10ª semana del Tiempo Ordinario, jueves

Años impares

2Co 3, 15-4, 1.3-6: Dios ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios. Al revelar Cristo el verdadero alcance del Antiguo Testamento retira el velo que lo encubría. Los que creen en Cristo se transforman de día en día a imagen de la gloria esplendorosa del resucitado. San Agustín dice:

" Se quita el velo, no Moisés; el velo, no la ley. Y ved cómo a la venida del Señor se quita el velo. Cuando fue colgado del madero, el velo se rasgó. ¡Oh misterio grande! ¡Oh símbolo inefable! Crucifican los trasgresores de la ley, y los secretos de la ley muéstranse de manifiesto. ¿No fue la cruz como una llave? Ella sujetó al Señor y soltó lo encerrado. Mas, aun rasgado el velo, tienen los judíos el velo echado sobre su rostro... Pudieron ellos tener la ley escrita en piedra. !Oh! Si la tuviesen grabada en el corazón, estarían con nosotros. Tengamos nosotros, hermanos, la ley en el corazón y probémoslo no con alabanzas verbales, sino con obras buenas... Véase vuestro fruto, góceme yo en vuestras obras. No puedes tú decir al enfermo: Levántate y anda; mas sí puedes decir: Hasta que te levantes de tu lecho toma y come. No puedes tú sanar al enfermo, mas bien puedes vestir al desnudo. Haz lo que puedas que Dios no ha de pedirte lo imposible " (Sermón 125,A,3).

– Con el Salmo 84 decimos: " La gloria del Señor habitará en nuestra tierra ". La vemos con la cara descubierta y reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente. San Agustín comenta:

" Cantad y edificad; cantad y cantad bien. Anunciad el día del día, su salvación. Anunciad el día del día, su Cristo. Pues, ¿cuál es su salvación sino su Cristo? Esta salvación es la que pedimos en el Salmo: "muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación" (Sal 84, 8). Esta salvación deseaban los antiguos justos, de los que decía el Señor a sus discípulos: "Muchos quisieron ver lo que vosotros estáis viendo y no pudieron" (Lc 10, 24).

" Y danos tu salvación. Esto dijeron aquellos justos: Danos tu salvación, es decir, que veamos a tu Cristo mientras vivimos en esta carne. Veamos en la carne a quien nos libre de la carne; llegue la carne que purifica la carne; sufra la carne y redima el alma y la carne. Y danos tu salvación, Con este deseo vivía aquel Santo anciano y lleno de méritos divinos, Simeón, decía también: Muéstranos, Señor tu misericordia y danos tu salvación. A este deseo y a estas preces recibió como respuesta que no gustaría la muerte hasta que no viera al Cristo del Señor " (Sermón 163, 4).

Y en otro lugar: " La verdad ha brotado de la tierra. ¿Qué beneficio nos ha aportado? "La verdad ha brotado de la tierra y la justicia ha mirado desde el cielo" (Sal 84, 10). Estabas dormido y vino hacia ti, roncabas y te despertó; te hizo un camino a través de sí para no perderte a ti. Puesto que la verdad ha brotado de la tierra, por eso nuestro Señor Jesucristo nació de una Virgen: la justicia ha mirado desde el cielo para que los hombres tuvieran justicia, no propia, sino de Dios " (Sermón 189, 2).

Años pares

1R 18, 41-46: Elías oró y el cielo dio su lluvia. La conversión del pueblo de Israel al verdadero Dios y la oración del profeta atrajeron la misericordia de Dios. La sequía cesó por la oración de Elías. Sobre el poder de la oración escribe Orígenes:

" Un cristiano, por ignorante que sea, está persuadido de que todo lugar es parte del universo y todo el mundo templo de Dios. Y, orando en todo lugar, cerrados los ojos de la sensación y despiertos los del alma, trasciende el mundo todo. Y no se para ante la bóveda del cielo, sino que llega con su pensamiento hasta el lugar supraceleste, guiado por el espíritu de Dios. Y, como si se hallara fuera del mundo, dirige su oración a Dios, no sobre cosas cualesquiera, pues ha aprendido de Jesús a no buscar nada pequeño, es decir, nada sensible, sino sólo lo grande y de verdad divino, aquellos dones de Dios que nos ayudan a caminar hacia la bienaventuranza que hay en Él mismo, por medio de su Hijo, el Logos de Dios " (Contra Celso 7, 44).

– Con el Salmo 64 proclamamos: " Oh Dios, tú mereces un himno en Sión ". Dios es providente con el hombre. Le da las lluvias a su tiempo y así, de toda la tierra, de los páramos y de las colinas, de los valles y de las praderas vestidos de mieses, se eleva como un resplandor de alegría que canta y aclama la bondad de Dios. Es la espiritualidad de la naturaleza tan cercana e inmediata al hombre, la que hay que descubrir. Porque todo lo que nos rodea es un don de Dios. Los santos, a través de la creación, se remontaban a la contemplación para alcanzar el amor, como hacía San Ignacio de Loyola. Pero, sobre todo, hemos de mirar el orden sobrenatural de Dios. San Jerónimo recordaba que las cosas materiales pueden tener un sentido espiritual que las completa. Así el agua, la fuente, la sed, los frutos... son símbolos de otra agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4, 14), de otra sed que sólo puede saciar Cristo (Jn 7, 37-39), de otros frutos que pueden llegar al ciento por uno (Mt 13, 8). Por esto y otros muchos bienes materiales y espirituales, que recibimos de Dios hemos de cantar con el salmista: " Oh Dios, Tú mereces un himno en Sión ".

Evangelio

Mt 5, 20-26: Todo el que está peleado con su hermano será procesado. Cristo promulgó la nueva ley, que completa y perfecciona la antigua. De este modo el espíritu de hombre se perfecciona por la doctrina de Cristo. San Juan Crisóstomo lo expone así:

" Mas no se detiene el Señor en lo ya dicho, sino que añade muchas cosas más, por las que nos demuestra cuánta cuenta tiene de la caridad. Ya nos ha amenazado con el juicio, con el concejo y hasta con el infierno; y ahora añade otra cosa muy en consonancia con todo lo dicho: Si ofreces tu ofrenda sobre el altar y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y marcha a reconciliarte primero con tu hermano y entonces ven y ofrece tu ofrenda. ¡Oh bondad, oh amor que sobrepuja todo razonamiento! El Señor menosprecia su propio honor a trueque de salvar la caridad; con lo que nos hace ver de paso que tampoco sus anteriores amenazas procedían de desamor alguno para con nosotros, ni deseo de castigo, sino de su mismo inmenso amor " (Homilía 16, 9 sobre San Mateo).