Entrada: " Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén y hasta los confines del mundo. Aleluya " (Hch 1, 8).
Colecta (del Veronense y del Gelasiano): " Derrama, Señor, sobre nosotros la fuerza del Espíritu Santo, para que podamos cumplir fielmente tu voluntad y demos testimonios de ti con nuestras obras ".
Ofertorio: " Este sacrificio santo nos purifique, Señor, y derrame en nuestras almas la fuerza divina de tu gracia ".
Comunión: " No os dejaré desamparados, volveré -dice el Señor- y se alegrarán vuestros corazones. Aleluya " (Jn 14, 18; Jn 16, 22).
Postcomunión: " Ven, Señor, en ayuda de tu pueblo, y, ya que nos has iniciado en los misterios de tu reino, haz que vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna ".
– Hch 19, 1-8: ¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Pablo encontró en Efeso a unos discípulos y les preguntó si habían recibido el Espíritu Santo, a lo que le respondieron que ni siquiera habían oído hablar de Él. Los catequizó, los bautizó, les impuso las manos y lo recibieron. La Eucaristía renueva en nosotros la fuerza profética del Espíritu que hemos recibido y en la confirmación. San Gregorio Nacianceno dice:
" Espíritu recto, principal, Señor, que envía, que segrega, que se construye un templo mostrando la vida, operando a su arbitrio y repartiendo sus gracias. Es Espíritu de adopción, de verdad, de sabiduría, de entendimiento, de ciencia, de piedad, de consejo, de fortaleza, de temor, como son enumerados (Is 11, 2). Por quien el Padre es conocido, y el Hijo glorificado, y por los cuales Él mismo es conocido solamente... ¿Para qué más palabras? Todo lo que tiene el Hijo lo tiene el Padre, menos el ser engendrado " (Sermón 41).
Y San Basilio:
" Por la iluminación del Espíritu contemplamos propia y adecuadamente la gloria de Dios; y por medio de la impronta del Espíritu llegamos a Aquél de quien el mismo Espíritu es impronta y sello " (Sobre el Espíritu Santo, 26).
– La gran marcha de Dios que camina delante de su pueblo desde el Sinaí a Sión, simboliza la marcha de Dios en Cristo, que deja la tierra para subir al cielo. En la acción litúrgica nosotros nos asociamos a esta grandiosa procesión de júbilo y lo expresamos con el Salmo 67: " Se levanta Dios y se disipan sus enemigos, huyen de su presencia los que lo odian. Como el humo se disipa, se disipan ellos; como se derrite la cera ante el fuego, así perecen los impíos ante Dios. Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría. Cantad a Dios, tocad en su honor; su nombre es el Señor, alegraos en sus presencia. Padre de huérfanos, protector de viudas. Dios vive en su Santuario, en su santa morada; Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece ".
– Jn 16, 29-33: Tened valor. Yo he vencido al mundo. Jesús anuncia que todos los abandonarán en el transcurso de su Pasión. Pero el Padre está con Él. La cruz será la victoria de Cristo Redentor. Comenta San Agustín:
" Como si dijera: "Entonces llegará vuestra turbación, hasta el punto de abandonar lo que ahora creéis"; porque llegarán a tal desesperación y, por decirlo así, muerte de su fe antigua, como se ve en aquel Cleofás, que, hablando con Él, sin conocerlo, después de su resurrección y contándole lo sucedido dijo: "Nosotros esperábamos que Él había de rescatar a Israel". Ahí tenéis cómo le habían abandonado, perdiendo también la fe que antes habían tenido en Él.
" En cambio no le abandonaron en aquella tribulación que padecieron después de su glorificación, recibido ya el Espíritu Santo; y, aunque huyeron de ciudad en ciudad, no huyeron de Él, sino que en medio de las persecuciones del mundo conservaron en Él la paz, sin abandonarle, antes buscando en Él su refugio. Recibido el Espíritu Santo, se verificó en ellos lo que les había dicho: "Confiad: Yo he vencido al mundo". Confiaron y vencieron. ¿Por quién sino por Él? No hubiera Él vencido al mundo, si el mundo alcanzase la victoria sobre sus miembros " (Tratado 103, 3 Sobre el Evangelio de San Juan).