Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del miércoles 16 de febrero de 2000

Tras las huellas de Abraham

1. Después de la apertura de la Puerta santa en las cuatro basílicas romanas, ahora estamos avanzando a grandes pasos en el itinerario eclesial de conversión y reconciliación propuesto por el jubileo. Como es sabido, uno de los aspectos espirituales más significativos y profundos del jubileo es la peregrinación, signo de la misma condición de todo ser humano en cuanto homo viator. Según subrayé en la bula de convocación del jubileo, ella "es ejercicio de ascesis laboriosa, de arrepentimiento por las debilidades humanas, de constante vigilancia de la propia fragilidad y de preparación interior a la conversión del corazón" (Incarnationis mysterium, 7).

Este significado interior de la peregrinación se profundiza y completa ulteriormente gracias a los contenidos de fe y espiritualidad que derivan de los lugares santos que, desde antigua tradición, son meta de peregrinaciones individuales y comunitarias.

En efecto, como el tiempo, así también el espacio está marcado por particulares intervenciones salvíficas de Dios y, precisamente por eso, algunos lugares pueden favorecer un contacto peculiar con lo divino (cf. Carta sobre la peregrinación a los lugares vinculados a la historia de la salvación, 2).

2. Consciente de estos fundamentales contenidos espirituales de la peregrinación, he decidido visitar, en relación con las celebraciones jubilares, la tierra que ha sido marcada de modo singular por las intervenciones de Dios en la historia de la salvación. Por tanto, Dios mediante, en las próximas semanas tengo intención de ir en peregrinación a algunos lugares particularmente vinculados a la encarnación del Verbo de Dios.

Mi deseo habría sido visitar ante todo Ur de los caldeos (cf. ib  5), la actual Tal al Muqayyar, en el sur de Irak, lugar de origen de Abraham, que se marchó después con su familia a Jarán (cf. Gn 11, 31), donde, según la narración bíblica, escuchó la palabra de Dios que lo invitaba a dejar su tierra y ponerse en camino hacia el país que él le indicaría (cf. Gn 12, 1-3).

Con esa invitación, Abraham se constituía en instrumento de un designio de salvación que abrazaría al futuro pueblo de la Alianza y, más aún, a todos los pueblos del mundo. Obedeció y se puso en camino. Con él, la salvación de Dios comenzó a recorrer los caminos de la historia humana.

3. Por este motivo, es importante "seguir los pasos de Abraham", para redescubrir las huellas de la presencia amorosa de Dios junto al hombre y revivir la experiencia de fe de aquel a quien san Pablo calificará como padre de todos los que, circuncisos o incircuncisos, creen (cf. Rm 4, 11-12). Con su fe, traducida en opciones concretas y a veces incluso dramáticas, como el abandono de la seguridad de la propia tierra o el sacrificio de su único hijo Isaac, Abraham obtuvo la justicia que lo hizo amigo de Dios, se adhirió plenamente al plan divino para sí y para su descendencia, y se convirtió en el padre de una multitud de creyentes.

Así pues, siguiendo "las huellas de Abraham" se aprende a valorar de modo concreto las exigencias de una actitud auténtica de fe y se experimenta el dinamismo de la iniciativa divina, que culminará en Cristo.

Conscientes de su vínculo inseparable con el antiguo pueblo de la Alianza, los cristianos reconocen en Abraham al "padre en la fe" por antonomasia, y se alegran de imitar su ejemplo, siguiendo "sus huellas".

4. Por estas consideraciones, en nombre de toda la Iglesia, habría querido ir a orar y reflexionar a Ur de los caldeos, el lugar desde donde Abraham se puso en camino. Puesto que no me ha sido posible, quiero realizar, al menos espiritualmente, una peregrinación semejante. Por eso, el miércoles próximo, durante una celebración especial que tendrá lugar en la sala Pablo VI, reviviremos juntos los momentos más importantes de la experiencia de Abraham, conscientes de que dirigen su mirada al gran patriarca no sólo cuantos se sienten orgullosos de descender físicamente de él, sino también todos los que se consideran su descendencia espiritual.

Después de esta primera etapa, será posible proseguir, con el corazón rebosante de gratitud, las otras etapas a través de las cuales se desarrolló la historia de la salvación, comenzando por el monte Sinaí, donde Moisés tuvo la revelación del nombre santísimo de Dios y fue introducido en el conocimiento de su misterio.
Desde ahora os invito a acompañarme con vuestra oración en mi peregrinación a los lugares vinculados a la historia de la salvación, que comenzará precisamente el próximo miércoles, con la celebración especial dedicada a Abraham, padre de todos los creyentes.

(L'Osservatore Romano - 18 de febrero de 2000)