– Ml 3, 13-4, 2: Mirad que llega el día, ardiente como un horno. El profeta censura los abusos de su época, en especial todos los referentes al culto. Si los impíos parece que triunfan al presente, el día del Señor pondrá de manifiesto la separación de los malos y los buenos. Para éstos brillará el Sol de justicia. El fuego del juicio viene a ser un castigo sin remedio, verdadero fuego de ira, cuando cae sobre el pecador endurecido. La revelación expresa lo que puede ser la existencia de una criatura que se niega a dejarse purificar por el fuego divino, pero queda abrasada por él. Jesucristo adoptó el lenguaje clásico del Antiguo Testamento y así aparece también en todo el Nuevo Testamento. Es de fe que existe el infierno, que es eterno y que descienden inmediatamente a él las almas de los que mueren en pecado mortal. Al menos quince veces se enseña esto en los Evangelios. San Agustín dice:
" Se hizo digno de pena eterna el hombre que aniquiló en sí el bien que pudo ser eterno... Y no se extinguirá la muerte, sino que será muerte sempiterna, y el alma no podrá vivir sin Dios, ni librarse de los dolores muriendo " (La ciudad de Dios 11, 21, 3).
Y en el Martirio de San Policarpo (10) se dice:
" A los mártires les parecía frío el fuego de los verdugos, porque tenían ante los ojos el fuego aquel que es eterno y nunca se extinguirá... Me amenazas con un fuego que solo abrasa una hora y se extingue pronto; porque tú no conoces el fuego del juicio futuro y el eterno castigo que espera a los ateos ".
– Esa misma suerte del impío y del justo es contemplada en el Salmo 1: " Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la Ley del Señor. Será como un árbol plantado al borde de la acequia; da fruto en su sazón, y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento, porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal ".
– Ga 3, 1-5: Dios da el Espíritu a los que creen. En la fe tuvieron lugar las manifestaciones del Espíritu Santo, y no en la Ley. Es bien explícito San Pablo: los fieles recibieron el Espíritu, no por la Ley, sino porque creyeron en el Evangelio que él, como Apóstol de Jesucristo, les anunció. Así pasaron de ser carnales a ser espirituales. Pero no siempre los cristianos vivimos la vida grandiosa de la fe. Comenta sobre esto San Juan Crisóstomo:
" Con el paso del tiempo, es necesario que progreséis, mas no solo no habéis avanzado, sino que habéis retrocedido. Los que comienzan con lo que tiene poca relevancia, avanzan y llegan a algo más importante; vosotros, en cambio, que habéis comenzado por lo sublime, habéis llegado a su contrario. Si hubierais empezado por lo carnal, forzoso habría sido que avanzárais hacia lo espiritual; ahora bien, después de haber comenzado por lo espiritual, habéis acabado en lo carnal... Tuvisteis en vuestras manos la verdad y, sin embargo, caísteis en la apariencia de la verdad; mirasteis el sol y, no obstante, buscáis la luz; tras el alimento sólido, tomáis la leche... Es el mismo caso que si uno de los más valerosos estrategas, después de obtener innumerables trofeos y victorias, se expusiera al desprecio reservado a los desertores y entregara su cuerpo a los que desearan imprimir en él la marca del deshonor " (Comentario a la Carta a los Gálatas 3, 2).
– Los versos del Benedictus (Lc, 69-70.71-72.73-75) sirven hoy de Salmo responsorial: " Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo. Nos ha suscitado una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza, y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días ".
– Lc 11, 5-13: Parábola del amigo importuno. Partiendo de ella, San Ambrosio encarece la vocación de todos los cristianos a la oración continua:
" Este es el pasaje del que se desprende el precepto de que hemos de "orar en cada momento", no solo de día, sino también de noche; en efecto, ves que éste que a media noche va a pedir tres panes a su amigo y persevera en esa demanda instantemente, no es defraudado en lo que pide... Haciendo caso, pues, de la Escritura, pidamos el perdón de nuestros pecados con continuas oraciones, día y noche; pues si hombre tan santo y que estaba tan ocupado en el gobierno del reino alababa al Señor "siete veces al día" (Sal 118, 164), pronto siempre a ofrecer sacrificios matutinos y vespertinos, ¿qué hemos de hacer nosotros que debemos rezar más que él, puesto que, por la fragilidad de nuestra carne y espíritu, pecamos con más frecuencia, para que no falte a nuestro ser, para su alimento, "el pan que robustece el corazón del hombre" (Sal 103, 15), a nosotros que estamos cansados ya del camino, muy fatigados del transcurrir de este mundo y hastiados de las cosas de la vida? " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, lib. VII, 87).