Entrada: " Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Aleluya ".
Colecta (compuesta con textos del Gregoriano y del Sacramentario de Bérgamo): " Danos, Señor, una plena vivencia del misterio pascual, para que la alegría que experimentamos en estas fiestas sea siempre nuestra fuerza y nuestra salvación ".
Ofertorio: " Santifica, Señor, con tu bondad, estos dones, acepta la ofrenda de este sacrificio espiritual y a nosotros transfórmanos en oblación perenne "
Comunión: " El Crucificado resucitó de entre los muertos y nos rescató "
Postcomunión: " Después de recibir los santos misterios, humildemente te pedimos, Señor, que esta eucaristía, celebrada como memorial de tu Hijo, nos haga progresar en el amor ".
– Hch 15, 22-31: Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables. Decreto final del primer Concilio del cristianismo. Esto abrió una amplia perspectiva al desarrollo de la misión apostólica. Se subraya la unión de caridad en la primitiva Iglesia: " El Espíritu Santo y nosotros ". La sagrada Eucaristía produce y consagra esa unión y caridad, que es la auténtica ley del Espíritu y lo verdaderamente indispensable en nuestra vida cristiana. San Agustín expone así que la caridad es madre de la unidad:
" No están todos los herejes por toda la tierra, pero hay herejes en toda la superficie de la tierra. Hay una secta en África, otra herejía en Oriente, otra en Egipto, otra en Mesopotamia. En países diversos hay diversas herejías, pero todas tienen por madre la soberbia; como nuestra única Madre Católica engendró a todos los fieles cristianos repartidos por el mundo. No es extraño, pues, que la soberbia engendre división, mientras la caridad es madre de la unidad (Sermón 46, sobre los Pastores).
– La vocación de los gentiles es el cumplimiento del universalismo mesiánico. Por eso damos gracias a Dios ante todos los pueblo y cantamos para Él ante las naciones con el Salmo 56: " Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar y a tocar. Despierta gloria mía; despertad cítara y arpa, despertaré a la aurora. Te daré gracias ante los pueblos, Señor, tocaré para Ti ante las naciones; por tu bondad que es más grande que los cielos, por tu fidelidad que alcanza a las nubes. Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria ".
– Jn 15, 12-17: Esto os mando: que os améis unos a otros. El mandamiento supremo de Cristo consiste en la caridad fraterna, que llega hasta el don de la propia vida en favor de los seres amados. Jesús da a conocer a los discípulos elegidos por Él mismo todo cuanto conoce del Padre. La revelación del Padre no es otra cosa que Jesucristo y es revelación por el amor, para el amor y en el amor. El amor de los discípulos entre sí será el fundamento y la condición de la permanencia gozosa en ellos de Jesús, después de su partida de este mundo. San Juan Crisóstomo dice:
" El amor que tiene por motivo a Cristo es firme, inquebrantable e indestructible. Nada, ni las calumnias, ni los peligros, ni la muerte, ni cosa semejante será capaz de arrancarlo del alma. Quien así ama, aun cuando tenga que sufrir cuanto se quiera, no dejará nunca de amar si mira el motivo por el que ama. El que ama por ser amado terminará con su amor apenas sufra algo desagradable..., pero quien está unido a Cristo jamás se apartará de ese amor " (Homilía sobre San Mateo 60).
Y San Bernardo afirma:
" El amor basta por sí solo y por causa de sí. Su premio y su mérito se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para amar. Gran cosa es el amor, con tal que se recurra a su principio y origen, con tal que vuelva el amor a su fuente y sea una continua emanación de la misma " (Sermón 83).