27ª semana del Tiempo Ordinario, lunes

Años impares

Jon 1, 1- Jon 2, 21-11: Se levantó Jonás para huir lejos del Señor. Las misiones del Señor se han de secundar inmediatamente, pues de lo contrario nos exponemos a nuestra perdición, a no ser que volvamos a Él por el arrepentimiento. La predicación misionera ha de ir acompañada de muchas virtudes y de una gran coherencia con la propia vida, identificando ante todo nuestra voluntad con la voluntad divina. No podemos ocultar la verdad, ni refugiarnos en falsos irenismos, sino que, al estilo de los Apóstoles, hemos de afirmarla en las palabras y en los hechos en su significado pascual. Y lo pascual siempre supone un paso de la muerte a la vida. El fruto primero de toda acción misionera es siempre la metanoia, el arrepentimiento, la conversión, como en el primer Pentecostés de la historia cristiana: " ¿Qué tenemos que hacer?... Convertíos y bautizaos " (Hch 2, 37-38). San Gregorio Magno dice:

" La palabra divina, así como es digna de la atención de los prudentes, por los misterios que encierra, así también es el consuelo de las almas sencillas. Con lo exterior alimenta a los pequeñuelos; con lo más secreto admira y eleva los entendimientos sublimes. Es como un río que en unas partes va somero y en otras muy profundo, en el que pasa el cordero y nada el elefante " (Morales sobre Job 4, 1).

– Del mismo Jonás 2 se toma el Salmo responsorial: " Sacaste mi vida de la fosa, Señor. En mi aflicción clamé al Señor y me atendió, desde el vientre del infierno pedí auxilio, y escuchó mi clamor. Me arrojaste a lo profundo en alta mar, me rodeaban las olas, tus corrientes y tu oleaje pasaban sobre mí. Yo dije: "me has arrojado de tu presencia, quién pudiera ver de nuevo tu santo templo". Cuando se me acababan las fuerzas me acordé del Señor; llegó hasta ti mi oración, hasta tu santo templo ". El Señor escucha la oración de los humildes. En todo momento hay que orar al Señor con entera confianza.

Años pares

Ga 1, 6-1: Vocación peculiar de Pablo para la predicación del Evangelio. El mismo Señor lo instruyó, y conformó su doctrina con la de los apóstoles y jerarcas de la Iglesia. El Evangelio de Jesucristo no puede, no debe, ser falsificado. San Juan Crisóstomo comenta:

" Observa con cuánta firmeza sostiene [San Pablo] que es discípulo de Cristo, sin mediación humana, sino porque Él mismo lo ha considerado merecedor de revelarle todo conocimiento. ¿Y cómo probarás a los incrédulos que Dios te ha revelado por Sí mismo y sin mediar nadie aquellos inefables misterios? Con la vida pasada, contesta. Si Dios no fuera el autor de la revelación, no habría tenido una conversión tan repentina. Los instruidos por hombres, cuando sostienen tenaz y radicalmente opiniones contrarias, precisan de tiempo y mucho ingenio para ser persuadidos. En cambio, es evidente que el que cambia así de repente y permanece verdaderamente sobrio en la cumbre misma de la locura, en tanto que ha alcanzado la visión y la enseñanza divina, ha vuelto repentinamente a un estado de salud perfecta " (Comentario a la Carta a los Gálatas 1, 8).

– Con el Salmo 110 damos gracias al Señor por todas las maravillas que ha hecho en la historia de la salvación, sobre todo por Cristo y por su prolongación en la Iglesia. Todos, congregados en la asamblea litúrgica, alabamos al Señor, porque son grandes todas sus obras y dignas de estudio para los que la aman. Justicia y Verdad son las obras del Señor, todos sus preceptos merecen ser escuchados y observados, pues son estables para siempre jamás y se han de cumplir con verdad y rectitud. Él nos redimió, y ratificó para siempre su alianza. Su nombre es santo y sagrado. Por eso merece una alabanza continua y llena de fervor.

Evangelio

Lc 10, 25-37: ¿Quién es mi prójimo? Según Orígenes, desde las primeras generaciones cristianas se ha identificado el Buen Samaritano con el propio Jesucristo que

" una vez llegado junto al hombre medio muerto y habiéndole visto bañado en sangre, tuvo piedad de él y se abajó hasta hacerse su prójimo " (Comentario a San Lucas 3, 5)

Así comenta San Ambrosio:

" Puesto que nadie es tan verdaderamente nuestro prójimo como el que ha curado nuestras heridas, amémosle, viendo en Él a nuestro Señor, y querámosle como a nuestro prójimo; pues nada hay tan próximo a los miembros como la Cabeza. Y amemos también al que es imitador de Cristo y a todo aquel que se asocia al sufrimiento de su Cuerpo " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,84).