Entrada: " Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de súplica. Rey mío y Dios mío " (Sal 5, 2-3)
Colecta (del Misal anterior y antes del Gelasiano y Gregoriano): " Concédenos la gracia, Señor, de pensar y practicar siempre el bien, y, pues sin Ti no podemos ni existir ni ser buenos, haz que vivamos siempre según tu voluntad ".
Comunión: " Quien pide, recibe; quien busca, encuentra; y al que llama, se le abre " (Mt 7, 8).
Postcomunión: " Señor, Dios nuestro, concédenos que este sacramento, garantía de nuestra salvación, sea nuestro auxilio en esta vida y nos alcance los bienes de la vida futura ".
– Est 14, 3-5, 12-14: No tengo otro defensor que tú. La súplica de Ester, en un momento de gran peligro, es modelo para la oración cristiana. Comienza confesando la soberanía única, exclusiva, de Dios sobre todo lo que existe. Luego apela a su misericordia, según la cual eligió a Israel como heredad suya; finalmente, pide la protección de Dios en momento tan difícil para ella y para su pueblo. Comenta San Juan Crisóstomo:
" El mismo bien está en la plegaria y en el diálogo con Dios, porque equivale a una íntima unión con Él; y así, como los ojos del cuerpo se iluminan cuando contemplan la luz, así también el alma dirigida hacia Dios se ilumina con inefable luz. Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina, sino hecha con el corazón, que no está limitada a un tiempo concreto o a unas horas determinadas, sino que se prolonga día y noche sin interrupción.
" Conviene, en efecto, que elevemos la mente a Dios no sólo cuando nos dedicamos expresamente a la oración, sino también cuando atendemos a otras ocupaciones, como el cuidado de los pobres o las útiles tareas de la munificencia, en todas las cuales debemos mezclar el anhelo y el recuerdo de Dios; de modo que todas nuestras obras, como si estuvieran condimentadas con la sal del amor de Dios, se convierten en un alimento dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremos disfrutar perpetuamente de la abundancia que de Dios brota, si le dedicamos mucho tiempo.
" La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo y abrace a Dios con inefables abrazos... Por la oración el alma expone sus propios deseos y recibe dones mejores que toda la naturaleza visible " (Homilía 6, sobre la oración).
– Con el Salmo 137 expresamos la confianza y seguridad que tenemos en Dios cuando nos dirigimos a Él en la oración: " Te doy gracias, Señor, de todo corazón, delante de los ángeles tañeré para Ti. Me postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre. Por tu misericordia y lealtad. Cuando te invoqué me escuchaste, acreciste el valor de mi alma. Extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos ".
Sigue diciendo San Juan Crisóstomo:
" Pues la oración se presenta ante Dios como venerable intermediario. Alegra nuestro espíritu y tranquiliza sus afectos... La oración es un deseo de Dios, una inefable piedad, no otorgada por los hombres, sino concedida por la gracia divina... El don de semejante súplica, cuando Dios lo otorga a alguien, es una riqueza inagotable y un alimento celestial que satura el alma; quien lo saborea se enciende en un deseo indeficiente del Señor, como en un fuego ardiente que inflama su alma " (ibid.).
– Mt 7, 7-12: Quien pide, recibe. Jesús invita a sus discípulos a practicar la oración. La eficacia de la oración se funda en la condición paternal del Padre " que está en los cielos ". Seguimos con San Juan Crisóstomo:
" Cuando quieres reconstruir en ti aquella morada que Dios se edificó en el primer hombre, adórnate con la modestia y la humildad y hazte resplandeciente con la luz de la justicia; decora tu ser con la fe y la grandeza de alma, a manera de muros y piedras; y, por encima de todo, como quien pone la cúspide para coronar un edificio, coloca la oración, a fin de preparar a Dios una casa perfecta y poderle recibir en ella como si fuera una mansión regia y espléndida, ya que, por la gracia divina, es como si poseyeras la misma imagen de Dios colocada en el templo de tu alma " (ibid.).
El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, ya que nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, como dice San Pablo.