las palabras del que enseña. Que nadie, pues, atribuya al hombre que instruye a los demás aquello que desde la boca del maestro llega a la mente del que escucha, pues si el Espíritu no actúa internamente, en vano trabaja con su lengua aquél que está enseñando. Todos vosotros, en efecto, oís las palabras del que os habla, pero no todos percibís de igual modo lo que significan " (Homilía 30, 3 sobre los Evangelios).