31ª semana del Tiempo Ordinario, sábado

Años impares

Rm 16, 3-9.16.22-27: El misterio de Dios. La revelación del misterio está en el centro de la doxología con que se termina esta Carta. En el apostolado paulino este misterio es el acceso de los gentiles a la revelación. Este misterio es concebido por la Sabiduría divina, que examina el origen de la historia más allá de los siglos. Es el misterio que antes estaba oculto en el tiempo, pero que se manifiesta por Jesucristo, que muere por todos los hombres. Él es el Salvador de todos, el Redentor que con tanta fuerza fue proclamado al mundo por San Pablo.

La Sabiduría de Dios realizó este misterio en la Cruz de Jesucristo. Y los Apóstoles son los testigos de ese misterio y sus principales realizadores. Todos los discípulos de Cristo, judíos o gentiles, se acogen entre sí en la caridad fraterna, y realizan en sí mismos el misterio de Dios, escondido durante siglos, y ya revelado y realizado en el tiempo. Es el dinamismo admirable del Misterio Pascual, que actúa en todos los pueblos y culturas, formando una maravillosa y nueva Hermandad, la de los hijos de Dios. Dice Orígenes:

«Los que ayudaban y eran hospitalarios se encontraban en todos los hermanos creyentes, no sólo entre los que provenían de los judíos, sino también en los creyentes que provenían de la gentilidad. En efecto, la hospitalidad era muy estimada no sólo por Dios, sino también por los hombres» (Comentario a la Carta a los Romanos 10, 18).

– Bendecimos al Señor con el Salmo 144 por los muchos beneficios que hemos recibido de Él, y le bendecimos sobre todo por haber sido llamados a la salvación. Lo bendecimos por siempre jamás, pues Él es nuestro Dios y nuestro Rey. «Grande es el Señor, y merece toda alabanza, es incalculable su grandeza. Una generación pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazañas, alaban los pueblos la gloria de tu majestad, y yo repito tus maravillas». Queremos y pedimos que todas las criaturas den gracias al Señor, que le bendigan sus fieles, que proclamen la gloria de su reinado, que hablen de sus hazañas. La Iglesia se extiende por doquier y sigue pujante en la santidad de sus fieles, como lo muestran hoy las muchas beatificaciones y canonizaciones de que somos testigos.

Años pares

Flp 4, 10-19: Todo lo puedo en Aquel que me conforta. Los fieles de Filipos corresponden al santo Apóstol con sus dones y San Pablo lo agradece. Ellos piden, reciben y dan generosamente. San Juan Crisóstomo dice:

«Cuando tú más recibes, más se alegra Él y más dispuesto está a seguir dándote. Dios tiene por propia riqueza nuestra salvación. Y su gloria está en dar copiosa merced a cuantos le piden» (Homilía 22, sobre San Mateo).

Y San Ireneo:

«La razón por la que Dios desea que los hombres le sirvan es su bondad y misericordia, por las que quiere beneficiar a los que perseveran en su servicio; pues, si Dios no necesita de nadie, el hombre, en cambio, necesita de la comunión con Dios. En esto consiste la gloria del hombre, en perseverar y permanecer en el servicio de Dios» (Contra las herejías 4, 13).

– Por eso decimos con el Salmo 111: «Dichoso el que teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo... Su corazón está seguro, sin temor, reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad». Es gran don poder dar, y todos podemos dar, a nuestros hermanos una oración, una sonrisa, un servicio, un signo de amabilidad, de dulzura...

Evangelio

Lc 16, 9-15: No podemos servir a dos señores. O damos culto a Dios, o damos culto a las riquezas, sean éstas las que fueren: dinero, placer, poder... Dice San Gregorio Magno:

«Son engañosas las riquezas, porque no pueden permanecer siempre con nosotros; son engañosas porque no pueden satisfacer las necesidades de nuestro corazón. Las riquezas verdaderas son únicamente las que nos hacen ricos en las virtudes» (Homilía 15, sobre los Evangelios).

Y San Basilio:

«Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo quieras o no; por el contrario la gloria que hayas adquirido con tus buenas obras la llevarás hasta el Señor» (Sobre la caridad). Y en otro lugar: «La virtud es la única de las riquezas que es inamovible y que persiste en vida y muerte» (Discurso a los jóvenes).

San Ambrosio escribe:

«¿Quién hasta ahora se ha justificado con las riquezas? ¿Quién se ha hecho humilde con el poder, misericordioso con la nobleza de su nacimiento, casto con la hermosura? La verdad es que todas estas prendas temporales más bien son peligrosas, para hacernos caer en la culpa, que útiles para ayudarnos en el camino de la virtud» (Comentario al Salmo 1, 39).