1. En nuestra reflexión precedente cité el capítulo V de la Carta a los Efesios (vv. 22-23). Ahora, después de una primera lectura sobre este texto «clásico», conviene examinar el modo en que este pasaje -tan importante para el ministerio de la Iglesia, como para la sacramentalidad del matrimonio- se encuadra en el contexto inmediato de toda la Carta.
Aun sabiendo que hay una serie de problemas discutidos entre los escrituristas respecto a los destinatarios, a la paternidad e incluso a la fecha de su composición, es necesario constatar que la Carta a los Efesios tiene una estructura muy significativa. El autor comienza esta Carta presentando el plan eterno de la salvación del hombre en Jesucristo.
«…Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo… en El nos eligió… para que fuésemos santos e inmaculados ante El en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el Amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia…, para realizarlo al cumplirse los tiempos, recapitulando todas las cosas en Cristo…» (Ef 1, 3. 4-7. 10).
El autor de la Carta a los Efesios, después de haber presentado con palabras llenas de gratitud el designio que, desde la eternidad, está en Dios y, a la vez, se realiza ya en la vida de la humanidad, ruega al Señor para que los hombres (y directamente los destinatarios de la Carta) conozcan plenamente a Cristo como cabeza: «…le puso por cabeza de todas las cosas en la Iglesia que es su cuerpo la plenitud del que lo acaba todo en todos» (Ef 1, 22-23). La humanidad pecadora está llamada a una vida nueva en Cristo, en quien los gentiles y los judíos deben unirse como en un templo (cf. Ef 2, 11-21). El Apóstol es heraldo del misterio de Cristo entre los gentiles, a los cuales se dirige sobre todo, doblando «las rodillas ante el Padre», y pidiendo que les conceda, «según la riqueza de su gloria, ser poderosamente fortalecidos en el hombre interior por su Espíritu» (Ef 3, 14.16).
2. Después de esta revelación tan profunda y sugestiva del misterio de Cristo en la Iglesia, el autor pasa, en la segunda parte de la Carta, a orientaciones más detalladas, que miran a definir la vida cristiana como vocación que brota del plan divino, del que hemos hablado anteriormente, es decir, del misterio de Cristo en la Iglesia. También el autor toca aquí diversas cuestiones, validas siempre para la vida cristiana. Exhorta a conservar la utilidad subrayando al mismo tiempo que esta unidad se construye sobre la multiplicidad y diversidad de los dones de Cristo. A cada uno se le ha dado un don diverso, pero todos, como cristianos, deben «vestirse del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas» (Ef 4, 24). A esto está vinculada una llamada categórica a superar los vicios y adquirir las virtudes correspondientes a la vocación que todos han obtenido en Cristo (cf. Ef 4, 25-32). El autor escribe: «Sed, en fin, imitadores de Dios, como hijos amados, y caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros… en sacrificio» (Ef 5, 1-2).
3. En el capítulo V de la Carta a los Efesios estas llamadas se hacen aún más concretas. El autor condena severamente los abusos paganos, escribiendo: «Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad, pues, como hijos de la luz» (Ef 5, 8). Y luego: «No seáis insensatos, sino entendidos de cuál es la voluntad de Dios. Y no os embriaguéis de vino (referencia al Libro de los Proverbios, Pr 23, 31)…, al contrario, llenáos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones» (Ef 5, 17-19). El autor de la Carta quiere ilustrar con estas palabras el clima de vida espiritual, que debe animar a toda comunidad cristiana. Y, pasa luego, a la comunidad doméstica, esto es, a la familia. Efectivamente, escribe: «Llenáos del Espíritu.. dando siempre gracias a Dios Padre por todas las cosas en nombre de nuestro Señor Jesucristo, sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo» Ef 5, 20-21). Y precisamente así entramos en el pasaje de la Carta que será tema de nuestro análisis particular. Podemos constatar fácilmente que el contenido esencial de este texto «clásico» aparece en el cruce de los dos principales hilos conductores de toda la Carta a los Efesios: el primero, el del misterio de Cristo que, como expresión del plan divino para la salvación del hombre, se realiza en la Iglesia; el segundo, el de la vocación cristiana como modelo de vida para cada uno de los bautizados y cada una de las comunidades, correspondiente al misterio de Cristo, o sea, el plan divino para la salvación del hombre.
4. En el contexto inmediato del pasaje citado, el autor de la Carta trata de explicar de qué modo la vocación cristiana, concebida así, debe realizarse y manifestarse en las relaciones entre todos los miembros de una familia: por lo tanto, no sólo entre el marido y la mujer (de quienes trata precisamente el pasaje del capítulo 5, Ef 5, 22-23, elegido por nosotros), sino también entre padres e hijos. El autor escribe: «Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque es justo. Honra a tu padre y a tu madre. Tal es el primer mandamiento, seguido de promesa, para que seáis felices y tengáis larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y en la enseñanza del Señor» (Ef 6, 1-4). A continuación se habla de los deberes de los siervos con relación a los amos y viceversa, de los amos en relación a los siervos, esto es, a los esclavos (cf. Ef 6, 5- 9), lo que se refiere también a las orientaciones concernientes a la familia en sentido amplio. Efectivamente, la familia estaba constituida no sólo por los padres e hijos (según la sucesión de generaciones), sino también pertenecían a ellas en sentido amplio incluso los siervos de ambos sexos: esclavos y esclavas.
5. Así, pues el texto de la Carta a los Efesios, que nos proponemos hacer objeto de un análisis profundo, se halla en el contenido inmediato de enseñanzas sobre las obligaciones morales de la sociedad familiar (las llamadas «Haustaflen» o códigos domésticos, según la definición de Lutero). Encontramos también instrucciones análogas en otras Cartas (por ejemplo, en la dirigida a los Colosenses, Col 3, 18-4, y en la primera Carta de Pedro, 1P 2, 13-3, 7). Además, este contexto inmediato forma parte de nuestro pasaje, en cuanto también el texto «clásico» que hemos elegido trata de los deberes recíprocos de los maridos y de las mujeres. Sin embargo, hay que notar que el pasaje Ef 5, 22-23 de la Carta a los Efesios se centra de suyo exclusivamente en los cónyuges y en el matrimonio y lo que respecta a la familia, también en sentido amplio, se halla ya en el contexto. Pero antes de disponernos a hacer un análisis profundo del texto, conviene añadir que toda la Carta termina con un estupendo estimulo a la lucha espiritual (cf. Ef 6, 10-20), con breves recomendaciones (cf. Ef 6, 21-22) y una felicitación final (cf. Ef 6, 23-24). La llamada a la lucha espiritual parece estar lógicamente fundada en la argumentación de toda la Carta. Esa llamada es, por decirlo así, la conclusión explícita de sus principales hilos conductores.
Teniendo así ante los ojos la estructura total de toda la Carta a los Efesios, en el primer análisis trataremos de clasificar el significado de las palabras: «sujetaos los unos a los otros en el temor de Cristo» (Ef 5, 21), dirigidas a los maridos y a las mujeres.