Entrada: " Respóndenos, Señor, con la bondad de tu gracia; por tu gran compasión, vuélvete hacia nosotros, Señor " (Sal 68, 17).
Colecta (del misal anterior y antes del Gregoriano): " Dios todopoderoso y eterno, mira compasivo nuestra debilidad y extiende sobre nosotros tu mano poderosa ".
Comunión: Misericordia quiero, y no sacrificio -dice el Señor-; que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9, 13)
Postcomunión: Alimentados con el pan de vida, te pedimos, Señor, que cuanto hemos vivido y celebrado como misterio en esta Eucaristía, lo recibamos en el Cielo como plenitud de salvación.
– Is 58, 9-14: Cuando partas tu pan con el hambriento, brillará tu luz en las tinieblas. El profeta recoge algunas formas de proceder que manifiestan una auténtica penitencia, fuente de luz y de alegría para quienes la practican.
Con las obras de caridad hacia los demás hombres, nuestros hermanos, el cristiano sale, por la abnegación, de su egoísmo, y ésta es la mejor conversión, la penitencia que agrada a Dios. No son sólo obras de caridad las materiales, como la limosna, la ayuda en la enfermedad y la ancianidad, sino todas las que derivan del amor, como la disponibilidad, el servicio y la entrega. Dice San Gregorio Nacian-ceno:
" No consintamos, hermanos, en administrar de mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido... No nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza...
" Imitemos aquella suprema y primordial ley de Dios que hace llover sobre justos y pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos; que pone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus habitantes; el aire se lo entrega a las aves y el agua a los que viven en ella, y a todos da con abundancia los subsidios para su existencia, sin que haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y abundancia y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la naturaleza con la igualdad de sus dones y pone de manifiesto las riquezas de su benignidad " (Sermón 14, sobre el amor a los pobres, 23-25).
– El mismo Señor que nos invita a la conversión de nuestras obras nos promete, a cambio, ser nuestro Pastor. Con el Salmo 85 nos sentimos pobres y desamparados; por eso acudimos a Dios. Él nos enseña el camino del bien obrar, del que nos ha hablado el profeta Isaías en la lectura anterior; caminando por él, alcanzaremos la meta final de la Patria eterna:
" Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad. Inclina tu oído, Señor, es-cúchame, que soy un pobre desamparado, protege mi vida, que soy un fiel tuyo, salva a tu siervo, que confía en Ti. Tú eres mi Dios; piedad de mí, Señor, que Ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia Ti. Porque Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica. "
– Lc 5, 27-32: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan. En el evangelio de este día Jesús invita explícitamente a la conversión al publicano Leví. El Señor nos llama constantemente, pero de modo especial en estos días de Cuaresma, a la con-versión, a un progreso mayor en nuestra vida espiritual. Ante Dios todos somos pecadores y todos necesitamos convertirnos. Comenta San Agustín:
" La voz del Señor llama a los pecadores para que dejen de serlo, no sea que piensen los hombres que el Señor amó a los pecadores y opten por estar siempre en pecado, para que Cristo los ame. Cristo ama a los pecadores, como el médico al enfermo: con vistas a eliminar la fiebre y a sanarlo. No es su deseo que esté siempre enfermo, para tener siempre a quien visitar; lo que quiere es sanarlo.
" Por tanto, el Señor no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, para justificar al impío... ¿No te llevará a la plenitud angélica desde la cercana condición humana, quien te transformó en lo contrario de lo que eras? Por tanto, cuando comiences a ser justo, comienzas ya a imitar la vida angélica, ya que cuando eras impío estabas alejado de la vida de ellos. Presenta la fe, te haces justo y te sometes a Dios, tú que blasfemabas, y, aunque estabas vuelto hacia las criaturas, deseas ya al Creador " (Sermón 97 A,1).