Entrada: " Misericordia, Dios mío, que me hostigan, me atacan y me acosan todo el día " (Sal 55, 2)
Colecta (del Sermón 61 de San León Magno): " Señor, Dios nuestro, cuyo amor nos enriquece sin medida con toda bendición: haz que, abandonando nuestra vida caduca, fruto del pecado, nos preparemos como hombres nuevos, a tomar parte en la gloria de tu Reino ".
Comunión: " Mujer, ¿ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno. Anda y, en adelante, no peques " (Jn 8, 10-11). O bien: " Yo soy la luz del mundo -dice el Señor-. El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida " (Jn 8, 12).
Postcomunión: " Te pedimos, Señor, que estos sacramentos que nos fortalecen, sean siempre para nosotros fuente de perdón y, siguiendo las huellas de Cristo, nos lleven a Ti, que eres nuestra vida ".
– Dn 13, 1-9.15-17. 19-30.33-62: Tengo que morir siendo inocente. La lectura es del conocido episodio de Susana, liberada por el joven Daniel, que descubre la trama de los verdaderos culpables. Es una prefiguración de la salvación por el acto redentor de Cristo. El Antiguo Testamento era el Testamento de la justicia: el pecado, al menos ciertos pecados, habían de ser expiados por la muerte del pecador.
El Nuevo Testamento, por el contrario, es el Testamento de la gracia. En él no se mata al pecador, sino que se le salva por la penitencia. Se le da fuerza para resistir a las pasiones y al pecado y para elevarse hasta la vida de las virtudes y de la santidad. San Jerónimo anima al pecador:
" No dudéis del perdón, pues, por grande que sean vuestras culpas, la magnitud de la misericordia divina perdonará, sin duda, al enormidad de vuestros muchos pecados " (Coment. al profeta Joel 3, 5).
Y el beato Isaac de Stella:
" La Iglesia nada puede perdonar sin Cristo y Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia. La Iglesia solamente puede perdonar al que se arrepiente, es decir, a aquél a quien Cristo ha tocado ya con su gracia. Y Cristo no quiere perdonar ninguna clase de pecado a quien desprecia a la Iglesia " (Sermón 11).
– Dios permite las pruebas del justo, hasta tal extremo que a veces parece que se ha olvidado de él. Es necesario esperar en Dios contra toda esperanza, como Abrahán. El auxilio divino llega siempre en el momento preciso, como en el caso de Susana y en tantos otros. Con el Salmo 22 proclamamos: " El Señor es mi Pastor: nada me puede faltar... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú, Dios mío, vas conmigo... Tu bondad, Señor y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin términos ".
– Si el Evangelio es Jn 8, 1-11, véase el Domingo anterior Ciclo C. Si es Jn 8, 12-20: Yo soy la luz del mundo. En El Antiguo Testamento ya se veía al Mesías como luz del mundo, puesto que viene a revelar la Verdad de Dios. El tema de la luz es amplísimo en la Escritura. La primera palabra de Dios en el Génesis es: " Hágase la luz " y al final del Apocalipsis se canta a Cristo como " Estrella luciente de la mañana ". Dios es Luz indeficiente. Y la segunda Persona de la Santísima Trinidad, es " Luz de Luz ", según decimos en el Credo. Clemente de Alejandría, a fines del siglo II, invoca a Cristo como Luz del mundo, con estas palabras:
" ¡Salve, Luz! Desde el cielo brilló una Luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte; Luz más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo. Esa Luz es la vida eterna, y todo el que de ella participa, vive, deja el puesto al día del Señor. El universo se ha convertido en luz indefectible y el Occidente se ha transformado en Oriente. Esto es lo que quiere decir la nueva creación; porque el Sol de justicia que atraviesa en la carroza el universo entero, imitando a su Padre, que hace salir el sol sobre todos los hombres (Mt 5, 45) y derrama el rocío de la Verdad " (Protréptico 11, 88, 114).