Catequesis
del Papa Juan Pablo II
durante la Audiencia General
del Miércoles 11 de septiembre de 2002
1. Innumerables personas, de todas partes del mundo, se dirigen hoy con el pensamiento a la ciudad de Nueva York, donde el 11 de septiembre del año pasado las torres gemelas del World Trade Center se derrumbaron como consecuencia de un cruel atentado, arrastrando en su ruina a muchos hermanos y hermanas nuestros inocentes.
A un año de distancia queremos recordar nuevamente a esas víctimas del terrorismo y encomendarlas a la misericordia de Dios. Al mismo tiempo, deseamos renovar a sus familias y a sus seres queridos la expresión de nuestra cercanía espiritual. Pero también queremos interpelar la conciencia de quienes elaboraron e hicieron ejecutar un plan tan bárbaro y cruel.
Al cumplirse un año desde el 11 de septiembre de 2001, repetimos que ninguna situación de injusticia, ningún sentimiento de frustración, ninguna filosofía o religión pueden justificar semejante aberración. Toda persona humana tiene derecho a que se respete su vida y dignidad, que son bienes inviolables. Lo dice Dios, lo sanciona el derecho internacional, lo proclama la conciencia humana y lo exige la convivencia civil.
2. El terrorismo es y será siempre una manifestación de crueldad inhumana, que, precisamente por serlo, nunca podrá resolver los conflictos entre seres humanos. El atropello, la violencia armada y la guerra son opciones que sólo siembran y engendran odio y muerte. Únicamente la razón y el amor son medios válidos para superar y resolver los conflictos entre las personas y los pueblos.
Con todo, es necesario y urgente un esfuerzo concorde y decidido para poner en marcha nuevas iniciativas políticas y económicas que permitan resolver las escandalosas situaciones de injusticia y opresión que siguen afligiendo a tantos miembros de la familia humana, creando condiciones favorables a la explosión incontrolable del rencor. Cuando se violan los derechos fundamentales es fácil caer en las tentaciones del odio y la violencia. Es preciso construir todos juntos una cultura global de la solidaridad, que devuelva a los jóvenes la esperanza en el futuro.
3. Quisiera repetir a todos las palabras de la Biblia: "El Señor (...) llega a regir la tierra: regirá el orbe con justicia y los pueblos con verdad" (Sal 96, 13). Sólo de la verdad y la justicia pueden brotar la libertad y la paz. Sobre estos valores es posible construir una vida digna del hombre. Sin ellos solamente hay ruina y destrucción.
En este tristísimo aniversario elevamos a Dios nuestra oración para que el amor supere al odio y, con el empeño de todas las personas de buena voluntad, la concordia y la solidaridad se consoliden en todos los rincones de la tierra.
Plegaria universal de los fieles
Hermanos y hermanas, el recuerdo de los trágicos acontecimientos de la historia humana no ensombrece la confianza en la infinita bondad y fidelidad de Dios. Su inmutable voluntad de amor y paz, manifestada en Cristo muerto y resucitado, es fundamento de esperanza cierta para todos los hombres y para todos los pueblos.
(inglés)
Por las víctimas de la violencia y el terrorismo, y en particular por los que fueron tan cruelmente arrancados de sus seres queridos hace un año, para que sean aceptados en el banquete de la vida, donde no habrá llanto ni luto ni angustia. Pidamos también que no falte a los vivos el consuelo de la fe y el apoyo fraterno.
(francés)
Por la Iglesia, signo e instrumento de unidad para el género humano, para que, por la predicación y el testimonio del Evangelio, difunda, alimente y sostenga la esperanza de los hombres de buena voluntad, orientando sus pasos por las sendas de la justicia y de la paz.
(árabe)
Por los creyentes de todas las religiones, para que en el nombre de Dios, misericordioso y amante de la vida, rechacen con firmeza toda forma de violencia y se comprometan a resolver los conflictos con el diálogo sincero y paciente, respetando las diferentes experiencias históricas, culturales y religiosas.
(español)
Por los niños y los jóvenes, que son la esperanza del nuevo milenio, para que, ante ejemplos y modelos de auténtica dignidad humana, sean ayudados a construir la civilización del amor y de la paz, en un mundo donde se defiendan los derechos de todos y los bienes sean distribuidos con equidad en todas partes.
Padre santo, Dios de infinita misericordia, apiádate de las numerosas injusticias que manchan la conciencia del género humano. Infunde en el corazón de todo hombre y de toda mujer el soplo poderoso de tu Espíritu Santo para que juntos, día tras día, crezcan en la concordia y formen una gran familia, donde todos sean acogidos y reconocidos como hijos tuyos. Te lo pedimos por Jesucristo, Hijo de la Virgen Inmaculada, nuestro Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos.
(L'Osservatore Romano - 13 de septiembre de 2002)