Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del Miércoles 21 de agosto de 2002

Viaje apostólico a Polonia

1. Vuelvo hoy con el pensamiento al octavo viaje a mi tierra natal, que la divina Providencia me permitió realizar felizmente en los días pasados.

Renuevo la expresión de mi gratitud al señor presidente de la República de Polonia, al señor primer ministro y a las autoridades nacionales civiles y militares, de toda jerarquía y grado, así como a las de la ciudad de Cracovia, por haber asegurado un sereno desarrollo de mi visita. Mi saludo cordial se dirige asimismo al primado, cardenal Józef Glemp, al arzobispo de Cracovia, cardenal Franciszek Macharski, a todo el Episcopado, a los sacerdotes, a los consagrados y a cuantos prepararon ese importante acontecimiento eclesial y participaron en él con fe y devoción.

Sobre todo, quiero enviar a mis amadísimos compatriotas mi más cordial agradecimiento por haberme acogido en tan gran número, con afecto conmovedor e intensa participación. Mi visita sólo abarcó una diócesis, pero idealmente abracé a toda Polonia, a la que deseo prosiga su esfuerzo por construir el auténtico progreso social, sin renunciar jamás a la fiel salvaguardia de su identidad cristiana.

2. "Dios, rico en misericordia" (Ef 2, 4). Estas palabras resonaron a menudo durante mi peregrinación apostólica. En efecto, mi visita tuvo como finalidad principal precisamente anunciar una vez más a Dios, "rico en misericordia", sobre todo mediante la consagración del nuevo santuario de la Misericordia Divina, en Lagiewniki. Ese nuevo templo será un centro de irradiación mundial del fuego de la misericordia de Dios, según lo que el Señor quiso manifestar a santa Faustina Kowalska, apóstol de la Misericordia divina.

    "Jesús, ¡confío en ti!": esta es la jaculatoria sencilla que nos enseñó sor Faustina y que podemos rezar en cada instante de la vida. ¡Cuántas veces también yo, primero como obrero y estudiante, y después como sacerdote y obispo, en períodos difíciles de la historia de Polonia, repetí esta sencilla y profunda invocación, constatando su eficacia y su fuerza!

    La misericordia es uno de los atributos más hermosos del Creador y del Redentor, y la Iglesia vive para llevar a los hombres a esta fuente inagotable, de la que es depositaria y dispensadora. Por eso, quise consagrar a la Misericordia divina mi patria, la Iglesia y la humanidad entera.

3. El amor misericordioso de Dios abre el corazón a gestos concretos de caridad con el prójimo. Así sucedió con el arzobispo Segismundo Félix Felinski, el padre Juan Beyzym, sor Sanzia Szymkowiak y don Juan Balicki, que tuve la alegría de proclamar beatos durante la misa celebrada en Cracovia, en la explanada Blonia, el domingo pasado.

Quise señalar al pueblo cristiano a estos nuevos beatos, para que su ejemplo y sus palabras sirvan de estímulo y aliento a testimoniar con obras el amor misericordioso del Señor, que vence el mal con el bien (cf. Rm 12, 21). Sólo así es posible construir la anhelada civilización del amor, cuya dulce fuerza se opone con vigor al mysterium iniquitatis presente en el mundo. A nosotros, discípulos de Cristo, nos corresponde la tarea de proclamar y vivir el elevado misterio de la Misericordia divina que regenera el mundo, impulsando a amar a los hermanos e incluso a los enemigos. Estos beatos, junto con los demás santos, son ejemplos luminosos de cómo la "creatividad de la caridad", de la que hablé en la carta apostólica Novo Millennio Ineunte, nos hace estar cercanos y ser solidarios con cuantos sufren (cf. n. 50), artífices de un mundo renovado por el amor.

4. Mi peregrinación me condujo después a Kalwaria Zebrzydowska, para recordar el IV centenario del santuario dedicado a la Pasión de Jesús y a la Virgen de los Dolores. Estoy vinculado a ese lugar santo desde mi infancia. Muchas veces experimenté allí cómo la Madre de Dios dirige sus ojos misericordiosos al hombre afligido, necesitado de la sabiduría y de la ayuda de ella, Señora de las gracias.

Después de Czestochowa, es uno de los santuarios más conocidos y frecuentados de toda Polonia, al que acuden también fieles de los países vecinos. Tras haber recorrido los senderos del Vía crucis y de la Compasión de la Madre de Dios, los peregrinos se detienen ante la imagen antigua y milagrosa de María, Abogada nuestra, que los acoge con ojos llenos de amor. Junto a ella se puede percibir y penetrar el vínculo misterioso que existe entre el Redentor, que "padeció" en el Calvario, y su Madre, que "compadeció" al pie de la cruz. En esta comunión de amor en el sufrimiento es difícil no ver el manantial de la fuerza de intercesión que la oración de la Virgen tiene para nosotros, sus hijos.

A la Virgen le pedimos que encienda en nuestro corazón la chispa de la gracia de Dios, ayudándonos a transmitir al mundo el fuego de la Misericordia divina. Que María nos obtenga a todos el don de la unidad y de la paz: la unidad de la fe, la unidad del espíritu y del pensamiento, la unidad de las familias; la paz de los corazones, la paz de las naciones y del mundo, mientras esperamos la vuelta gloriosa de Cristo.

(L'Osservatore Romano - 23 de agosto de 2002)