Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del Miércoles 11 de abril de 2001

El Triduo sacro revela
el misterio de un amor sin límites

1. Estamos en la víspera del Triduo pascual, ya inmersos en el clima espiritual de la Semana santa. Desde mañana hasta el domingo viviremos los días centrales de la liturgia, que nos vuelven a proponer el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. En sus homilías, los santos Padres a menudo hacen referencia a estos días que, como dice san Atanasio, nos introducen "en el tiempo que nos lleva y nos hace conocer un nuevo inicio, el día de la santa Pascua, en la que el Señor se inmoló". Así describe el período que estamos viviendo en sus Cartas pascuales (Epist. 5, 1-2: PG 26, 1379). El prefacio pascual del domingo próximo nos hará cantar con gran fuerza que "en la resurrección de Cristo hemos resucitado todos".

En el centro de este Triduo sacro se encuentra el "misterio de un amor sin límites", es decir, el misterio de Jesús que "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1). He vuelto a proponer este conmovedor y dulce misterio a los sacerdotes en la Carta que, como todos los años, les he enviado con ocasión del Jueves santo.

Sobre este mismo amor os invito a reflexionar también a vosotros, a fin de que os preparéis dignamente a revivir las últimas etapas de la vida terrena de Jesús. Mañana entraremos en el Cenáculo para acoger el don extraordinario de la Eucaristía, del sacerdocio y del mandamiento nuevo. El Viernes santo recorreremos el camino doloroso que lleva al Calvario, donde Cristo consumará su sacrificio. El Sábado santo esperaremos en silencio introducirnos en la solemne Vigilia pascual.

2. "Los amó hasta el extremo". Estas palabras del evangelista san Juan expresan y definen de modo peculiar la liturgia de mañana, Jueves santo, contenida en la celebración de la misa Crismal de la mañana y de la misa vespertina in Cena Domini, con la que se inaugura el Triduo pascual. La Eucaristía es signo elocuente de este amor total, libre y gratuito, y ofrece a cada uno la alegría de la presencia de Cristo, que también a nosotros nos hace capaces de amar, como él, "hasta el extremo". El amor que Jesús propone a sus discípulos es un amor exigente.

En este encuentro hemos vuelto a escuchar el eco de ese amor en las palabras del evangelista san Mateo: "Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos" (Mt 5, 11-12). También hoy amar "hasta el extremo" quiere decir estar dispuestos a afrontar esfuerzos y dificultades por Cristo. Significa no temer ni insultos ni persecuciones, y estar dispuestos a "amar a nuestros enemigos y rogar por los que nos persigan" (cf. Mt 5, 44). Todo esto es don de Cristo, que por todos los hombres se ofreció a sí mismo como víctima en el altar de la cruz.

3. "Los amó hasta el extremo". Desde el Cenáculo hasta el Gólgota: nuestra reflexión nos lleva al Calvario, donde contemplamos un amor cuya coronación plena es el don de la vida. La cruz es un signo claro de este misterio, pero, al mismo tiempo, precisamente por eso, se convierte en símbolo que interpela y sacude las conciencias. Cuando, el Viernes próximo, celebremos la pasión del Señor y participemos en el vía crucis, no podremos olvidar la fuerza de este amor que se entrega sin medida.

En la carta apostólica que publiqué al concluir el gran jubileo del año 2000 escribí: "La contemplación del rostro de Cristo nos lleva así a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la cruz. Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano no puede por menos de postrarse en adoración" (Novo Millennio Ineunte, 25). Y esta es la actitud interior más adecuada para prepararnos a vivir el día en que se conmemora la pasión, la crucifixión y la muerte de Cristo.

4. "Los amó hasta el extremo". Jesús, después de sacrificarse por nosotros en la cruz, resucita y se convierte en primicia de la nueva creación. Pasaremos el Sábado santo en silenciosa espera del encuentro con el Resucitado, meditando en las palabras del apóstol san Pablo: "Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras" (1Co 15, 3-4).
De ese modo podremos prepararnos mejor para la solemne Vigilia pascual, cuando irrumpa en el corazón de la noche la deslumbrante luz de Cristo resucitado.

Que en este último tramo del camino penitencial nos acompañe María, la Virgen que permaneció siempre fiel al lado de su Hijo, sobre todo en los días de la Pasión. Que ella nos enseñe a amar "hasta el extremo", siguiendo el ejemplo de Jesús, que con su muerte y su resurrección ha salvado al mundo.

(L'Osservatore Romano - 13 de abril de 2001)

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