Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del miércoles 12 de enero de 2000
1. Completando nuestra reflexión sobre María al concluir el ciclo de catequesis dedicado al Padre, hoy queremos subrayar su papel en nuestro camino hacia el Padre.
Él mismo quiso la presencia de María en la historia de la salvación. Cuando decidió enviar a su Hijo al mundo, quiso que viniera a nosotros naciendo de una mujer (cf. Ga 4, 4). Así quiso que esta mujer, la primera que acogió a su Hijo, lo comunicara a toda la humanidad.
Por tanto, María se encuentra en el camino que va desde el Padre a la humanidad como madre que da a todos a su Hijo, el Salvador. Al mismo tiempo, está en el camino que los hombres deben recorrer para ir al Padre, por medio de Cristo en el Espíritu (cf. Ef 2, 18).
2. Para comprender la presencia de María en el itinerario hacia el Padre debemos reconocer, con todas las Iglesias, que Cristo es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6) y el único Mediador entre Dios y los hombres (cf. 1Tm 2, 5). María se halla insertada en la única mediación de Cristo y está totalmente a su servicio. Por consiguiente, como subrayó el Concilio en la Lumen gentium, "la misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia" (n. 60). No afirmamos un papel de María en la vida de la Iglesia fuera de la mediación de Cristo o junto a ella, como si se tratara de una mediación paralela o en competencia con la de Cristo.
Como afirmé expresamente en la encíclica Redemptoris Mater, la mediación materna de María "es mediación en Cristo" (n. 38). El Concilio explica: "Todo el influjo de la santísima Virgen en la salvación de los hombres no tiene su origen en ninguna necesidad objetiva, sino en que Dios lo quiso así. Brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella, y de ella saca toda su eficacia; favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo" (Lumen gentium, 60).
También María fue redimida por Cristo; más aún, es la primera de los redimidos, dado que la gracia que Dios Padre le concedió al inicio de su existencia se debe "a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano", como afirma la bula Ineffabilis Deus del Papa Pío IX (DS 2803). Toda la cooperación de María en la salvación está fundada en la mediación de Cristo, la cual, como precisa también el Concilio, "no excluye sino que suscita en las criaturas una colaboración diversa que participa de la única fuente" (Lumen gentium, 62).
La mediación de María, considerada desde esta perspectiva, se presenta como el fruto más alto de la mediación de Cristo y está esencialmente orientada a hacer más íntimo y profundo nuestro encuentro con él: "La Iglesia no duda en atribuir a María esta misión subordinada, la experimenta sin cesar y la recomienda al corazón de sus fieles para que, apoyados en su protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador" (ib.).
3. En realidad, María no quiere atraer la atención hacia su persona. Vivió en la tierra con la mirada fija en Jesús y en el Padre celestial. Su deseo más intenso consiste en hacer que las miradas de todos converjan en esa misma dirección. Quiere promover una mirada de fe y de esperanza en el Salvador que nos envió el Padre.
Fue modelo de una mirada de fe y de esperanza sobre todo cuando, en la tempestad de la pasión de su Hijo, conservó en su corazón una fe total en él y en el Padre. Mientras los discípulos, desconcertados por los acontecimientos, quedaron profundamente afectados en su fe, María, a pesar de la prueba del dolor, permaneció íntegra en la certeza de que se realizaría la predicción de Jesús: "El Hijo del hombre (...) al tercer día resucitará" (Mt 17, 22-23). Una certeza que no la abandonó ni siquiera cuando acogió entre sus brazos el cuerpo sin vida de su Hijo crucificado.
4. Con esta mirada de fe y de esperanza, María impulsa a la Iglesia y a los creyentes a cumplir siempre la voluntad del Padre, que nos ha manifestado Cristo.
Las palabras que dirigió a los sirvientes, para el milagro de Caná, las repite a todas las generaciones de cristianos: "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5).
Los sirvientes siguieron su consejo y llenaron las tinajas hasta el borde. Esa misma invitación nos la dirige María hoy a nosotros. Es una exhortación a entrar en el nuevo período de la historia con la decisión de realizar todo lo que Cristo dijo en el Evangelio en nombre del Padre y actualmente nos sugiere mediante el Espíritu Santo, que habita en nosotros.
Si hacemos lo que nos dice Cristo, el milenio que comienza podrá asumir un nuevo rostro, más evangélico y más auténticamente cristiano, y responder así a la aspiración más profunda de María.
5. Por consiguiente, las palabras: "Haced lo que él os diga", señalándonos a Cristo, nos remiten también al Padre, hacia el que nos encaminamos. Coinciden con la voz del Padre que resonó en el monte de la Transfiguración: "Este es mi Hijo amado (...), escuchadlo" (Mt 17, 5). Este mismo Padre, con la palabra de Cristo y la luz del Espíritu Santo, nos llama, nos guía y nos espera.
Nuestra santidad consiste en hacer todo lo que el Padre nos dice. El valor de la vida de María radica precisamente en el cumplimiento de la voluntad divina. Acompañados y sostenidos por María, con gratitud recibimos el nuevo milenio de manos del Padre y nos comprometemos a corresponder a su gracia con entrega humilde y generosa.
(L'Osservatore Romano - 14 de enero de 2000)